Una democracia vieja

Una democracia vieja

impertinente. (Del lat. impertĭnens, -entis). 1. adj. Que no viene al caso, o que molesta de palabra o de obra.

Diccionario de la lengua española

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Aunque Eduardo Fernández me invitó cordial y generosamente a hacerlo, decliné intervenir en la presentación del breve informe—Análisis de resultados electorales y proyecciones para las elecciones municipales de diciembre de 2013—de Francisco Pérez Gómez, investigador al servicio del Centro de Políticas Públicas IFEDEC, que el primero preside. Previamente, le había consultado si estaba prevista la participación de los asistentes al acto; no lo estaba, y por eso opté por no alterar la programación del evento. Luego de que Pérez Gómez presentara el estudio, Fernández tomó la palabra. No pude escuchar todo lo que dijo; recibí un mensaje y debí ausentarme después de los primeros diez minutos de su exposición. Esto ocurrió el 17 de los corrientes.

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Un ejercicio inútil

Un ejercicio inútil

El estudio es prácticamente inútil, pues parte de un vicio insalvable: las cifras de votación sobre las que se funda el laborioso trabajo son de las últimas elecciones presidenciales (7 de octubre de 2012 y 14 de abril de 2013), no de elecciones municipales. La estructura, la dinámica, el significado político son distintísimos en una elección presidencial y una colección de elecciones municipales simultáneas. Pudiera argumentarse, claro, que las más recientes cifras municipales son demasiado antiguas: las de las elecciones del 23 de noviembre de 2008. En verdad, resultaría muy aventurado pronosticar a partir de sus resultados; a fin de cuentas, en cinco años ha corrido muchísima agua bajo el puente. Pero es que Pérez Gómez ni siquiera se molestó en considerar la elección regional del 16 de diciembre del año pasado, que pudiera ser más pertinente al haber sido más cercana al nivel municipal y más reciente que la elección nacional del 7 de octubre. Quizás prefirió no recordar la paliza recibida por la oposición a escasamente una semana del festejo navideño (ver La ruina de los jugadores), que fue de pronóstico; su espacio se contrajo a menos del alcanzado el 30 de octubre de 2004, al preservar únicamente la gobernación de Miranda. (Sólo otras dos gobernaciones dejó de capturar el oficialismo, y ambas fueron a manos de disidentes del chavismo: Henri Falcón y Liborio Guarulla). El PSUV obtuvo en diciembre, además de 20 gobernaciones, mayoría parlamentaria en 22 de 23 consejos legislativos estadales, incluyendo Lara y Miranda.

Al adoptar como base votaciones de carácter nacional, y sin decirlo, el análisis de Pérez Gómez mete la cuchara a favor de la peregrina tesis de Capriles Radonski: que las elecciones del 8 de diciembre próximo serían un plebiscito. Acerca de esto plantea dos escenarios principales, para los que no ofrece ningún valor de probabilidad (aunque dijo que el trabajo era esencialmente cuantitativo): que el oficialismo saque más votos en suma nacional que la oposición, que se dé el resultado inverso. En la sección final del libro de 152 páginas, los describe: «el oficialismo obtiene 15 nuevos municipios para un total de 254 con una mayoría general de 53% del registro electoral equivalente a 5,3 millones de electores», y «la oposición obtiene 20 nuevos municipios con una mayoría general de 51% del registro electoral nacional equivalente a 4,7 millones de electores». Tales cosas, repito, están fundadas en un análisis a nivel de votaciones en municipios de dos elecciones presidenciales, no municipales y ni siquiera regionales.

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Que las elecciones municipales pueden ser muy distintas de las elecciones nacionales, e incluso de las regionales, puede colegirse de las celebradas en 2008. En ese año, la oposición venezolana hizo que el gobierno perdiera terreno en materia de gobernaciones; venía de detentar sólo dos (Nueva Esparta y Zulia) y llegó a conquistar cinco (añadió Carabobo, Miranda y Táchira), para adjudicarse el 21% de las 23 del país. Pero fui el primer sorprendido del resultado a nivel municipal, y de esto dejé constancia en la Carta Semanal #313 de doctorpolítico (27 de noviembre de 2008):

…en contra de lo supuesto por esta publicación—“De hecho, luce probable que en términos porcentuales el avance opositor sea mayor en el ámbito municipal que en el estadal”—las candidaturas de oposición obtuvieron el 26% de las gobernaciones disputadas (tomando a la Alcaldía Metropolitana de Caracas como una), pero sólo el 18% de las alcaldías en juego (58 de 321, incluyendo la ganada por Antonio Ledezma). No hay ni uno solo de los estados del país en el que las opciones opositoras o disidentes ganaran una mayoría de las alcaldías. En Apure, Portuguesa, Sucre, Vargas y Yaracuy (más el Distrito Capital) ni una sola alcaldía recayó en candidatos de oposición o disidentes del chavismo.

Estos hechos están totalmente ausentes del estudio de Pérez Gómez, como también lo están dos importantísimos datos recientes: 1. que se ha registrado—IVAD, entre mayo y julio de 2013—un aumento marcado del segmento no alineado de la opinión nacional, en detrimento de los polos presuntamente plebiscitarios: oficialismo -1,1% para 34,8% de afiliación, oposición -3,4% para 23,2%, independientes (ni-ni, no alineados) +4,5% para ¡42% de afiliación! (ver en este blog A llorar p’al valle); 2. que las dos terceras partes de las candidaturas a alcalde admitidas por el Consejo Nacional Electoral no han sido postuladas ni por el oficialismo ni por la oposición (ver La bipolaridad es curable). Informaciones tan pertinentes como ésas no entran en consideración en los escenarios de Pérez Gómez, cosa que los hace definitivamente irrelevantes.

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Alcancé a escuchar de Eduardo Fernández la confirmación de esa bipolaridad y su adhesión a la lectura de las elecciones del 8 de diciembre como definitivas y cruciales. El 12 de este mes, en entrevista que me hiciera Manuel Felipe Sierra para su espacio en Noticias 24 Radio, dediqué 19 segundos a esta clase de declaraciones:

 Análisis – 12 de septiembre de 2013

No usó el término «plebiscito, pero Fernández dijo que el país estaba ante una disyuntiva: la de una implosión por causas principalmente económicas (en lo que tiene razón) y la «construcción serena de una alternativa democrática, una solución pacífica, constitucional, electoral, civilizada, popular». (Seis adjetivos).

Era práctica ritual de muchos economistas venezolanos reunirse en diciembre de cada año durante el segundo período de Caldera—usualmente en el IESA—para echar predicciones sobre la inflación y la tasa de cambio del año siguiente. Los periodistas hacían su agosto, pues cada economista de alguno de estos “paneles de expertos” estaba muy dispuesto a conceder declaraciones. La declaración estándar era algo más o menos como lo siguiente: “Lo que propongo es un verdadero programa económico integral, armónico, coherente y creíble”.

Ya el mero hecho de que tal afirmación se compusiera de un solo sustantivo y cinco adjetivos debía llamar a la sospecha. Pero, por otra parte, una sencilla prueba podía evidenciar que se trataba, en realidad, de una seudoproposición. La prueba consiste, sencillamente, en construir la proposición contraria, la que en este caso rezaría así: “Propongo un falso programa económico desintegrado, inarmónico, incoherente e increíble”. Resulta evidentísimo que nadie en su sano juicio se levantaría en ningún salón a proponer tal desaguisado. Ergo, la proposición original no propone, en realidad, absolutamente nada. (En Consenso bobo).

Lo municipal es muy importante, propuso Fernández, aduciendo que el 19 de abril de 1810 se dio el primer paso hacia nuestra Independencia con un hecho municipal, que habría sido continuado por la enfermedad del centralismo. (Había anunciado que haría algo de historia, en la que «tuvimos—plural mayestático—una participación protagónica». Aludía a su discurso del 5 de julio de 1987—pronunciado «desde la más alta tribuna de la República»—y recordó que entonces había propuesto una «democracia nueva»).

Bueno, como expliqué al comienzo, no pude escuchar todo lo que Fernández dijo, pero mientras lo oía reflexionaba: primero, antes de 1810 ocurrieron las rebeliones de José Leonardo Chirinos y Gual y España, así como la invasión de Miranda; segundo, el acontecimiento municipal del 19 de abril tuvo lugar en el centro, en la ciudad central de la Capitanía General de Venezuela y fue entonces, si se quiere, un hecho político «centralista»; tercero, la Primera República se estableció al año siguiente y los protagonistas de tal cosa no fueron los municipios sino las siete provincias representadas por estrellas en nuestra antigua bandera; cuarto, esa república fracasó en 1812 frente a las tropas de Monteverde, y sólo después de muchos hechos militares, nada municipales, lo republicano vino a estabilizarse en 1830. Oyéndole recordé, naturalmente, el lema de la «democracia nueva»—junto con el autoimpuesto sobrenombre del «Tigre»—de su campaña de 1988, adelantado para superar el «pacto social» de Jaime Lusinchi, otro eslogan que por entonces fenecía. Cuatro años más tarde, Fernández cumplía una promesa: la de ofrecer un «paquete alternativo» a la política económica de Carlos Andrés Pérez, casi unánimente rechazada en el país a las alturas de 1991. Entonces lo propuso, pocos días después de la asonada de Hugo Chávez: «una economía con rostro humano».

Eduardo Fernández presiente el colapso del actual gobierno, a lo que sucedería una nueva elección presidencial, y estima correctamente las carencias políticas de Henrique Capriles Radonski. Con todo derecho, cree que él sería el estadista indicado para aprovechar el hipotético vacío y construir pacientemente una «alternativa democrática y constitucional» etcétera; de aquí su actividad recientemente recrecida. Pero él, como también lo es muchísimo el chavismo, es la democracia vieja. LEA

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Sobre las consabidas ofertas de novedad política, vale la pena considerar esta demostración española (a pantalla completa):

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