el blog de luis enrique alcalá de sucre

la política como arte de carácter médico (y otras cosas)

Donald Trump no es un político virtuoso

Un brillante concierto

Un brillante concierto

Hace ciento ochenta programas—en el #8 de Dr. Político en RCR, del 1º de septiembre de 2012—se trató el tema de cuál sería un político virtuoso. La lectura de una descripción de cuatro cualidades que pudieran ser tenidas por esenciales sirvió para evaluar el carácter político del Sr. Donald Trump, vistoso y peligrosísimo precandidato presidencial en los Estados Unidos de Norteamérica que no tiene ninguna de las enumeradas. Lectura de algunas estipulaciones de mi código de ética política. Una tercera visita de P. I. Tchaikovsky nos trajo su amable Vals sentimental y el tema triunfal del primer movimiento de su Concierto para violín y orquesta. Abajo el archivo de audio de la emisión #188:

LEA

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Mis roces con la corrupción

De la Guerra Civil Española

Antes y después de la Guerra Civil Española

 

El político que tiene el poder en sus manos es, por su misma posición, un inevitable modelo de conducta. Si es deshonesto se convierte en modelo de deshonestidad, y daña así el temple moral de la sociedad entera. Convierte a la comunidad en organismo cínico, desvergonzado, que se siente autorizado a la corrupción porque sus hombres más encumbrados se conducen deshonestamente.

El político virtuoso

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El primero fue mientras trabajaba en una empresa industrial en tiempos de cambio de gobierno.* Mi jefe me pidió que atendiera al sobrino del recientemente nombrado presidente de una industria pública nacional, que producía una materia prima que necesitábamos.

Acepté el encargo e hice preparativos para recibirlo: poco antes de la hora fijada, encendí el dictáfono que guardaba en una gaveta de mi escritorio. Un regordete joven en sus veinte años, trajeado de seda y con voluminoso reloj de oro en la muñeca, me participó el nombramiento de su tío y comentó luego que había escasez del material en cuestión, pero que su tío presidía el instituto que fabricaba la materia prima producida por la empresa dirigida por su tío en momentos en que no se la conseguía, aunque, claro, su tío… y así circularmente. Dos veces lo felicité por el nombramiento de su pariente y le dije: “Sr. Sutano: si no hay corrupticrato de sodio no lo hay para VVVV (la empresa en que yo trabajaba), ni para XXXX, ni para YYYY ni ZZZZ (nuestros más importantes competidores), y si hay corrupticrato para VVVV entonces debe haberlo para XXXX, YYYY y ZZZZ”. El sobrino no pudo desalojarme de esa posición y nunca llegó a formular el negocio que tenía en mente: “Yo les consigo tantas toneladas de corrupticrato y ustedes me dan tanto”. Nos despedimos y ya. Bueno, enteré a mi jefe de lo acontecido y él aprobó mi conducta.

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Construyendo un documento

Construyendo un documento

El jefe de un gobierno regional logró convencerme de que le ayudara en la composición de su primera memoria y cuenta al cuerpo legislativo de rigor. Recibí de sus asistentes montones de papeles y cifras. Con relativa prontitud encontré en ellas una discrepancia: dos de las agencias de su gobierno reportaban números distintos de camas hospitalarias instaladas en el último año en su circunscripción; la diferencia era muy marcada. Le pregunté entonces cuál de las dos cifras era la correcta y obtuve esta recomendación: “Ve a hablar con Mengano (uno de los administradores de su despacho) y él te resuelve el asunto”.

A la tarde siguiente fui a la lóbrega oficina de Mengano; salvo la iluminación que caía sobre su escritorio desde una lámpara de mesa, el recinto estaba sumido en la penumbra, pues hasta las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas. En conocimiento del problema, abrió un cajón y puso frente a mí los reportes que serían fidedignos. Pero mientras yo copiaba cifras a duras penas, oí que me decía: “Me enteré de que quieres hacer un posgrado en los Estados Unidos”. Tenía razón y le contesté: “Es verdad; la Universidad de Stanford me ha admitido en su Maestría de Ciencias Políticas; pienso irme en agosto”. (Estábamos en febrero, y nunca la cursé).

Seguí en mi dificultosa labor de amanuense sin luz y sentí que abría otro cajón de su escritorio, de donde sacó un listado en filas verdes y blancas que colocó sobre la mesa. Entonces declaró: “¡Pero un Luis Enrique Alcalá no puede estar en Stanford con menos de 3.000 dólares al mes!” Recuerdo haber pensado: “¡Caray! ¿Será que hay becas gubernamentales de ese monto?” Él prosiguió: “Mira acá, fíjate: esta es una cuenta de nosotros en el banco tal y cual. Allí tenemos esta cuenta corriente con n millones de bolívares que no se moviliza hace más de dos años. Mira esta otra: n + 5 millones que no perciben interés ninguno; estamos perdiendo dinero. Si tú te consigues el banco, yo puedo poner eso en depósito a plazo fijo y acepto 6% de interés—en la época, tales depósitos percibían 9%—, te da 2% a ti y ¡se gana 1% en la operación!” Llegó a calcular cuánto sería el monto que tendría que depositar para que su 2% en bolívares equivaliera a 3.000 dólares mensuales por el año de la maestría a la tasa de 4,30. No recuerdo la cifra.

Cerré mi cuaderno y le dije para despedirme: “Ya tengo los datos que me hacían falta. Gracias. Adiós”. Salí del fotofóbico recinto y caminé tres cuadras hasta el despacho de su jefe, en el que entré sin anunciarme para espetarle: “¡Oye lo que acaba de ofrecerme Mengano!” El gobernador hizo su teatro: “¡No puede ser! ¡Llámenme a Mengano inmediatamente!”, en instrucción a su grupo de secretarias. Ninguna pareció ser capaz de encontrarlo.

Mengano continuó en su estratégico oficio al menos dos años más. Nunca fue removido del cargo, e ignoro si fue reconvenido siquiera. ¿Qué habrían ganado él o su jefe si yo hubiera aceptado el redondito negocio? Dos cosas, supongo que creían: la compra de mi lealtad y tenerme en una lista de gente controlable por chantaje.

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Ahora especificaré sitios y fechas, igualmente sin nombres, pues lo que narraré de seguidas acaeció a mi paso por la Secretaría Ejecutiva del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, entre enero de 1980 y marzo de 1982.** (La única función pública que he ejercido, si no cuento mi empleo en PDVSA—una compañía anónima—a partir de ese último mes y mi anterior asesoría ad honorem al Consejo Nacional de Seguridad y Defensa en 1976 y 1977).

De gratísimos recuerdos

De gratísimos recuerdos

Habrían transcurrido unos diez días de mi ingreso, cuando se presentó en mi oficina un funcionario de la organización; iba a comunicarme que quería coordinar conmigo la celebración de mi cargo: una fiesta en mi casa a la que podría invitar a familiares y amigos y, naturalmente, a unos pocos ejecutivos del CONICIT, empezando por su Presidente. La institución correría con todos los gastos. Como con el sobrino del corrupticrato, me puse bruto; le dije, pues, que no entendía por qué el organismo para el que ambos trabajábamos debía sufragar lo que a todas luces sería un festejo de carácter privado. Mi interlocutor se retiró visiblemente frustrado.

Unos dos meses después lo cité a mi oficina, y en esta ocasión le indiqué que un vehículo del CONICIT que estaba asignado a quien, un buen tiempo antes que yo, fuera su Secretario Ejecutivo—yo no era su sucesor inmediato—, ya no debía continuar prestando servicios (con chofer y todo) a quien ya no laboraba con nosotros. Tampoco le gustó eso, pero no tuvo más remedio que obedecer.

Lo siguiente fue de naturaleza enteramente distinta. Otro funcionario a mi cargo se apersonó en mis predios para presentarme una empleada que acababa de contratar. Se trataba de una mujer verdaderamente hermosa, recién graduada universitaria. Una vez más, no comprendí el objeto de la presentación y no pensé más en la visita, hasta que uno o dos meses después fue la joven quien solicitó directamente que la recibiera. Se sentó en un pequeño sofá de mi oficina y me dispuse a escucharla desde un sillón contiguo. No tardé mucho en percatarme de que la despampanante dama tenía abiertos dos botones de su blusa, y de que no usaba sostén; al hablarme, se inclinaba para regalarme la perturbadora vista de un busto verdaderamente maravilloso. Muy pronto le dije que tenía otras ocupaciones y la despedí. (No de su cargo, sino de mi oficina, pues no me quejé del incidente ante su jefe).

En vena parecida, una cierta pareja de ejecutivos que me respondían directamente viajó conmigo a Washington, en visita a la National Science Foundation del gobierno estadounidense. Una noche, acepté su invitación a un bar de la ciudad, no sin advertirles que la bebida no era una de mis aficiones. Me llevaron a un sitio en el que se exhibían jóvenes enteramente desnudas que hacían piruetas en la consabida barra vertical que iba del techo al piso. Después de compartir con ellos un trago, salí del establecimiento alegando cansancio de un día de mucho trabajo.

Los mismos personajes intentaron entonces otra aproximación. Uno de los dos me dijo que su hija se había casado con un alto ejecutivo petrolero en un país extranjero, y que éste se hallaba en posición de asignarle una cuota personal de varios miles de barriles de petróleo para que los colocara con ganancia apreciable. Vinieron a ofrecerme una participación en el negocio, pidiéndome que saludara al dispendioso yerno en un telefax que yo debía dirigirle directamente. Una vez más, pude torear la confusa proposición y me negué a comunicarme con alguien desconocido acerca de algo que no me interesaba y no tenía la menor conexión con mis ocupaciones.

Más tarde, uno de la pareja me informó que el CONICIT disponía de fondos de reserva suficientes como para adquirir una sede propia, cuando la institución funcionaba apretadamente en un edificio alquilado en localización no muy cómoda. (Los visitantes debían estacionar en la calle, a veces a buena distancia de nuestra sede, pues nuestro minúsculo estacionamiento se llenaba con los vehículos de los trabajadores). Eso sí me interesó, por lo que llevé la posibilidad al Directorio que me supervisaba.

En poco tiempo, teníamos una media docena de ofrecimientos: dos pisos en una famosa torre de la Avda. Andrés Bello que estaba por estrenarse, un edificio industrial en La Urbina, otro en Boleíta, otro que me ofreciera un familiar con insinuación de que yo sería compensado si promovía y lograba su compra… uno que me pareció funcional y dignísimo en Las Mercedes. En visitas con otros funcionarios a las varias edificaciones, a veces acompañado del Presidente, no oculté mis preferencias, y siendo su precio conmensurable con los fondos disponibles, pareció que esa opción sería la escogida, decisión que correspondía al Directorio, no a mí. En camino a la decisión, recibí dos ofertas concretas de engrasamiento; la más tentadora era un cheque por un millón y medio de bolívares. (En la época, casi 350 mil dólares). Ambas las rechacé, e informé de tal cosa a uno de los miembros del Directorio, quien era viejo conocido mío.

El gran señor de la ciencia

El gran señor de la ciencia

Una década después conversaba con un querido amigo, ya fallecido, acerca de mis posibilidades políticas, y en algún momento me dijo explicando mis dificultades: “Es que a ti te hizo mucho daño lo del CONICIT”. En tal ocasión, creí que se refería a mi pretensión infructuosa por la Presidencia del CONICIT en 1982. El fundador de la institución, el Dr. Marcel Roche, me pidió una cita para decirme: “Luis Enrique: toda la comunidad científica sabe quién ha sido en los últimos años el Presidente del CONICIT; eres tú quien ha revolucionado el organismo”. Esa visita, además de inflar mi ego, excitó mi ambición, e hice saber al Ministro de Estado para la Ciencia y la Tecnología que me gustaría ser promovido a ese cargo en la inminente renovación del Consejo. No tuve, previsiblemente, el menor éxito.

No fue sino mucho después de mi intercambio con el difunto amigo cuando pensé que ha podido estar insinuando algo distinto. En el tiempo de búsqueda de sede para la agencia principal de la ciencia y la tecnología venezolanas, alguien dijo en sus pasillos que yo recibiría dinero por la compra. En verdad, un día antes de la sesión del Directorio que rechazaría al edificio de Las Mercedes—más tarde adquirido por otro instituto del gobierno—, atendí a su dueño sin testigos minutos antes de la incorporación de otros funcionarios. Esa vez, lo que hice fue exprimirlo un poco más luego de que hubiéramos arribado a un acuerdo sobre el precio: le arranqué un compromiso de construir un baño adicional para los empleados a su costo. El competente ingeniero venezolano que poseía el inmueble permitió que le torciera el brazo, y jamás me hizo una oferta de ningún otro tipo. Siempre ha sido un caballero.

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Mi último roce con la corrupción ocurrió el año pasado. Fui invitado a jugar dominó en un club caraqueño, y a la mesa se acercó Fulano, un personaje que, por cierto, había trabajado en el CONICIT en mis tiempos de Secretario Ejecutivo. De pie al lado mío, pronto comenzó a ofrecer explicaciones que nadie le había pedido: “Mi hijo sí guisa”. (El hijo tiene fama de boliburgués que desempeñó cargos importantes en las administraciones de Hugo Chávez; aparentemente, compró un edificio entero para usarlo como vivienda para él solo y su familia inmediata—recientemente supe de un caso similar—, luego de inducir con violencia la venta y desalojo de apartamentos del resto de inquilinos). “Bueno—prosiguió Fulano—, yo sí he guisado. Pero yo guisaba así: le decía a un suplidor: me das el producto al mejor precio y con los mejores tiempos de entrega y… de lo que te ganes me das un poquito”. Cuando lo conocí no tenía autoridad para algo parecido; lo que describió habrá sido conducta posterior.

Le hice notar que nos estaba distrayendo del juego y pedí que nos permitiera la concentración. Algún gesto acompañante de disgusto habrá hecho que callara y se alejara poco después.

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El Índice Njaim

El Índice Njaim

La Ley de Salvaguarda del Patrimonio Público fue promulgada en diciembre de 1982. Al año siguiente, la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela organizó un simposio sobre el tema, y a él llevó el Dr. Humberto Njaim, a la sazón miembro de su Instituto de Estudios Políticos (después su Director; hoy Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas), una ponencia que llevó por título Costos y Beneficios Políticos de la Ley Orgánica de Salvaguarda del Patrimonio Público. Allí ofreció dos estimaciones: el régimen de Pérez Jiménez incurrió en peculado equivalente a 1% del Presupuesto Nacional; el período democrático habría sustraído entre 1958 y 1982 un montante de 1,5% del mismo. (Una vez me dijo un taxista a quien comentaba estas cosas: “¿Tan poquito?” Le hice notar que el Presupuesto de la Nación era entonces—en los primeros días de Chávez—de 20 billones castellanos de bolívares, por lo que uno y medio por ciento representaba ¡300 mil millones de nuestra moneda en un solo año! Luego le hice ver que era una buena noticia que no se hubiera robado 98,5% del presupuesto, y que no podía sostenerse que un tumor execrable de sólo 1,5% de tamaño era la explicación de nuestro atraso, lo que era su tesis. El hipotético peculado venía alcanzando a 32 bolívares diarios por habitante, o el valor de media arepa rellena en 1999; con eso no salíamos de la pobreza).

Mi estimación de la corrupción del chavismo-madurismo es que esos niveles pudieran haber ascendido a 5% del Presupuesto Nacional, lo que monta a cantidades descomunales. A tres economistas destacados pedí hace un año sus propias conjeturas, pues ninguno de ellos conocía una medición hecha a conciencia. Uno solo aventuró la cifra de 10%, luego de explicarme que los períodos antes y después de 1999 eran incomparables, pues ahora existían fondos opacos que no están incluidos en el Presupuesto Nacional. Sea que su más competente estimado sea la cifra correcta o que sea la mía mejor informada, se trata de un peculado monstruoso. Aun así, no creo que sería tarea de un Presidente que pudiera sustituir a Nicolás Maduro a breve plazo una cacería de corruptos. Para eso está nuestro Poder Judicial, admitiendo, claro, que se trata de un poder también corrompido. En todo caso, contesté una pregunta del semanario La Razón de este modo (el 29 de junio de 2015):

Hay quienes afirman que existen factores dentro de la MUD que en función de sus intereses políticos y pecuniarios, juegan a favor del gobierno. ¿Qué habrá de cierto en ello?

Mi aproximación a la política es clínica. Si un médico intentara curar un hígado enfermo tratando célula por célula se volvería loco; por eso no me intereso por la chismografía política acerca de actores particulares. Si tuviera que descalificar a algún actor político no lo haría por su negatividad, sino por la insuficiencia de su positividad. No me intereso por esa clase de asuntos.

Del mismo modo que no compete a la Asamblea Nacional la promoción de la cesantía de Maduro, tampoco es asunto del Ejecutivo Nacional el enjuiciamiento de venezolanos por causa de robo a la Nación. Claro, el Presidente de la República nombra al Procurador General con autorización requerida de la Asamblea Nacional. (Artículo 247 de la Constitución Nacional: “La Procuraduría General de la República asesora, defiende y representa judicial y extrajudicialmente los intereses patrimoniales de la República…”) LEA

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*En una de las aventuras de Sherlock Holmes imaginada por Enrique Jardiel Poncela, el gran detective recibe una botella lanzada al mar con un mensaje escrito en un papel. En éste se le comunica que el remitente se encuentra extraviado en el Polo y le ruega que venga en su rescate, y se añade: “No le diré en cuál de los dos polos para picar su curiosidad”. La anécdota puede ser de 1969 o 1974, años de nuevo gobierno cuando trabajaba en Corimón. Ahora me he perdido en alguno de los polos, de los años.

**Esta nota se formó en mi cabeza a raíz del reciente fallecimiento de Pedro Rodríguez, el inolvidable Secretario de Actas del Directorio y el Consejo del CONICIT. Fue un dulce, inteligente y divertido personaje, además de leal y amistoso compañero. La hija primera de mi señora y yo nació bellísima en mayo de 1980, y la llevé con orgullo a mi oficina para exhibirla sobre una mesa en su portabebé. Allí vinieron a verla mis compañeros de trabajo como pastores o Reyes Magos, y Pedro la bautizó como “Estrella de la mañana” (Morning star). Comentando su deceso con mi esposa, ella recordó la oferta que recibí para que favoreciera a un cierto edificio en la búsqueda de sede para la institución y me aconsejó: “Escribe esas cosas”.

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Quizás convenga añadir lo siguiente: a mi llegada en enero de 1980, el CONICIT tenía un poco menos de 350 empleados en total. (¡11 más que PDVSA para manejar un presupuesto que a duras penas se acercaba a 70 millones de bolívares!) En dos años, sustituí a tres, uno despedido y dos renunciados—uno de estos últimos era el de la fiesta en mi honor y el carro para un cierto líder adeco—, y creé dos posiciones adicionales. Esto es, boté sólo a un empleado—él insistía tercamente en que la Dirección de Política Científica de la institución debía regirse por principios marxistas (presuntamente científicos; en el futuro, la cosa emergería con Chávez)—y básicamente hice mi labor con los empleados que encontré, que fueron contratados por administraciones previas de gobiernos de Acción Democrática. Supe que en los baños de nuestras oficinas se comentaba: «Este Luis Enrique es bien pendejo. Si nosotros hubiéramos ganado las elecciones hubiéramos sacado con tractores hasta el último copeyano ¡y el bolsa no nos saca!» No pasó mucho tiempo sin que aprendieran a respetarme y hasta quererme. («Por accidente biográfico había sido un insólito copeyano, pues mis padres me inscribieron en el colegio de La Salle en La Colina cuando tenía seis años de edad. Allí estudié hasta egresar como bachiller en 1959. Es así como a los quince años cobro conciencia política con el derrocamiento de Pérez Jiménez, mientras me encuentro en un ambiente naturalmente inclinado a adoptar la perspectiva socialcristiana. Siendo yo un ‘extremista del centro’, como años más tarde trataba de explicar a compañeros de universidad, la equidistancia copeyana del liberalismo y del marxismo convenía a mi temperamento. Así, pues, desde 1958 había tenido una episódica y semiclandestina simpatía o militancia verde. Para 1983 no me había separado del Partido Socialcristiano COPEI». En KRISIS – Memorias prematuras).

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À propos Caldera

Caldera y mi suegro estrechan sus manos

Caldera y mi suegro estrechan sus manos

 

En una de mis visitas al Dr. Rafael Caldera en sus oficinas del Escritorio Liscano, en 1990, quise expresarle mi empatía con su tenaz «postura de centro izquierda frente al imperio de una insolente moda de derecha» (ver en este blog El orgullo de ser venezolano), expresada concretamente en su exitosa conducción de la reforma a la Ley del Trabajo. (La original, de 1936, fue mayormente su obra, cuando tenía sólo veinte años de edad). Ese día le dije que cuando los más importantes líderes políticos parecían haber adoptado el punto de vista neoliberal, él era «el único que arrimaba una bola al mingo de los trabajadores», lo que a la postre resultaría ser una premonición. Una persistente inclinación mía a la travesura, sin embargo, me hizo aguarle la fiesta del elogio, al decirle: «Ahora, Dr. Caldera, permítame opinar que éste es un país sobrelegislado, y no estoy seguro de que una ley de más de trescientos artículos sea una buena idea». El sereno maestro no se inmutó, pero más tarde me cobraría la insolencia.

Mi señora asentó la factura en su blog (lamentablemente inactivo, por los momentos), en nota—Los juegos que nos unen—de la que tomé prestada la fotografía y que reproduzco entera a continuación:

El libro que Armando Sucre Eduardo sostiene con la mano izquierda está ahora en poder de mi esposo: El Arte de las 28 Piedras, de Alfredo Fernández Porras. (Muerto mi padre, mi mamá se lo regaló). Eduard Petreñas, Presidente fundador de la Federación Internacional de Dominó, ha escrito de él y de su obra: “Sabio del dominó y autor de un libro que es el catecismo dominocístico de muchos campeones. Es arte, el mejor pentagrama, el mejor libreto”, y el Presidente de la Federación Rusa de Dominó llamó al libro «la Biblia del Dominó». La obra recibió su bautizo en el Club Camurí Grande el 19 de noviembre de 1996 (ocasión que registra la fotografía), cuando ya el país había capeado la crisis bancaria que debió enfrentar Rafael Caldera al comenzar su segunda presidencia. En la dedicatoria puso Alfredo: «A mi gran compañero de lid». En efecto, tal vez hayan sido él y mi padre la pareja de dominó ganadora más brillante en la historia del club.

El Dr. Caldera fue el prologuista del libro y un razonable jugador de dominó, amén de miembro de Camurí. (El apartamento de él y Doña Alicia quedaba al extremo oeste del piso 6 del edificio Miramar, a pocos metros del 604, el de mis padres). Y hay una larga relación Caldera-Sucre; mi tío Andrés firmó el 13 de enero de 1946, junto con Caldera y una docena de primigenios socialcristianos, el acta constitutiva del partido COPEI en los altos de la Lavandería Ugarte en la Plaza de la Candelaria. Por su parte, Armando fue el pediatra de los Caldera-Pietri, y recibió el encargo de dirigir el Hospital de Niños J. M. De Los Ríos de manos de su amigo-presidente. (Ya había ejercido la Dirección de la Maternidad Concepción Palacios).

Antes de jugar dominó por las tardes, la rutina del club comenzaba para los varones mayores con el juego de bolas criollas al final de las mañanas, y Caldera, así como mi tío y mi padre, gustaba de intentar arrimes y boches. Una vez en la que mi esposo logró superar todas las bolas del Presidente de la República, éste declaró sin que viniera a cuento: «Luis Enrique es amigo mío, pero su suegro Armando es más amigo mío que él». Más allá de un buen número de votos, Caldera no ganó nada notable en Camurí, ni en bolas ni en dominó; ni un bingo, que se recuerde.

En cambio, como quedó dicho, Armando Sucre siempre estuvo en el podio de ganadores. Alfredo Fernández da cuenta de tal cosa en el apéndice de su libro: El dominó en Camurí.

Como caso excepcional es menester mencionar que Armando Sucre y Gustavo Márquez llegaron a ganar cinco torneos en menos de cinco años y por lo tanto son dignos de figurar en nuestro cuadro de honor y en los anales de la República [de Camurí]. Más aún, los últimos tres campeonatos ganados por esta pareja fueron en serie: Carnaval 85, Semana Santa 85 y Batalla de Carabobo 85. Ésta ha sido una de las grandes hazañas protagonizadas por una pareja en el Club. Como dato curioso, en el primero de los campeonatos ganados por Armando, inicialmente estaba comprometido con Julio Pacheco, quien no pudo acompañarlo. Así, entonces y telefónicamente, Gustavo y él acordaron hacer la poderosa llave. Más tarde Armando Sucre ha sido mi compañero de triunfos y derrotas. Ganamos tres torneos y desde 1994 no hemos podido alcanzar otro primer lugar. Ya lo lograremos.

Dos veces más lo menciona por manos inusuales en el mismo epílogo: «El Dr. Armando Sucre en dos oportunidades levantó 69 tantos en una mano, es decir, el máximo posible de levantar en siete piedras». Luego: «Muy curiosa resultó una mano jugada por la pareja conformada por el Dr. Carlos Obregón y Carlos Luis Peyer, contra la pareja integrada por el Dr. Armando Sucre y Germán Chuecos. El salidor fue Germán. Carlos Obregón jugó y pasaron los jugadores #3 y #4, y por el resto de la mano sólo intervinieron Obregón y Chuecos. Al terminar la misma los jugadores #3 y #4 conservaron las siete piedras. Ganó el jugador #2. Un caso realmente raro». (Sortario, el pediatra).

Otra generación Sucre es asimismo reseñada en el libro de Alfredo, quien cierra su obra con esta anécdota:

El cuento comienza con un campeonato de bolas criollas, en el que la final se juega a sangre y fuego, siendo uno de los equipos el conformado por Christian Borberg, Luis Valera, Ernesto Gramcko, Francisco Colonelli y Ricardo Castro. Este último, casado con Andreína Sucre, hija de Armando, estaba junto a ella, para aquel momento esperando un bebé: su primer varón después de dos hermosas hijas, Andreína e Isabella. Ante una jugada fundamental, Christian, uno de los mejores gineco-obstetras de Venezuela, le ofrece encargarse del parto, sin costo alguno, con la condición de que Castrico sorteara con felicidad una difícil jugada. Ricardo lo consigue y Christian, siempre atento a los llamados de su vocación, caballerosamente cumplió su palabra, en la ocasión en que nació Manuel Ignacio Castro. Hoy, el varón de la dinastía Castro Sucre.

En la quinta La Veguita hemos hecho dos torneos en memoria de Armando, con piedras que fueron de él y libretas con su nombre—mi esposo las mandó a imprimir en 1980 en la prensa del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas—y prácticamente todas las semanas se juega con la asistencia de mis cuñados. Mi marido admite que ya juego mejor que él, cuidándose al calificar: «Eso no es nada del otro mundo». En efecto, dos meses después de nuestro matrimonio, papá invitó a Luis Enrique a jugar con él en la verbena del Colegio San Ignacio de 1979. Lograron llegar al juego final contra mi tío Bernardo y el Cachete Medina, después de derrotar en zapatero a la pareja previa. Las partidas se jugaban a 150 puntos, e iban ganando 130 a 30, o algo así, cuando Armando pensó largamente antes de cerrar un seis indicando, of course, que tenía unos cuantos más. Cuando tocó el turno a su novato compañero, éste trancó la mano para una pérdida segura, cantada. No contento con eso, repitió la misma cosa en la mano siguiente, cuando mi padre pensó de nuevo largo tiempo antes de cerrar un cinco. Bueno, después no de uno sino de dos errores vino el hit, y Medina y Sucre (tío) se alzaron con la copa. Al regresar a la casa, papá entró furioso y me dijo: «¡Ese marido tuyo no sirve pa’un carajo!» NS

Recuerdo haber tomado la sentencia del patio de bolas como una velada advertencia; su significado habría sido: «Mira carajito: te tengo en la lista gris. Cuidado con pasar a la negra». Ahora que lo pienso, creo muy probable que la prodigiosa memoria del Dr. Caldera haya recordado lo del «mingo de los trabajadores» y la admonición haya salido sola, pues se produjo cuando él y varios esperábamos el arrime final alrededor del de Camurí. LEA

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Que no quepa duda

Estrenando programa

Estrenando programa

No creo que haya sido satisfactoria la respuesta de Nicolás Maduro a Ernesto Villegas en el programa Siete Preguntas, que éste conduce en Telesur, acerca de la sospecha de su doble nacionalidad.

Por una parte, reafirmó haber nacido en Caracas, pero sobre la cuestión de la nacionalidad de su señora madre adoptó una postura evasiva: «Mi mamá es familia de fronteras, en todo caso, a mí no me gusta estar refiriéndome a mi mamá. Yo la amo mucho, demasiado, como para estar tratando de caer en la charca que crean ellos [el canal colombiano Caracol]. Mi mamá es sagrada, y de ella sólo hablo desde mi corazón y hacia adentro». (Según nota de El Universal, cuyo sumario dice: «El jefe de Estado, Nicolás Maduro, reafirmó este lunes que es venezolano, ante los rumores sobre su supuesta nacionalidad colombiana. Sin embargo, no aclaró la nacionalidad de su madre»).

Antes se ha puesto en duda el lugar de nacimiento de Maduro. En 2013, el exembajador de Panamá ante la OEA, Guillermo Cochéz, presentó a la cadena colombiana NTN24 una supuesta partida de nacimiento del presidente Maduro y declaró: “Maduro nació en Cúcuta el 22 de noviembre de 1961 y no en Caracas”. Poco después, la Registraduría de Colombia investigó el documento presentado por Cochéz y llegó a la conclusión de que era falso, según informó Carlos Alberto Arias, Director Nacional de Identificación, quien señaló varias inconsistencias e irregularidades en la “prueba” de Cochéz. Pero el asunto ya no es dónde nació quien ahora ejerce la Presidencia de la República, sino si posee la nacionalidad colombiana porque sería hijo de mujer de esa nacionalidad. El Artículo 41 de la Constitución es muy claro: «Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad, podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República…» etcétera. La elección de Maduro sería nula, y nulos sus actos como Presidente, si fuese a la vez venezolano y colombiano que no hubiera renunciado a esta última nacionalidad.

Según argumentaron exrectores del Consejo Nacional Electoral en comunicación dirigida a Tibisay Lucena el 4 de este mes, Nicolás Maduro declaró a los fines del acta de defunción de su madre que ella había nacido en Rubio, estado Táchira. Luego añadieron: «…es público y notorio que la madre de Maduro no nació en el Táchira, sino en Colombia», sin aportar pruebas de tales publicidad y notoriedad. ¿Creía Nicolás Maduro en 1994, año del deceso de su progenitora, que algún día sería Presidente—o Vicepresidente Ejecutivo de la República, o Canciller o Presidente de la Asamblea Nacional—y que le convenía mentir en día tan doloroso cuando le habría bastado renunciar a su presunta nacionalidad colombiana?

Pero ¿qué significa «Mi mamá es familia de fronteras»? Eso no es suficiente; estando las cosas como están en el país, pienso que es obligación política y moral del presidente Maduro aclarar este asunto, de una vez por todas, en modo fehaciente. Si ama «demasiado» a su madre, eso es lo que debe hacer, y si no puede tranquilizarnos con sus decretos de emergencia económica, al menos que lo haga sobre esta cuestión. LEA

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Programa de agenda variada

Convocados a sesión dominical

Convocados a sesión dominical

 

La entrega #187 de Dr. Político en RCR manejó una amplia variedad de temas, desde la estrategia mixta de la Mesa de la Unidad Democrática para lograr la terminación anticipada del actual gobierno hasta el propuesto referendo sobre el socialismo, aclarando que los referendos consultivos sí son vinculantes. Hay que negar la prórroga de un innecesario decreto de emergencia económica. Con el mayor respeto, se sugirió a los electores del estado Bolívar considerar la revocación del mandato de su gobernador. En el mes de Tchaikovsky, sonaron en esta ocasión un fragmento del Adagio inicial del primer movimiento de su Sinfonía Patética y otro de su tercero: Allegro molto vivace. Como siempre, acá está disponible el archivo de audio de esta nueva transmisión:

LEA

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El orgullo de ser venezolano

Portada del libro recién editado

Portada del libro recién editado

Tuve en suerte de infancia ser vecino de Puntofijo, la casa de la 1ª Transversal de Las Delicias de Sabana Grande (hoy Avda. Solano López) de la familia Caldera-Pietri. En la historia política nacional, se ha inscrito indeleblemente porque alojó el pacto trascendental que parió en 1958 la república civil venezolana:

El Pacto de Punto Fijo era un acuerdo para echar las bases del sistema democrático en un país que, en toda su historia, sólo tuvo elecciones universales en 1947—anuladas rápidamente por otro golpe militar en noviembre del año siguiente—, y difícilmente podía incluir a un partido (PCV) que sostenía como punto de fe programática el esquema marxista-leninista para el establecimiento de una dictadura del proletariado. (…) El Pacto de Punto Fijo, pues, no fue nada vergonzoso; por lo contrario, estableció unas reglas de convivencia democrática y el compromiso de defenderla de cualquier intento de reventarla mediante acciones militares por parte de gente que se autoatribuye la propiedad del poder. (Retórica cuatrofeísta).

Aquella cercanía infantil me permitiría almorzar y hasta desayunar en esa casa que una vez fue blanco de una bomba del terrorismo perezjimenista, y establecer amistad temprana con la familia cuyo patriarca fue Rafael Caldera, a quien siempre quise y admiré. También lo he defendido de la estulticia, a pesar de ocasionales y naturales diferencias entre ambos:

Se ha repetido hasta el punto de convertirlo en artículo de fe que Rafael Caldera fue elegido Presidente de la República por el discurso que hizo en el Congreso en horas de la tarde del 4 de febrero de 1992. Esto es una tontería. Caldera hubiera ganado las elecciones de 1993 de todas formas. Sin dejar de reconocer que ese discurso tuvo, en su momento, un considerable impacto, Caldera hubiera ganado las elecciones porque representaba un ensayo distanciado de los partidos tradicionales cuando el rechazo a éstos era ya prácticamente universal en Venezuela y porque venía de manifestar tenazmente una postura de centro izquierda frente al imperio de una insolente moda de derecha. (…) Se ha dicho que la “culpa” de que Chávez Frías haya ganado las elecciones es de Rafael Caldera, porque el sobreseimiento de la causa por rebelión impidió la inhabilitación política del primero. Esto es otra simplista tontería. Al año siguiente de la liberación de Chávez Frías se inscribe una plancha del MBR en las elecciones estudiantiles de la Universidad Central de Venezuela, tradicional bastión izquierdista. La susodicha plancha llegó de última. Y la candidatura de Chávez Frías, hace exactamente un año, no llegaba siquiera a un 10%. La “culpa” de que Chávez Frías sea ahora el Presidente Electo debe achacarse a los actores políticos no gubernamentales que no fueron capaces de oponerle un candidato substancioso. (Tiempo de desagravio).

Y también, sobre la especie tontamente repetida de que habría impedido a las nuevas generaciones copeyanas: «…es cierto que Caldera negó su apoyo a su antiguo ‘delfín’—dijo el viejo líder: ‘Paso a la reserva’—, pero Fernández había mostrado antes alguna mezquindad cuando, a la inauguración del gobierno de Herrera, ofreció la ‘solidaridad inteligente’ del partido, en obvios distanciamiento y condicionamiento. A la postre, visto el desempeño de Herrera y Fernández, parece que Caldera tuvo razón». (Las élites culposas).

En ese libro anoté además acerca del magistral discurso del 4F: «…Rafael Caldera pronunció (…) uno de los mejores discursos de su vida, premunido de su condición de Senador Vitalicio».

Caldera estaba diciendo, valientemente, la verdad. Más valientemente continuó: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad… El golpe militar es censurable y condenable en toda forma, pero sería ingenuo pensar que se trata solamente de una aventura de unos cuantos ambiciosos que por su cuenta se lanzaron precipitadamente y sin darse cuenta de aquello en que se estaban metiendo”. Tenía razón, como lo hemos comprobado los venezolanos hasta la saciedad. Cuatro días después del primer levantamiento militar de 1992, el diario El Nacional publicó un artículo firmado por Manuel Alfredo Rodríguez, llamado sencillamente “Caldera”. En éste expuso: “El discurso pronunciado por el Maestro Rafael Caldera el 4 de febrero, es un elevado testimonio de patriotismo y un diáfano manifiesto de venezolanidad y humanidad. Pocas veces en la historia de Venezuela un orador pudo decir, con tan pocas palabras, tantas cosas fundamentales y expresar, a través de su angustia, la congoja y las ansias de la patria ensangrentada”. Y para que no cupieran sospechas aclaró: “Nunca había alabado públicamente a Rafael Caldera, aunque siempre he tenido a honra el haber sido su discípulo en nuestra materna Universidad Central. Nunca he sido lisonjero o adulador, y hasta hoy sólo había loado a políticos muertos que no producen ganancias burocráticas ni de ninguna otra naturaleza. Pero me sentiría miserablemente mezquino si ahora no escribiera lo que escribo, y si no le diera gracias al Maestro por haber reforzado mi fe en la inmanencia de Venezuela”. Nada menos que eso después de declarar: “La piedra de toque de los hombres superiores es su capacidad para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para sobreponerse a los dictados de lo menudo y contingente. Quien alcanza este estado de ánimo puede meter en su garganta la voz del común, y mirar más allá del horizonte”.

La misma fauna que cobra odiosamente a Caldera sus palabras, aplaude en Facebook éstas de Nelson Mandela: «La libertad es inútil si la gente no puede llenar de comida sus estómagos, si no puede tener refugio, si el analfabetismo y las enfermedades siguen persiguiéndole».

El 23 de enero de este año pude decir unas pocas cosas acerca de su benéfica trayectoria en la emisión #180 de Dr. Político en RCR.

………

Esta nota ha sido suscitada por el amable correo que hoy recibiera de Andrés Caldera Pietri, el menor de sus hijos varones. (Como corresponde a mi edad, he tratado más frecuentemente a los mayores: Mireya, Rafael Tomás y Juan José Caldera Pietri). La comunicación incluía el enlace a una entrevista que le hizo Carolina Jaimes Branger con ocasión del enjundioso y hermoso libro acerca de la vida excepcional de su padre, repleto de entrañables fotografías familiares: Caldera – Con orgullo de ser venezolano. («Fui hecho cien por ciento en Venezuela»). Acá abajo, el audio de la cálida conversación:

Caldera: un venezolano de excepción

Caldera: «un venezolano de excepción». (clic amplía)

Igualmente vino con el correo electrónico de Andrés un conmovedor documento: una carta de Rómulo Betancourt a Doña María Eva de Liscano, la tía y madre de crianza de Rafael Caldera, huérfano a sus dos años de edad. Betancourt testifica en ella de su hijo: «…es un venezolano que a Venezuela honra».

De los Caldera Pietri puedo afirmar lo mismo que dije de los hermanos Sucre-Eduardo—Andrés, el mayor de éstos, firmó con Caldera el acta fundacional de COPEI el 13 de enero de 1946—en el prólogo a Alicia Eduardo: Una parte de la vida (Fundación Empresas Polar), el libro de mi esposa sobre sus abuelos paternos:

La nobleza, la solidaridad, la discreción, la alegría, el sentido de realidad, la noción del deber ineludible, la paciencia, el respeto del prójimo y lo ajeno, el espíritu de cuerpo, la seriedad, (…) la falta de pretensión y una orientación práctica y desenredada hacia la vida, son rasgos comunes a los Sucre Eduardo, y esa múltiple conjunción, reiterada doce veces, sólo puede explicarse en la labor paternal y maternal de Andrés y Alicia.

Los Caldera-Pietri sólo se explican a partir de la labor familiar de Rafael Caldera y Alicia Pietri, y su excelencia es la cosecha de su séxtuple siembra. Para muestra un botón; he obtenido permiso de Rafael Tomás (de Aquino) Caldera Pietri para obsequiar acá su luminoso estudio de El Principito, la obra cumbre de Antoine de Saint-Exupéry. Concluimos mi señora y yo su lectura, a cuatro manos, tan sólo el domingo pasado, y al leer su última línea prorrumpí en aplausos. Minutos después le escribía: «No sé como darte gracias por la hermosa y profunda epifanía de esta tarde, al leer tu profundo y hermoso texto. (Hay que ser un dulce y sabio artesano para haberlo escrito)».

He aquí lo que un fino espíritu puede ver en lo que otros no percibimos sino con su ayuda:

Existencia abierta

Viene una nueva edición impresa, y hará complementaria compañía al libro sobre su padre, hecho en Venezuela. LEA

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