Uno de los más grandes arquitectos de Venezuela

 

Una comprensión de la psicología de Tomás es esencial para comprender sus creencias sobre el más allá y la resurrección. Tomás, siguiendo la doctrina de la iglesia, acepta que el alma continúa existiendo después de la muerte del cuerpo.

Tomás de Aquino – Wikipedia en Español

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Dios no puede hacer otra cosa que recordarnos, pues almacena automáticamente en su memoria descomunal—no sé a ciencia cierta si es infinita, aunque sospecho con buenas razones que no lo es—el registro de la vida de cada uno de nosotros.

Dios es un cerebro

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A Loly, a Tommy

Trabajos como el de CINESA auxilian la memoria de Dios y contribuyen a nuestra felicidad. Hace algo más de cuatro meses, YouTube me permitió montar acá los recuerdos audiovisuales de la extraordinaria productora fílmica acerca de Juancho Otaola. (Un venezolano imprescindible). Ahora he recibido noticia de otro documental, ideado esta vez por Carlos Oteyza y dirigido por Maurizio Liberatoscioli. Se trata del producido para conmemorar, hace cuatro días, el centenario del nacimiento del amable coloso Tomás José Sanabria, quien me honrara con una cálida amistad. Helo aquí:

 

 

La Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela enseña materias individuales, pero el núcleo formativo de los futuros profesionales está organizado en Talleres de Composición que tomaban su nombre de su arquitecto jefe. Uno de los más respetados y demandados del conjunto de los siete primeros era el que dirigía el insigne arquitecto Tomás José Sanabria. Sólo competían con él por la primera posición el que dirigió Carlos Raúl Villanueva y el que conducía Augusto Tobito. (En el Taller Sanabria enseñó, por ejemplo, el gran escultor Cornelis Zitman, quien fundara con el apoyo de Sanabria y Diego Carbonell la firma Tecoteca, diseñadora y fabricante de muebles modernos cuyo primer local estuvo en el extremo oeste de la Gran Avenida de Sabana Grande. Cornelis y Tomás fueron grandes amigos).

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Por alguna razón, Tomás Sanabria y Sisa Sucre* me recibían en su casa de Lomas del Mirador y hasta me daban de comer. Yo les llevaba ocasionalmente algún disco de música clásica que oíamos y comentábamos. (Por ejemplo, una versión de Francesca da Rimini de Tchaikovsky, obra que desconocían).

Francesca da Rimini / Leonard Bernstein – Filarmónica de Nueva York

Por alguna razón, Tomás me llevaba con él en sus vuelos sobre Caracas a bordo del aeroplano Cessna Push Pull que lo hacía feliz. En una ocasión dirigió la nave hacia La Vuelta del Oso del Parque Nacional Aguaro-Guariquito (estado Guárico), donde aterrizó sobre un cayo en el que había distinguido a unos amigos que lo saludaban alborozados. Allí nos ofrecieron un pavón que cocinaban en alguna olla calentada con un mechero de kerosén; fue la primera vez que yo comiera un pez de río, y me pareció delicioso. De regreso a Caracas me esperaba otro estreno: Tomás me pidió que tomara los mandos mientras se concentraba, abierta su ventanilla lateral, en tomar numerosas fotografías de nuestra ciudad capital, cuyo desarrollo venía registrando desde hacía años. Dos vueltas dimos: este-oeste, oeste-este, este oeste, oeste-este; entonces recuperó el control de la nave para aterrizar en La Carlota. Juzgaba correctamente el grave peligro que correríamos si yo lo intentara.

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Años antes de que estableciéramos nuestra amistad, mi compañero de primera juventud, Johann Ossott Franklin, fue contratado como arquitecto residente de la obra que le valdría a Tomás el Premio Nacional de Arquitectura de 1967, la nueva sede del Banco Central de Venezuela. Al iniciarse la obra, yo estudiaba Sociología en la Universidad Católica Andrés Bello en su sede inicial de la Esquina de Jesuitas. Si me asomaba por una ventana del segundo piso, podía ver los inicios de la edificación. La amistad con Johann me permitió una visita al interior de la obra cuando buena parte de ella estaba construida; la lógica hermosura del espacio concebido por Tomás era evidente. Meses después, Johann me explicó la razón de un peculiar rasgo del muro exterior por el lado oeste del edificio (Esquina de Carmelitas): a partir del nivel de la calle, la gruesa pared se desarrollaba en una curva cóncava ascendente. Detrás del muro estaban las bóvedas del banco, y Tomás Sanabria llegó a imaginar intentos de irrumpir en ellas para robar—por ejemplo, lingotes de oro—penetrándolas con un tractor. La curva anularía tal propósito, haciendo que un tractor atacante viera su pala dirigirse ineficazmente hacia arriba al ascender su oruga por la pendiente. Hasta en eso pensó el previsivo arquitecto.

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Cuando Tomás cumplió veintiún años, ya yo tenía dos meses de nacido, pero esa diferencia no impidió nuestra natural condición de compinches. Creo no haber tenido más identificación intelectual en aproximaciones, en puntos de vista, con ninguna otra persona, y eso que Dios me ha bendecido con unos cuantos amigos íntimos excepcionalmente talentosos. (Los amigos idos). Nuestros procesos mentales eran muy parecidos: una tarde descubrimos en su casa que ambos, cuando estábamos ante algún problema de cierta dificultad, leíamos libros que no tuvieran relación con el tema en el que trabajábamos para desatrancar el pensamiento.

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Tuve la satisfacción de defender, en 1983, los honestos intereses de Tomás a mi paso por Petróleos de Venezuela como Consejero de la Presidencia. El general Rafael Alfonzo Ravard me pidió que interviniese en un diferendo entre la gran holding petrolera y los hermanos Sanabria (Tomás y Eduardo), quienes proyectaban un edificio para Menevén, una de las subsidiarias de PDVSA. Fui a hablar a sus oficinas, entonces localizadas en Los Chaguaramos, y regresé a reportar que los arquitectos tenían la razón y no se debía a ellos un marcado retraso de la obra, lo que consiguió que se les cancelara lo contratado con prontitud.

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Tomás tenía un travieso sentido del humor. En la casa de campo de San Antonio de Los Altos de Henrique Machado Zuloaga y su esposa, Corina Parisca, pidió una vez un magic marker con el que pintó, en una pared al lado de la puerta de un baño auxiliar, una figura que prometía ser particularmente pornográfica. En minutos la convirtió, ante los atónitos ojos de quienes lo mirábamos, en el retrato de un caballero militar—de la época, pongamos, de Hernán Cortés—con pantalones bombachos, casco, penacho, peto y espada al cinto. En esa amable casa nos distrajimos más de una vez con un juego de estrategia—Origins of World War II—y buenos vinos. Tomás diseñaría más adelante la vivienda caraqueña de los Machado-Parisca.

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Como dijera antes a otro amigo fallecido: «Gracias, Tomás, No te olvides de resucitar».

LEA

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* Sisa Sucre Zurcher era hija de Francisco Sucre Sucre, tío abuelo de mi esposa, y Emmy Zurcher, una distinguida dama nacida en Suiza.

Emmy Zurcher y Francisco Sucre Sucre en Colonia en 1922, el año del nacimiento de Tomás.

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