LEA #349

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Por estos días corre, en predios donde el análisis político es sofisticado, una preocupación opositora por el efecto desmoralizador que pudieran tener resultados adversos, en las inminentes elecciones de concejales y miembros de juntas parroquiales, sobre el desempeño en las elecciones más cruciales y portentosas de la Asamblea Nacional.

Una tal inquietud no existiría, por supuesto, si no se temiera que el oficialismo volverá a arrasar en las primeras elecciones. Las referencias recientes no son, naturalmente, muy esperanzadoras. En el referéndum celebrado el 15 de febrero, el gobierno ganó en 281 municipios del país, mientras que la oposición solo logró triunfar en 54 de ellos.

Sin duda, la elección de concejales y miembros de juntas parroquiales no es lo mismo que un referéndum polarizador a nivel y escala nacionales. En principio, esos funcionarios están más cerca de los problemas del ambiente vecinal y urbano de los habitantes, y más alejados de las grandes cuestiones ideológicas que se dirimen en el teatro político general. La proximidad de los candidatos a sus comunidades les hace más evaluables en términos de su posible aporte a la solución de problemas más cotidianos e inmediatos.

No obstante, hay un efecto perverso de la conducta reciente del gobierno central sobre esa razonable presunción. Al haber enfilado, a partir de los resultados del 23 de noviembre de 2008, contra las alcaldías y gobernaciones ganadas por candidatos de oposición, al recortar o regatear los recursos de las mismas, emite una terrible señal: que la existencia de un acueducto o de una escuela municipal, que la eficaz vigilancia policial de los vecindarios, que la puntualidad del aseo urbano, va a depender de la sumisión de los concejales y miembros de juntas parroquiales a los designios del Palacio de Miraflores, por cuanto no habrá recursos para quienes le adversen; antes bien, experimentarían todo género de obstáculo y entorpecimiento. Ergo, por mero y sencillo interés local, convendrá votar por candidatos cuadrados con el gobierno nacional; sólo así llegarían los recursos para el asfaltado de nuestras calles o la construcción de las cloacas que necesitamos.

Se trata de una brutal política de deslealtad con el pueblo, aunque de probable eficacia electoral a corto plazo solamente. Porque, si elegimos a favoritos del chavismo porque nos darían la mejor probabilidad de que haya recursos para el trabajo sobre problemas municipales y parroquiales, y la realidad resultare ser de expectativas insatisfechas por incumplimiento, la factura política no se hará esperar, a interés compuesto, en subsiguientes elecciones.

A lo mejor el gobierno fue tan diabólico como para prever ese efecto perverso. A fin de cuentas, casi que se dedica exclusivamente a planificar confrontaciones y diseñar tácticas abusivas para reducir y maniatar a la oposición. Pero es una política que no prosperará a plazo mediano y largo: el pueblo aprende cuáles son los gobernantes que se conducen de manera gangsteril, el pueblo conoce cómo se comportan ciertos actores cuando tienen el poder.

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LEA #348

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Mientras ponemos atención a nuestros problemas políticos domésticos—y su irritante constancia ocupa buena parte de nuestra conciencia disponible—, grandes y preocupantes procesos ocurren en lo que que Adlai Stevenson llamó la nave espacial de la Tierra, quizás sin saber que Henry George ya había usado la metáfora Tierra-nave en su libro Progreso y pobreza de 1879.

En 1965 dijo Stevenson en discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Juntos viajamos, pasajeros de una pequeña nave espacial, dependiente de sus vulnerables reservas de aire y de suelo”. Es esta nave—por ahora única—la que se está recalentando.

El viernes de la semana pasada la revista Science publicó un estudio con el que un consorcio de científicos, dirigido por Darrell Kaufman, de la Universidad del Norte de Arizona, reconstruyó un registro de las temperaturas árticas, década por década, de los últimos dos mil años. El más escueto y brutal de sus hallazgos es el siguiente dato: la década de los años noventa del siglo veinte, ha sido la más caliente desde que naciera Jesús de Nazaret.

Los científicos obtuvieron innumerables muestras de sedimentos en catorce lagos del Ártico, que correlacionaron inequívocamente con otros dos marcadores: anillos en árboles y núcleos de hielo. Hasta el siglo XX, la tendencia de la temperatura del Polo Norte fue la de progresivo enfriamiento, como consecuencia de bamboleo de la Tierra en su órbita alrededor del sol.

Pero, en la última década, las temperaturas de verano en el Ártico han sido de 1,4 grados centígrados por encima de lo esperado según la tendencia referida, y 1,2 grados por encima de las registradas en 1900.

El culpable de esta historia, más probablemente, es la acumulación de gases de invernadero como resultado del empleo de combustibles fósiles, la deforestación y otras actividades humanas.  Uno de los coautores del estudio, David Schneider del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de los Estados Unidos, indicó: “Este estudio nos provee un registro de largo plazo, que revela cómo los gases de invernadero de las actividades humanas están abrumando el sistema climático natural del Ártico”. Somos nosotros quienes recalentamos el planeta, y no es tan fácil echar agua a su radiador.

¿Qué hace un país como Venezuela, productor y comercializador de combustibles fósiles, ante un problema de tan grande y peligrosa magnitud? En sistemas tan complejos como el clima, no todos los cambios son graduales. Hay algunos que son repentinos y masivos, como la enorme mutación que, hace unos 5.500 años, súbitamente transformó en lo que hoy es el desierto del Sahara lo que antes eran praderas que alimentaban animales que en ellas pastaban.

Es nuestra obligación examinar nuestra responsabilidad como nación en el problema inmenso del calentamiento planetario.

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LEA #347

Es de junio de 1986 el siguiente fragmento del suscrito:

No debiera prevalecer el poder sobre la autoridad, aunque éste haya sido el enfoque prevaleciente en Maquiavelo —“el fin justifica los medios”—y en la Realpolitik ejemplificada por el arquetipo de Bismarck.

Se conoce a dirigentes que logran articular un discurso moralista hacia fuera, como fundamento de una búsqueda facilista de la aclamación pública y que sin embargo, en medio de una campaña y en privado, sostienen el siguiente principio de moral política: “Lo único inmoral es no ganar”.

Son ejemplo clásico de la ya ineficaz postura política conocida como Realpolitik, la política “realista”. Su argumento límite va así: “A mí me gustaría que las cosas fuesen de otro modo, pero mi oponente, que en la práctica es todo aquel que no me esté subordinado, es una persona a quien debo entender como perpetuamente en procura del engrandecimiento de su propio poder como un fin en sí mismo, y convencido de que la base de su poder descansa sobre la amenaza y el empleo de la fuerza física o la coerción económica. Es así como estoy moralmente justificado, por autopreservación, para emplear cualquier medio de ganarle; es así como estoy moralmente obligado a ganar. Lo único inmoral es no ganar.”

El político que piensa de ese modo, o que por lo menos enfatiza demasiado los aspectos egoísta y codicioso en la imagen que se forma del otro, ha comenzado a ser anacrónico, y si se sustenta es sólo por la tendencia de los pueblos a que el logro de su felicidad sea al menor costo posible. Una revolución, un cambio repentino, es recurso que los pueblos preferirían no emplear. Por eso se sostiene el político de la Realpolitik. Porque sería preferible, en vista de lo profundo de los cambios que hay que hacer, que el relevo en el mando se hiciera gradualmente, para no añadir un cambio más. Es por tal razón que los pueblos esperan, primero, que sus gobernantes aprendan y entiendan, que sus gobernantes resincronicen y favorezcan los cambios. A menos que sus gobernantes decidan no cambiar, y entonces también todo el pueblo se pasa, por un trágico momento, al bando de la “política realista”. También le ocurre a los pueblos que en ocasiones se sienten moralmente obligados a ganar por todos los medios.

Es esto lo que se anda consiguiendo Hugo Chávez, aunque lo antedicho fuera escrito seis años antes de su emergencia golpista y fuera advertido a actores políticos distintos. Su intentona de 1992, por otra parte, no fue una acción de pueblo, sino el abuso de media docena de comandantes militares.

Pero ahora vuelve el enjambre ciudadano a estar a punto de convertirse en abejas africanizadas. Hace una semana, en la carretera de Tucacas, un vehículo con placas privadas, ocupado por guardias nacionales, terminó fuera del camino porque quiso adelantar a una gandola, que se movió inoportuna e inadvertidamente a su derecha. Del carro bajaron los guardias, amenazantes con las armas en la mano contra el conductor del camión. Se formó una poblada entre habitantes del lugar del incidente, los que procedieron a golpes contra los guardias. Éstos debieron huir con el rabo entre las piernas.

No son incidentes éstos ordenados por mesas opositoras. Es el pueblo que reacciona por su cuenta. Si el presidente Chávez piensa que sus recientes y múltiples atropellos provocarían una acción golpista en su contra, es bueno que piense más bien que está alborotando a todo el avispero ciudadano.

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LEA #346

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Por si no fuese suficiente el marcado crecimiento del rechazo interior a su régimen, las coordenadas internacionales se han estrechado significativamente para el presidente Chávez. Varios actores del mundo se disponen a tomarse en serio lo que Hugo Chávez realmente significa.

En muy sintomática decisión, el papa Benedicto XVI, por ejemplo, acaba de nombrar a quien fuera hasta hace nada el tercer hombre más influyente de la cancillería vaticana, monseñor Pietro Parolin—al que en el proceso elevó al rango de arzobispo—como nuevo Nuncio Apostólico en Venezuela. Es a este experimentadísimo diplomático a quien el Papa confía el delicado manejo de las relaciones de la Santa Sede con el gobierno venezolano, en momentos cuando la Iglesia Católica local se apresta a enfrentar el recrudecimiento de la Kulturkampf oficialista, una de cuyas expresiones es la aprobación de la Ley Orgánica de Educación. (El Arzobispo de Caracas, cardenal Jorge Urosa Savino, ha llegado tan lejos como excitar a los venezolanos a ir más allá de una mera protesta contra la ley, en su creencia de que un referéndum popular puede anularla).

Pero es sin duda la dinámica de las relaciones de Venezuela con Colombia el foco principal de los problemas exteriores de nuestro país. Es tanto así, que el pobre Manuel Zelaya ha desaparecido prácticamente de las pantallas de la cancillería venezolana, dado el grado de tensión y el sentido de inminencia que el gobierno confiere a su confrontación con el de Uribe Vélez.

Lo último que se le ha ocurrido a quien conduce nuestra política exterior ha sido entrometerse en terreno de la exclusiva soberanía de Colombia, al urgir a sus seguidores para que estrechen lazos con socialistas colombianos. (El domingo 23 de agosto, Últimas Noticias publicó las Líneas de Chávez—”¡Sabanas de mi cariño!”—, en las que puso: “Hoy, los pueblos de Venezuela y Colombia, que somos en verdad un mismo pueblo, debemos buscar en mayor profundidad esas comunes y heroicas raíces, para relanzar el proyecto unitario convirtiéndolo en poderoso movimiento gran nacional bolivariano”). Naturalmente, Colombia protestó las declaraciones de Chávez en la Organización de Estados Americanos y, también naturalmente, el embajador venezolano ante el organismo elevó sus propias acusaciones. El presidente venezolano ordenó a Nicolás Maduro, Ministro de Relaciones Exteriores, prepararse para la ruptura de relaciones con Colombia.

En el fondo de todo, es el anunciado acuerdo para ampliar el acceso militar estadounidense a siete bases colombianas—con el propósito ostensible de intensificar la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla—la raíz del malestar venezolano, aunque también el affaire de los cohetes antitanque de origen venezolano capturados a las FARC. (En sus “líneas” dominicales escribió el Presidente: “Vaya para todo el pueblo colombiano, una vez más, nuestra palabra solidaria, nuestro mensaje de aliento, de fraterna solidaridad ante el gigantesco atropello a su soberanía y a su dignidad, que no otra cosa es, en instancia primera, el horrendo hecho de la instalación de siete bases militares gringas en su territorio”).

Pero no es únicamente en Venezuela donde el plan Obama-Uribe suscita incomodidad. El senador colombiano Juan Manuel Galán opina que los términos del acuerdo colombo-estadounidense son ambiguos, y su colega Cecilia López que ese plan ha debido debatirse en el Congreso de Colombia, al preguntar por qué tanto secreto ha rodeado al acuerdo. (En el #344 de esta carta se tomó nota de la siguiente declaración del Secretario de la Conferencia Episcopal colombiana: “[Uribe] tendría que haber hecho una consulta y después tomar una decisión. Esto fue un poco un exabrupto y todos nos sentimos como invadidos, ya sentíamos como a los gringos alrededor”).

Ambos gobiernos, pues, escalan posiciones. El gobierno de Uribe, por caso, ha expresado interés en debatir en UNASUR el tema de la compra de armas por parte de gobiernos de la región, con la inocultable intención de cuestionar el armamentismo venezolano.

Ahora bien, si Venezuela ha interrumpido la relación comercial con Colombia y se apresta a cortar la diplomática, y si entiende que todo el asunto es una nueva trapacería del imperio de los Estados Unidos, ¿por qué, en aras de la consistencia, nuestro gobierno no suspende relaciones diplomáticas y comerciales con los Estados Unidos?

¿Pudiera explicar esto el maduro canciller?

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LEA #344

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Fue recibido por correo electrónico el lunes de esta semana por la noche. Decía ser un “análisis” compacto de la entrevista que Vicky Dávila, de la emisora colombiana RCN, hiciera al presidente venezolano el pasado sábado 8 de agosto.

La breve nota era completamente sesgada, insultante, vil. No tenía nada de analítico. Declaraba la derrota de Hugo Chávez a manos de la periodista, sin ofrecer otro fundamento que no fueran los insultos compuestos por autor anónimo. (Mandril y mono eran sus favoritos).

Para empezar, un examen desapasionado de los videos que Noticiero Digital puso a circular comprueba que Chávez salió bastante airoso del asedio, sin duda firme y valiente, de Vicky Dávila. Desde su paradigma revolucionario, Chávez machacó con eficacia su tesis: el planeado incremento de bases militares que se abriría a fuerzas estadounidenses en Colombia es una amenaza contra Venezuela, habida cuenta de la larga lista de intervenciones de los Estados Unidos en América Latina y su propia experiencia en 2002. Y nadie menos que el Secretario de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica colombiana, monseñor Juan Córdoba, declaró en Bogotá que Uribe “tendría que haber hecho una consulta y después tomar una decisión. Esto fue un poco un exabrupto y todos nos sentimos como invadidos, ya sentíamos como a los gringos alrededor”.

Algo tiene Chávez en la bola cuando el mismo Obama ha tenido que ocuparse de la acusación asegurando que no tiene los planes que Chávez le endilga. (Días después, por cierto, Obama neutralizó hábilmente las peticiones de mayor intervención estadounidense en Honduras, al destacar que quienes más la exigían eran los mismos que se quejaban de la actuación de su país en el continente, y sugirió que por eso mismo encontraba hipocresía en el reclamo).

Chávez, pues, explicó satisfactoriamente en la entrevista mencionada el asunto de las armas antitanque de origen venezolano encontradas en manos de las FARC y, citando a la ONU, expuso que Venezuela ha sido más eficaz en la lucha antidrogas desde que la DEA fue conminada a salir del país. Quienes quieren ver en la entrevista de RCN una derrota para Chávez están muy equivocados.

Por supuesto, Chávez está todavía más equivocado, e hizo gala de su falaz propaganda favorita. (Tuvo el tupé de decir que él era modesto). Por supuesto, Chávez es el mandatario más agresivo, irrespetuoso e insultante que ha padecido Venezuela en toda su historia. Pero esa insólita agresividad no debe ser combatida rebajándose hasta el nivel de su discurso cotidiano.

El correo aludido es una estupidez múltiple. Por un lado, no se combate odio con odio; por el otro, una pieza como ésa le da la razón a Chávez, le ofrece coartada. Quienes todavía guardan por él afecto considerable no pueden recibir de buenas insultos tan viles—en inglés se diría que cargan racial “overtones”—y tenderán más bien a congelarse en el apoyo que le ofrecen, lo que no está en el interés de la República.

Quien distribuyó la comunicación no parece ser su autor. Pasa, sin embargo, por ser cristiano ferviente y defensor de la interacción civilizada. Es doloroso ver cómo ha venido permitiendo que su alma se envenene, al punto que imita lo que más combate. Al hacerlo, derrota su propósito.

Irónicamente, con frecuencia envía correos en los que solicita se borre la dirección del remitente y el empleo de “copia oculta” si van a ser reenviados. (Para que el G2 local no se entere). Esta vez transmitió el “análisis” junto con unas 380 direcciones claramente estipuladas.

Ojalá quisiera meditar sobre este magnífico proverbio árabe: “La mejor venganza es ser feliz”.

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LEA #343

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El imperio, a pesar de su gran tamaño, se mueve como un peso pluma.

Para desactivar la potencialmente explosiva situación entre Henry Louis Gates Jr., profesor de Harvard, y su captor, el sargento Joseph Crowley, convocó una libación de cerveza entre estos litigantes y el Presidente y el Vicepresidente de los Estados Unidos. (Cada uno bebió una marca distinta).

Para sorprender a la preocupante dinámica de emponzoñamiento de relaciones con Corea del Norte, despachó a Pyongyang a nadie menos que el esposo de la Secretaria de Estado, el ex presidente William Clinton, quien regresó de Asia con dos periodistas liberadas por el régimen comunista, alegrando de paso a quien fuera su vicepresidente, Al Gore, pues las profesionales trabajaban para la organización del segundo. (Aunque el gobierno estadounidense se distanció de la misión de este Búfalo Bill, concedió un permiso federal al vuelo que sin él hubiera sido ilegal).

Y en el caso de Honduras ha dejado al gobierno venezolano en descampado. Mel Zelaya, que en su turismo de víctima—Jean-Bertrand Aristide no hizo viajes tan extensos—lleva su ridículo sombrero a Nicaragua, Costa Rica, Washington, Ciudad de México y Brasilia, no lo trae a Venezuela, y pide todo a los Estados Unidos. (El Departamento de Estado, por cierto, en carta de Richard Verma, Secretario Asistente para Asuntos Legislativos, a Richard Lugar, el senador republicano de mayor rango en el Comité de Relaciones Exteriores, ha dejado entrever su insatisfacción con Zelaya, señalándolo como provocador de su remoción, declarando que no endurecería sus sanciones contra el gobierno de facto más allá de lo ya hecho y exponiendo: “Nuestra política y nuestra estrategia para el compromiso no están basadas en el apoyo a ningún político o individuo en particular. Más bien, están basadas en encontrar una resolución que mejor sirva al pueblo de Honduras y sus aspiraciones democráticas”).

Son unos Estados Unidos bastante diferentes, y no puede negarse que tras el cambio está el impulso de Barack Obama, cuya popularidad doméstica, no obstante, ha descendido de modo muy marcado en las últimas semanas, principalmente por razón de la lentitud en la recuperación del empleo. (Ayer fue hasta Indiana, en una zona con desempleo de casi 17%, a mostrar su resolución: “Aun en los peores tiempos, contra las probabilidades más duras, nunca nos hemos rendido… No claudicamos. No rendimos nuestros destinos al azar. Siempre hemos soportado”).

La opinión pública es más favorable a Obama fuera de su país. El Pew Research Center concluyó recientemente encuestas en 24 países, y encontró que la confianza en que Obama lo hará bien en asuntos mundiales es el doble de la conferida a Bush en China, el triple en Japón y México y el cuádruple en Jordania y Egipto. Por primera vez en ese estudio, se registró más confianza en el Presidente de los Estados Unidos que en Osama bin Laden en países predominantemente islámicos como Egipto, Indonesia, Jordania, Nigeria y Turquía.

Lleva sólo seis meses de gobierno.

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