el blog de luis enrique alcalá de sucre
la política como arte de carácter médico (y otras cosas)Disposición de voluntad
La probabilidad de la cesantía prematura de Nicolás Maduro Moros de su cargo de Presidente de la República es muy significativa. (DatinCorp ha registrado el 2 de febrero que 72% del país desea su salida anticipada). Si tal cosa ocurriere antes del 10 de enero de 2017, la Constitución manda una nueva elección presidencial dentro de los treinta días siguientes a la falta absoluta, y en este caso procuraré que mi candidatura sea una posibilidad puesta a la disposición de mis compatriotas.
No cuento con la postulación de ningún partido político nacional; tampoco dispongo de los recursos necesarios a una campaña eficaz. En consecuencia, debo obtener ambas cosas del enjambre ciudadano. La ley permite la postulación hecha por un grupo de electores nacionales: 0,5% del registro nacional de electores, o 99.750 venezolanos distribuidos en al menos las tres cuartas partes de las 24 circunscripciones electorales del país. Por lo que respecta a los recursos, escribí en septiembre de 1987 acerca de este problema (21 años antes de que Barack Obama lograra superarlo en su campaña de 2008):
Es pronosticable que la mayoría de los actores con recursos, ante una solicitud de cooperación por parte de un outsider con tratamientos realmente eficaces, se pronunciarían por los términos dilemáticos más conservadores. Pero es concebible que una minoría lúcida entre los mismos pueda proveer los recursos exigidos por una campaña poco costosa en grado suficiente, al menos para cebar la bomba que pueda absorber los recursos totales del mercado político general, pues si la aventura cala en el ánimo del público, una multitud de pequeños aportes puede sustituir o complementar a un número reducido de aportes cuantiosos. (Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela).
En ese tiempo, faltaban ocho años para la llegada de Internet a Venezuela; conviene a mi propósito que haya ahora más de 16 millones de internautas venezolanos (80% del más reciente registro electoral) con los que podré comunicarme. (70% de ellos está clasificado en los niveles socioeconómicos D y E. La Internet no es algo del Country Club; hay en los barrios venezolanos una innegable vocación de modernidad).
Creo, pues, que una campaña exitosa hacia la Presidencia de la República, si bien bastante difícil, no es de un todo imposible. En el trabajo ya citado argumentaba:
…si bien el éxito de una aventura así es por definición improbable—a fin de cuentas se trataría de una sorpresa—no es necesariamente imposible, y (…) por lo contrario, la dinámica del proceso político venezolano hace que esa baja probabilidad inicial vaya en aumento.
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No es esa ingeniería, por imprescindible que sea, lo más importante. Lo verdaderamente sustancial es que muestre convincentemente que podría asumir tan grave responsabilidad idóneamente: que puedo poner a la orden del país la dotación intelectual conveniente, la capacidad ejecutiva demostrada y la conducta éticamente correcta. Me propongo ir ofreciendo tal explicación seria y responsablemente; por ahora anticipo que, en septiembre de 1995, compuse—y juré públicamente cumplir—un código de ética política, en el que se lee:
Podré admitir mi postulación para cargos públicos cuyo nombramiento dependa de los Electores en caso de que suficientes entre éstos consideren y manifiesten que realmente pueda ejercer tales cargos con suficiencia y honradamente. En cualquier circunstancia, procuraré desempeñar cualquier cargo que decida aceptar en el menor tiempo posible, para dejar su ejercicio a quien se haya preparado para hacerlo con idoneidad y cuente con la confianza de los Electores, en cuanto mi intervención deje de ser requerida.
Siempre he creído que mi responsabilidad sería la de aportar soluciones de cambio estructural en tiempo más bien corto, llevar el Estado venezolano a una condición de normalidad que pueda ser administrada a partir de allí por otros ejecutivos competentes:
No otra cosa, entonces, que un Jefe de Estado al que se le confíe como misión la tarea solónica de cambiar la frecuencia de nuestro Estado, y que se apoye en un Jefe de Gobierno (Vicepresidente) que se ocupe de lo táctico y lo cotidiano, sería garantía de que la necesaria reingeniería tenga lugar. Y, como a Solón, debiera buscársele entre quienes tengan, no sólo las calificaciones técnicas, profesionales y biográficas precisas, sino la vocación solónica de querer ser, más que presidente, un ex presidente. Esto es, que una vez cumplida en breve plazo—un par de años—la misión Cafreca, abandone el cargo para que se reingrese a la administración normal dentro de un nuevo Estado construido en el lapso de una administración extraordinaria. (Intervalo solónico, 11 de enero de 1996).
Si tuviere éxito en una eventual campaña y asumiere el cargo referido, jamás pensaría en presentarme a reelección, y esto facilitaría la toma de decisiones abrasivas, pues se efectuaría sin atención al freno de los «costos políticos», el cálculo de las conveniencias personales que difiere tratamientos necesarios.
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El 29 de junio de 2015, me preguntaba Eduardo Agüero para el semanario La Razón:
Se habló también acerca de las condiciones que debe reunir un líder que enfrente a Maduro…
He tratado este tema desde mucho antes de que tuviéramos conciencia de Maduro; específicamente, desde 1987. El 30 de noviembre pasado dije en otro programa de RCR que el primer rasgo de un sucesor deseable es que no venga ni del oficialismo ni de la oposición, pues tal vez sea nuestro principal problema político unir a un país dividido. (Datincorp registró el mes pasado que 17% de la opinión nacional cree que la solución de nuestros problemas vendría del oficialismo, 18% de la oposición y ¡56% de un nuevo liderazgo!) Tendría que ser, por supuesto, una persona con dotes ejecutivas demostrables y, por encima de todo, alguien conocedor del arte del Estado, que Tocqueville definió como “una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro”. Obviamente, tendría que ser un estadista transideológico, clínico.
Y al mes siguiente, Doña Amparo Schacher me disparaba: “Tomando en cuenta su visión de la política como acto médico ¿cuál sería el método y cuáles las primeras medidas a tomar si Ud. fuese elegido presidente actualmente?” En este blog se encuentra mi contestación, donde puse entre otras cosas:
Lo primero que haría como Presidente es comunicar al país mi convicción de que las personas de convicción socialista, en su mayoría, son gente que privilegia la virtud de la solidaridad, y que no debe llegarse a la Jefatura del Estado con ánimo altaneramente justiciero. Ya en septiembre de 1987 escribía (en Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela):
Si un aspirante a outsider sorpresivo, a “tajo” de las elecciones, plantea su campaña con un grado apreciable de vindicta, de falta de comprensión de lo que en materia de logros políticos debemos aun a los adversarios, obtendrá temprana resonancia y fracaso final. El outsider con posibilidad de éxito no se impondrá por una mera descalificación de sus contendientes y, en todo caso, no por descalificación que se base en la negatividad de éstos sino en la insuficiencia de su positividad. El propio Isaac Newton reconoció: “Si pude ver más lejos fue porque me subí sobre los hombros de gigantes.”
Creo, por supuesto, que el socialismo, en tanto ideología, es terapia equivocada, medicina antigua, concebida en el siglo XIX como toda otra ideología—liberal o libertaria, social-demócrata o social-cristiana (o eso que ahora presentan como si fuera nuevo, un tal progresismo)—con la pretensión de saber cuál es la sociedad perfecta o preferible y quién tiene la culpa de que la sociedad actual no lo sea. Su presunción fundamental es errónea: a partir de unos pocos casos observables de empresarios nocivos para el grupo social, razonan que la empresa privada en general es perniciosa y por tanto debe ser establecido un “Sistema de organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la distribución de los bienes”. (Diccionario de la Lengua Española). Si tal proceder fuese correcto, entonces habría que acabar con el Estado, pues son numerosos los casos de estados harto inconvenientes. Toda institución humana exhibe patologías, y la solución no es eliminarla, sino curarla.
Pero eso no es lo mismo que condenar al chavismo a la Quinta Paila del Infierno por toda la eternidad. Es posible hacer ver a quienes se inscriben en esa variedad del socialismo, aunque con dificultad, que su enfoque de la política es equivocado, como lo es toda posición ideológica. El error de mi contendiente no es causa de mi acierto, y nuestra tarea principal es la de reunir a un país ideológicamente dividido.
A Doña Amparo le presenté al comienzo una cita de algo que escribí hace dieciocho años:
La política no es la búsqueda y preservación y engrandecimiento del poder por cualquier medio eficaz, sino la potenciación de la salud pública. (…) Para esto habrá que dejar atrás un patrón político que se fija patológicamente sobre las reales o supuestas faltas de los contrincantes, nunca sobre las propias. No nos servirá para nada el reconcomio y la guerra habitual de las campañas y las oposiciones. A la transformación que es necesaria en el Estado venezolano deberemos entrar con alegría. La alegría de haber sobrevivido tantas vicisitudes y tan graves problemas y de tener ante nosotros nuevas oportunidades. Nos queda mucho por resolver, y para tener éxito será preciso cambiar la frecuencia de nuestro Estado, su arquitectura, sus dimensiones y su estilo. Será preciso, reitero, abandonar la noción de que la política es, por encima de cualquier cosa, un combate, un intento por legitimarse mediante el descrédito o anulación del competidor. En cuanto asumamos la sencilla noción de que la política es fundamentalmente la profesión de resolver problemas de carácter público, cambiará de modo esencial la acción del Estado. Esta es una revolución que inevitablemente tendrá que darse en el mundo. Simple. Como lo son todas las revoluciones verdaderas. ¿Qué impide que sea Venezuela el primer país del mundo en el que semejante tránsito se efectúe? Es una revolución, sí. Se trata de un cambio muy profundo. Pero es mi creencia que la revolución que necesitamos es distinta de las revoluciones tradicionales. Es una revolución mental antes que una revolución de hechos que luego no encuentra sentido al no haberse producido la primera. Porque es una revolución mental, una “catástrofe en las ideas”, lo que es necesario para que los hechos políticos que se produzcan dejen de ser insuficientes o dañinos y comiencen a ser felices y eficaces. (Si yo fuera Presidente, referéndum #24, 8 de diciembre de 1997).
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Espero, pues, ir aumentando mi comunicación con los electores venezolanos sobre esta disposición de ánimo, que asumo al negarme a la comodidad y la cobardía. LEA
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Otros enlaces pertinentes:
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Un rápido desencanto
La firma DatinCorp se presenta como «una organización de estudios diagnósticos y soluciones organizacionales» que opera en el mercado latinoamericano desde 1985; es liderada por Jesús Seguías. El 10 de junio del año pasado se daba cuenta acá—Del barómetro de DatinCorp—de su estudio de mayo de 2015, cuando registró las siguientes respuestas a la frase abierta «La solución a los problemas del país vendrá de…» En ese entonces, 17% de sus encuestados opinó que vendrían del oficialismo, 18% que vendrían de la oposición y 56% que vendrían de nuevos liderazgos.
En la web de la empresa se encuentra ahora un enlace para descargar el «análisis prospectivo» a partir de su registro de la opinión nacional del segundo día de este mes de febrero. (Éste es el informe: Análisis Prospectivo Vzla. feb 2016). Entre los datos que ofrece el estudio, destaca la rápida desilusión de los venezolanos luego de un repunte de la esperanza con la elección de la nueva Asamblea Nacional el 6 de diciembre pasado. En octubre de 2015, DatinCorp había medido optimismo en sólo 26% de los entrevistados, y ese índice había ascendido para diciembre hasta 43% una semana después de las votaciones (el 61% creía que la AN superaría la situación económica); al 2 de febrero, la evaluación optimista cayó de nuevo a 28%. (Quienes creen que la situación empeorará eran el 21% en diciembre y el 37% en este mes). Dice además la encuesta: «En Diciembre/15, descendió a 56% el número de ciudadanos que creen que los venezolanos perderán la paciencia ante la crisis económica y de seguridad ciudadana (en Octubre era el 68%). Pero en Febrero/16 creció de nuevo quienes creen que se perderá la paciencia y habrá reclamos fuertes al gobierno, ubicándose en 61%. Un tercio de los chavistas comparten esta idea».
Cinco días antes de la elección de la nueva Asamblea Nacional, Juan Pablo Olalquiaga, recién electo Presidente de CONINDUSTRIA, había advertido lúcidamente:
«La AN tiene una responsabilidad muy profunda y espero que comprenda que, si bien no podrá hacerse un cambio instantáneo en economía, aunque vamos a ver un primer semestre en el que el deterioro crecerá, esta Asamblea tiene que establecer unas reglas de juego claras para impulsar un plan de recuperación del país”, expresó. Para Olalquiaga el gran reto de la AN debe ser “voltear la economía” y, «de no hacerlo, la opinión pública la castigará rápidamente». (En Entorno Inteligente, 1º de diciembre de 2015).
Igualmente registra DatinCorp:
El 65% reprueba la gestión del presidente Nicolás Maduro (el mismo rechazo de hace un año), y el 70% lo considera incompetente para resolver la crisis. La cuarta parte de los chavistas lo considera incompetente. El presidente Maduro le inspira confianza como líder al 19% de la población. El 67% de los venezolanos rechaza el decreto de Emergencia Económica del presidente Maduro y sostiene que no solucionará la crisis. El 48% sostiene que para resolver la crisis económica el gobierno debe poner el mayor empeño en fortalecer a la economía privada mientras que un tercio prefiere la economía socialista. El 66% de los chavistas apoya la economía socialista, el resto no.
Los liderazgos políticos no inspiran confianza. Éstas son sus cifras de aceptación:
He aquí el resumen de la cosa en palabras de Seguías:
1 Desapareció la esperanza generada por el triunfo opositor el 6 de diciembre de 2015.
2 Continúa el rechazo hacia el presidente Nicolás Maduro, y la abrumadora mayoría no lo ve competente para solucionar la crisis.
3 Hay frustración en los venezolanos con la actuación de la nueva Asamblea Nacional, incluida la gestión del Presidente de la institución Henry Ramos Allup.
4 La mayoría absoluta de los venezolanos sostiene que ni el gobierno ni la oposición han hecho lo correcto y lo necesario para dialogar y entenderse para resolver la crisis. Es mayor la condena al gobierno.
5 La mayoría absoluta de los venezolanos condena la confrontación de los poderes públicos.
6 El prestigio de las fuerzas armadas está en el foso.
7 La mayoría absoluta de los venezolanos quiere que el presidente Nicolás Maduro abandone el poder cuanto antes.
8 Los liderazgos individuales en Venezuela están atascados.
9 Los partidos políticos en Venezuela siguen atascados.
10 Luego de las primeras acciones de la nueva Asamblea Nacional, el chavismo creció mientras que la oposición descendió, ubicándose ésta en el nivel en que estaba en mayo de 2015.
En su «conclusión prospectiva», el Director de DatinCorp escribe:
Todo conduce al único escenario correcto, y que ni el gobierno ni la oposición han querido ensayar con transparencia y desprendimiento. Y el país los está condenando por ello. Es necesario reconocerse con respeto, sinergizar, mirarse a la cara y decirse mutuamente: “Ni ustedes ni nosotros podremos superar solos esta crisis, es demasiado voluminosa, nos devorará a todos, no insistamos, es un problema país, Venezuela está sufriendo demasiado. Buscar culpables en medio de una conmoción nacional es improcedente y criminal desde todo punto de vista, pues lo urgente es que encontremos salidas a la crisis juntos, para que no haya ganadores ni perdedores, sino un solo ganador: la nación entera, y así ganamos todos finalmente. Luego dilucidaremos en libérrimas elecciones quién es el mejor y quién debe estar en el gobierno. Los procesos electorales pendientes siguen su curso normal”.
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En los dos últimos programas de Dr. Político en RCR he abogado por la cooperación de los encarnizados polos en bien del país. He aquí un fragmento de audio del #183 (13 de febrero, 1′ 50″):
Pero tal vez debamos volver a mayo de 2015, cuando la encuestadora preguntaba de dónde vendría «la solución a los problemas del país». Sólo 35% creyó que vendría de los que ahora Seguías anima a dialogar y entenderse; 56% pensaba que vendría de nuevos liderazgos. Hace demasiado tiempo que debió facilitarse la emergencia de nuevos y más competentes actores políticos. Era tesis que ya había sido propuesta en febrero de 1985, el año en el que DatinCorp iniciara operaciones:
…no es que descalifiquemos a los actores políticos tradicionales porque supongamos que en ellos se encuentre una mayor cantidad de malicia que lo que sería dado esperar en agrupaciones humanas normales. Los descalificamos porque nos hemos convencido de su incapacidad de comprender los procesos políticos de un modo que no sea a través de conceptos y significados altamente inexactos. (…) Por esto, no solamente se trata de entender la política de modo diferente, sino de permitir la emergencia de nuevos actores políticos que posean experiencias y conocimientos distintos. (…) Por esto es que es necesaria una nueva asociación política: porque de ninguna otra manera saludable podría proveerse un canal de salida a los nuevos actores políticos. (…) Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos. Por esto tomará un tiempo aceptar que son los actores políticos adecuados, los que tienen la competencia necesaria, pues, como ha sido dicho, nuestro problema es que “los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía”.
LEA
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Tácticas delirantes
Sigo recibiendo correos que me informan acerca de iniciativas ingeniosillas para acabar con el mandato de Nicolás Maduro Moros como Presidente de la República. El mismo corresponsal que me hiciera llegar los defectuosos razonamientos de Román J. Duque Corredor (ver Cruce de correos) me dio a conocer ayer la argumentación de Alejandro González Valenzuela y Alfredo Coronil Hartmann, recogida en nota de Primer Poder A. C.:
A principios de este mes de febrero, el abogado constitucionalista Alejandro González Valenzuela (Asesor de Primer Poder A.C.) y Alfredo Coronil Hartmann (Miembro del Directorio de Primer Poder A.C.) compartieron argumentos acerca de La.Salida del cargo de Nicolás Maduro por la vía del artículo 233 de la CNBRV, el cual indica que a través de un juicio político y con tan solo la mayoría simple, se puede sentenciar el abandono del cargo del mandatario y así su destitución. (…) El actual Presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup a lo largo de la semana que acaba de concluir, hizo referencia a una enmienda a la Constitución como mecanismo factible para destituir a Maduro. Sin embargo ayer viernes (19/02/16) dentro y fuera de Venezuela este fue el titular que más circuló: “Henry Ramos plantea salida de Maduro por ‘abandono del cargo”. (…) La Asamblea Nacional solamente va a formalizar lo que el 70% del electorado ya sancionó. TODOS LOS VENEZOLANOS AGRADECEREMOS EL CONCRETAR EL JUICIO POLÍTICO QUE EL #6D SENTENCIÓ LA SALIDA DE MADURO
Ésta fue mi respuesta:
El Sr. Maduro, Sr. NN, no ha abandonado su cargo. El sentido de la Constitución no es que la AN puede declarar el abandono cuando le venga en gana, sino cuando se haya efectivamente producido. No hay en ella ninguna mención a un “juicio político”.
Esto dice la Constitución:
Artículo 233. Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la República: la muerte, su renuncia, la destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, la incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado éste por la Asamblea Nacional, así como la revocatoria popular de su mandato.
La coma que separa las oraciones destacadas es suficiente para saber que la tesis de González Valenzuela & Coronil Hartmann es un desvarío. Es el abandono mismo, seguido de su declaración por la Asamblea, la causal de falta absoluta. (DRAE: abandono 1. m. Acción y efecto de abandonar o abandonarse. 2. m. Der. Renuncia sin beneficiario determinado, con pérdida del dominio o posesión sobre cosas que recobran su condición de bienes nullius o adquieren la de mostrencos. abandonar 1. tr. Dejar solo algo o a alguien alejándose de ello o dejando de cuidarlo. 2. tr. Dejar una actividad u ocupación o no seguir realizándola).
Y, por supuesto, las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre fueron unas elecciones parlamentarias; punto. Si bien la enorme votación a favor de las candidaturas de la oposición estuvo cargada del rechazo muy mayoritario de Nicolás Maduro, la comprensión de las mismas como referendo es una interpretación errónea. La Mesa de la Unidad Democrática tuvo oportunidad de convocar un referendo consultivo concurrente con esas elecciones y no lo hizo:
La noción está equivocada. Jamás unas elecciones (democracia representativa) equivaldrán a un referendo (democracia participativa); jamás fueron las elecciones municipales de 2013 un “plebiscito” acerca del gobierno de Nicolás Maduro, como intentara vender Henrique Capriles Radonski. Pretender algo así es adulterar el sentido constitucional de los actos electorales. El 6 de diciembre no está planteada esa disyuntiva, sino la de votar o no votar por alguno de los candidatos del circuito correspondiente. Si se quiere que algo sea tenido por un referendo consultivo debe serlo; no debe proponerse que las elecciones del 6D usurpen lo que tendría que ser una manifestación explícita del Soberano. (En Consideraciones sobre un texto de José Guerra, 11 de octubre de 2015).
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Jesús Petit da Costa, en cambio, trasciende el mero terreno jurídico para predicar como estratega general. He aquí sus juicios y recomendaciones del 20 de febrero, que conocí ayer por correo de una amable corresponsal:
El único revocatorio exitoso sería el revocatorio de calle
Jesús Antonio Petit da Costa
Para salir de Maduro proponen algunos el revocatorio. La sola propuesta confirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Recordemos la primera vez que tropezaron con la piedra. Corría el año 2003. Chávez estaba prácticamente caído. Apenas se sostenía después de la rebelión cívico-militar que lo obligó a renunciar el año anterior. Faltaba darle un empujón. Entonces por iniciativa de la OEA se inició el diálogo entre la dictadura y la oposición representada por la Coordinadora Democrática, antecedente de la MUD, para convenir en una salida para la situación planteada. Resultaba obvio que la mejor en aquel momento era la convocatoria de una nueva Constituyente que restableciera la vigencia efectiva de la Constitución de 1961 que había sido violada o aprobara una nueva Constitución, asumiendo plenos poderes y así cambiar todos los poderes públicos incluyendo al presidente. Era imposible perder esta elección.
Entonces Chávez propuso el revocatorio. Y la oposición cayó en la trampa. Desmovilizó al pueblo. A la gente la mandó para su casa a esperar, sacándola de la calle que era su fortaleza. Puso a todo el mundo a recoger firmas, una y otra vez porque eran rechazadas (firmas planas). Así se mantuvo entretenida la oposición mientras Chávez compraba votos con el cuento de las misiones y montaba el sistema electrónico. Cuando tenía listo el fraude llamó a votación, que desde luego ganó (por fraude). Las firmas sólo sirvieron para la Lista Tascón, llamada “escualímetro”, que era consultada para negar cargos, contratos y beneficios. Millones de personas fueron víctimas del error de la oposición.
Trece años después los partidarios del régimen dicen que “el revocatorio es el único medio constitucional para salir de Maduro.” Y entonces gente de la MUD propone que caigamos otra vez en la trampa, olvidando la funesta experiencia del pasado. Vean cuál sería el viacrucis ahora:
1.- Recoger cuatro millones de firmas en tres días de los que estén dispuestos a ser incluidos en la Lista Tascón II, renovación y puesta al día de la anterior.
2.- Hacerlo en formato elaborado por el CNE, controlado por Maduro, que exige firmas y huellas digitales.
3.- Exponerse a que el CNE ordene volverlas a recoger por dudosas.
4.- Exponerse a que el TSJ las declare inválidas (Sala Electoral) o inconstitucionales por cualquier motivo inventado (Sala Constitucional).
5.- Campaña en desventaja (ventajismo de Maduro que domina tv y radio).
6.- Conseguir el voto favorable de más electores (8 millones) de los que votaron por Maduro en la elección fraudulenta de 2013.
7.- Fraude electoral que efectuará el CNE para que no llegue el voto favorable a esa cantidad.
8.- Nulidad de la elección declarada por el TSJ por cualquier motivo a solicitud de Maduro, si la votación le fuere desfavorable.
Al final Maduro ratificado en el cargo. Un año perdido. Y el país hundido en la catástrofe.
Señores: no caigan de nuevo en el error cometido en el pasado. Los golpes enseñan. No repitan el fracaso. ¿Quieren un revocatorio? Ensayen otra modalidad: el revocatorio de calle. Convoquen A LA CALLE a los cuatro millones que debían firmar la solicitud para que exijan desde la calle la renuncia de Maduro. Y allí permanezcamos hasta que se vaya, como sucedió en Guatemala. Si esos cuatro millones (bastaría con la mitad), en lugar de perder su tiempo firmando y recogiendo firmas, salen a la calle en todas las ciudades y en todos los pueblos de Venezuela, Maduro se irá corriendo antes de que lo agarren el pueblo y los militares. Es imposible que pueda reprimir a cuatro millones de electores, que podrían llegar a ser ocho.
El único revocatorio con posibilidades de éxito es el revocatorio de calle: los 4 millones de firmantes en la calle demandando la renuncia de Maduro y permaneciendo en la calle hasta que se vaya.
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He aquí la glosa de sus afirmaciones más extraviadas:
«Corría el año 2003. Chávez estaba prácticamente caído. Apenas se sostenía después de la rebelión cívico-militar que lo obligó a renunciar el año anterior. Faltaba darle un empujón».
En 2002 no hubo una «rebelión cívico-militar» sino un golpe de Estado: el Carmonazo. Por lo que respecta al empujón se ensayó al menos dos: la «liberación» (más bien toma) de la Plaza Francia en Altamira por un grupo de militares declarados en rebeldía y nada menos que dos meses de paro petrolero. Ambos «empujones» fueron ineficaces; como que Chávez no estaba tan caído.
«Resultaba obvio que la mejor en aquel momento era la convocatoria de una nueva Constituyente que restableciera la vigencia efectiva de la Constitución de 1961 que había sido violada o aprobara una nueva Constitución, asumiendo plenos poderes y así cambiar todos los poderes públicos incluyendo al presidente. Era imposible perder esta elección».
La obviedad de una constituyente—sólo cuatro años después de la de 1999—no es algo que Petit justifique en ninguna forma. La Constitución de 1961 no fue violada (ver Contestación a Páez Pumar) por la de 1999, y no puede predicarse su «vigencia efectiva» después del 15 de de diciembre de este último año, cuando el Poder Constituyente Originario aprobó en referendo el nuevo texto constitucional. La comprensión de una constituyente como órgano revolucionario al estilo de Francia en 1789, que puede asumir «plenos poderes y así cambiar todos los poderes públicos incluyendo al presidente» es tan errónea como chavista:
La constituyente tiene poderes absolutos, tesis de Chávez Frías y sus teóricos. Falso. Una asamblea, convención o congreso constituyente no es lo mismo que el Poder Constituyente. Nosotros, los ciudadanos, los Electores, somos el Poder Constituyente. Somos nosotros quienes tenemos poderes absolutos y no los perdemos ni siquiera cuando estén reunidos en asamblea nuestros apoderados constituyentes. Nosotros, por una parte, conferiremos poderes claramente especificados a un cuerpo que debe traernos un nuevo texto constitucional. Mientras no lo haga, la Constitución de 1961 continuará vigente en su especificación arquitectónica del Estado venezolano y en su enumeración de deberes y derechos ciudadanos. Y no renunciaremos a derechos políticos establecidos en 1961. Uno de los más fundamentales es, precisamente, que cuando una modificación profunda del régimen constitucional sea propuesta, no entrará en vigencia hasta que nosotros la aprobemos en referéndum. (Contratesis, 13 de septiembre de 1998).
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Si fuera cierto que «Era imposible perder esta elección» de una nueva constituyente, que sería en todo caso organizada y supervisada por el mismo Consejo Nacional Electoral que organiza un referendo revocatorio, ¿cómo es que Petit da Costa no aplica a esa elección los mismos argumentos que emplea para declarar imposible de ganar un tal referendo?
Así se mantuvo entretenida la oposición mientras Chávez compraba votos con el cuento de las misiones y montaba el sistema electrónico. Cuando tenía listo el fraude llamó a votación, que desde luego ganó (por fraude). Las firmas sólo sirvieron para la Lista Tascón, llamada “escualímetro”, que era consultada para negar cargos, contratos y beneficios. Millones de personas fueron víctimas del error de la oposición.
No hay dudas de que Chávez manejó impecablemente el proceso revocatorio como operador político-militar (ver Campaña crítica), pero no es verdad que hubo fraude el 15 de agosto de 2004.
En 2004, María Corina Machado dijo dos días antes del referendo revocatorio que las discrepancias del registro electoral no llegaban a 1%, y que había que ir a votar. Alberto Quirós Corradi dijo que el sistema electoral estaba blindado, concepto repetido en coro por el cogollo de la extinta Coordinadora Democrática. El 15 de agosto en la noche, el general Enrique Mendoza no fue capaz de aceptar la derrota que todas las encuestas predecían, incluso Penn, Schoen & Borland, traída por Marcel Granier. Quince días antes del referendo, Edmond Saade había dicho a los jefes de la oposición, en un desayuno en casa de Mauricio García Araujo, que su encuestadora (Datos) tenía al gobierno ganando por al menos doce puntos, y un tracking poll de Consultores 21 del 13 de agosto, cuarenta y ocho horas antes del referendo, produjo cifras que sólo diferían en décimas de los resultados que posteriormente ofrecería el Consejo Nacional Electoral. La única encuesta que dijo lo contrario fue una pirata dirigida por algunos profesores de la UCV, que fue atribuida falsamente por El Universal a Félix Seijas, lo que provocó la retractación del periódico cuando reventó el patuque y provocó la salida de Kico Bautista de la dirección de El Mundo. La Coordinadora Democrática quiso engañarnos cuando dijo que hubo fraude electoral, mintió para ocultar su descomunal incompetencia, que dilapidó el decisivo capital político que en 2002 y 2003 era mayoritariamente proclive a la revocación. Mendoza dio, aquella noche, la espalda a las cámaras y cedió el podio a Ramos Allup para que éste voceara ¡fraude! (Suma contra gentiles abstencionistas).
La malévola Lista Tascón no afectó—con despidos e imposibilidad de contratar con el Estado—a «millones de personas»; seguramente a unos cuantos miles, lo que ya es naturalmente espantoso, pero multiplicar un parámetro real por un factor de mil es exageración inapropiada en personas serias.
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Petit da Costa, que es abogado, parece ignorar el reglamento del 7 de febrero de 2007—Normas para regular el procedimiento de promoción y solicitud de referendos revocatorios de mandatos de cargos de elección popular—dictado por el Consejo Nacional Electoral, cuando sugiere estos inconvenientes en un referendo revocatorio: «1.- Recoger cuatro millones de firmas en tres días de los que estén dispuestos a ser incluidos en la Lista Tascón II, renovación y puesta al día de la anterior. 2.- Hacerlo en formato elaborado por el CNE, controlado por Maduro, que exige firmas y huellas digitales. 3.- Exponerse a que el CNE ordene volverlas a recoger por dudosas. 4.- Exponerse a que el TSJ las declare inválidas (Sala Electoral) o inconstitucionales por cualquier motivo inventado (Sala Constitucional)».
La repetición de recolección de firmas que se ordenó en 2004 por «dudosas», «inválidas» o «inconstitucionales por cualquier motivo inventado» se ha hecho imposible, precisamente porque el reglamento aludido—promulgado tres años después de aquello de las «planillas planas»—exige la identificación de los solicitantes con el uso de sus propias máquinas captahuellas, las mismas que ahora son de uso rutinario en cualquier elección. Y si pudieron presentarse en un solo día 14.385.349 votantes (el 6 de diciembre pasado), seguramente podrán hacerlo 4 millones (diez millones menos) en el triple del tiempo.
Por último, la Ley Orgánica de Procesos Electorales dispone en la primera cláusula de su primera disposición transitoria: «Hasta tanto la Asamblea Nacional dicte la ley que regule los procesos de referendo, el Poder Electoral a través del Consejo Nacional Electoral como órgano rector y máxima autoridad de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 22 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, desarrollará los instrumentos jurídicos especiales que regulen los procesos de referendo cuando las circunstancias así lo exijan». Es clarísimo que la Asamblea Nacional está facultada para legislar sobre los referendos (aunque no existiera la cláusula citada), y que una ley es instrumento de rango superior a cualquier disposición reglamentaria. Los nuevos diputados pueden llenar ese vacío legal y hacer menos «engorroso»—a los ciudadanos en general y a Ramos Allup y Torrealba en particular, incluso a Petit da Costa—el ejercicio del derecho a una democracia participativa en referendos suscitados por iniciativa popular.
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Petit da Costa parece considerar imposible la votación necesaria a la revocación de Maduro: «Conseguir el voto favorable de más electores (8 millones) de los que votaron por Maduro en la elección fraudulenta de 2013». Para empezar, se requeriría exactamente 7.587.533 votos (uno más de los obtenidos por Maduro el 14 de abril de 2013), no ocho millones, y el 6 de diciembre, con una abstención mayor, las candidaturas de la MUD sumaron ¡7.726.066 sufragios! Luego, nadie ha demostrado que la elección de Maduro fuera fraudulenta. (Es leit motiv en Petit y algunos otros esta lectura reiterada del fraude, a pesar de lo cual, como vimos, él aseguró de una hipotética elección de constituyente en 2003-2004: «Era imposible perder esta elección». Así considera que es una ley de la naturaleza un «Fraude electoral que efectuará el CNE para que no llegue el voto favorable a esa cantidad», el mismo CNE que proclamó en la madrugada del 7 de diciembre recién pasado 122 diputados de la MUD y sólo 55 del PSUV, el mismo que en 2007, bajo la misma presidencia de Tibisay Lucena, informó a Hugo Chávez que su proyecto estratégico de reforma constitucional había sido derrotado ¡por una diferencia de 1,31%!).
Sobre tan defectuosas aseveraciones monta Petit da Costa su récipe:
¿Quieren un revocatorio? Ensayen otra modalidad: el revocatorio de calle. Convoquen A LA CALLE a los cuatro millones que debían firmar la solicitud para que exijan desde la calle la renuncia de Maduro. Y allí permanezcamos hasta que se vaya, como sucedió en Guatemala. (…) El único revocatorio con posibilidades de éxito es el revocatorio de calle: los 4 millones de firmantes en la calle demandando la renuncia de Maduro y permaneciendo en la calle hasta que se vaya.
En Guatemala, que naturalmente tiene menos pobladores que Venezuela, lo máximo que llegó a reunirse en una protesta contra Pérez Molina fue un total de 80 mil personas:
Gabriel Wer es uno de los fundadores del movimiento #RenunciaYa que aprovechó el escándalo para movilizar las redes sociales y luego la calle. Wer resalta el carácter pacífico de las movilizaciones, que han llegado a concentrar unas 80.000 personas en la plaza principal de la capital. (Reportaje de BBC Mundo).
Y ese número, grande para Guatemala, no acampó ininterrumpidamente en una plaza, como parece ser la condición del éxito según Petit; hubo varias protestas en días diferentes. En Venezuela se ha movilizado cantidades muy superiores a las guatemaltecas: llevamos quince años de protestas, concentraciones, marchas y guarimbas. La Primavera Árabe o la Revolución Naranja de los ucranianos no fueron carambolas impepinables que, repetidas en la mesa de billar venezolana, nos garantizarían la caída de Nicolás Maduro. Los extraviados generales de la calle, como Petit, no atinan a concebir sino un petit plan furieux, que no se hace grande escribiendo «a la calle» con mayúsculas cerradas. LEA
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Historia de diálogo
Comenzando por la corrección de equivocaciones del sábado pasado, la emisión #184 de Dr. Político en RCR examinó someramente la trayectoria inicial del Presidente de la nueva Asamblea Nacional y sus desaciertos. Luego se trajo a la memoria comentarios de abril de 2014, poco después de la reunión de diálogo entre gobierno y oposición del día 10 de ese mes en Miraflores, ocasión en la que el mismo Ramos Allup destacó como útil orador. Dos piezas de Dmitry Kabalevsky—el Largo de su primer concierto para violonchelo y orquesta y el Galope de la suite orquestal Los comediantes—sonaron al término del primer segmento y el inicio del último. Como siempre, acá abajo está el archivo de audio de la transmisión:
LEA
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Cruce de correos
Anoche recibí un amable correo que decía: «Apreciado Dr. Político, comparto su parecer en cuanto a que se cometió un error al no llamar a la sesión especial dentro de 48 horas. Le envío el juicio del Doctor Duque Corredor sobre este particular». Por creer el tema de gran importancia, redacté la contestación larga que se transcribe abajo. Al final, un enlace permite descargarla en formato .pdf, y otro la opinión completa de Román J. Duque Corredor.
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Gracias, don NN; su comunicación me da pie para redactar mi propia “decisión” sobre su “recurso de interpretación”, que necesariamente será extensa. Le ruego paciencia.
Creo que el Dr. Duque Corredor está en el error, y no hace mucho encontré, como otras veces, equivocaciones fundamentales en Brewer Carías sobre otros asuntos. (Al final de esta mi respuesta, copiaré de un cruce de correos con quien me enviara una reciente opinión de Brewer). En enero de 1999, conversé con este último cuando ya jugaba con la idea de postularse a la asamblea constituyente de 1999, la que él mismo decía que no podía convocarse sin reformar la constitución de 1961, puesto que ella no contemplaba la figura de constituyente. Se sorprendió de lo que le planteé y no atinó a oponer argumento alguno; el punto había sido adelantado en artículo mío del 13 de septiembre de 1998 para el diario La Verdad de Maracaibo:
Es preciso reformar la Constitución de 1961 para que pueda convocarse una constituyente (Brewer-Carías y otros), pues hay que preservar el “hilo” constitucional. Incorrecto. El artículo 250 de la constitución vigente, en el que fincan su argumento quienes sostienen que habría que reformarla antes, habla de algo que no existe: “Esta Constitución no perderá vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o fuere derogada por cualquier otro medio distinto del que ella misma dispone”. El texto de 1961 no dispone de medio ninguno para derogarla. Sólo menciona enmiendas o reforma general. No prescribe medio alguno para sustituirla por conceptos constitucionales cualitativamente diferentes. Además, el Poder Constituyente, nosotros los Electores, estamos por encima de cualquier constitución. Si aprobamos la convocatoria a una constituyente eso es suficiente.
La supraconstitucionalidad del Poder Constituyente Originario fue, por cierto, el mismo argumento que empleó la extinta Corte Suprema de Justicia el 19 de enero de 1999 para decidir un recurso de interpretación del Artículo 181 de la hoy derogada Ley del Sufragio y Participación Política. El artículo formaba parte de la reforma de esa ley en diciembre de 1997, por la que el Congreso de la República introdujo el novísimo Título VI (De los referendos). Luego diría Julio Borges, como parte de su teoría de los “cinco terremotos” de nuestra historia política reciente: “El quinto atropello ocurre en 1999 cuando la Corte Suprema de Justicia ordena y consagra la destrucción total de las instituciones”. Por mi parte, sostuve que la decisión de la Corte fue acertadísima. (En respuesta de noviembre de 2004 a un dirigente vecinal de Primero Justicia que copiaba—sin advertir honestamente quién era su autor—el artículo que Borges escribió con la misma tesis y lo envió por correo electrónico a sus vecinos, entre los que me encuentro):
Se trata de la decisión sobre recurso de interpretación interpuesto ante la Sala Político-Administrativa sobre la posibilidad de consultar a los Electores si era su voluntad la convocatoria a una Asamblea Constituyente. ¿Qué estableció esa decisión? Pues que sí podía preguntarse al Soberano si deseaba convocar a una asamblea constituyente, en primer término, y luego, que podía emplearse a este efecto el cauce disponible a partir de la reforma de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política de diciembre de 1997. ¿Qué podía contestar, en respuesta a ese recurso de interpretación del artículo 181 de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política, la Corte Suprema de Justicia? ¿Que no podía preguntarse al Soberano si deseaba convocar un proceso constituyente? ¿Que no podía preguntarse al accionista de la empresa, al dueño del terreno, si quería escoger un grupo de asesores que le presentase unos estatutos enteramente nuevos, si quería elegir un grupo de arquitectos que le mostrara, no ya un anteproyecto de remodelación de los balcones de su edificio, sino un concepto arquitectónico completamente diferente para un edificio que reemplazase por completo al existente?
La Corte contestó, muy acertadamente, que esta consulta sí podía hacerse al Poder Constituyente Originario. Y lo hizo de una vez, al comienzo mismo de la argumentación. La Corte estimó, en perfecta consistencia con la más elemental doctrina de la democracia, que el Pueblo, en su carácter de Poder Constituyente Originario, era un poder supraconstitucional, puesto que es la Constitución la que emana del Pueblo, y no a la inversa. No fue que la Corte instituyese o estableciese esa supraconstitucionalidad. Lo que la Corte hizo fue reconocerle al Pueblo ése su carácter originario y supremo. Y es por tal razón que la Corte asentó la doctrina de que, en ese carácter, el Pueblo no está limitado por la Constitución, la que sólo limita al poder constituido, y por ende podía discutirse sobre una constituyente aunque tal figura no estuviese contemplada en la Constitución de 1961.
La misma postura de Brewer y Borges era sostenida por el abogado Oswaldo Páez Pumar, quien fue incluso más lejos para sostener peregrinamente—en la asamblea de Fedecámaras que eligió a Pedro Carmona Estanga como su Presidente en 2001—que la constitución vigente era la de 1961, puesto que se la había pretendido derogar en violación de su Artículo 250: “Esta Constitución no perderá vigencia si (…) fuere derogada por cualquier otro medio distinto del que ella misma dispone”. Esa torpe doctrina fue el fundamento de Carmona para volarse sin miramientos la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia en su deforme decreto del 12 de abril de 2002. (En la mañana de ese día estaba Páez Pumar en Miraflores, luego de distribuir un correo electrónico en el que reiteraba su tesis, en reunión de varias personas con Carmona en el Salón de los Espejos, y éste es dato que le molesta cuando se lo recuerdan y lo negaba hasta que le apunté que los videos de ese día registraron su imagen). La asamblea y el tribunal habrían sido creadas por una constitución írrita y por tanto “inexistente”—a pesar de su aprobación en referendo por el Poder Constituyente Originario—, la de 1999, y en consecuencia esas ramas del Poder Público ¡estarían viciadas de inconstitucionalidad en su origen!
Paéz Pumar eligió distribuir a fines de ese año un “estudio” de su autoría, en el que se refería a la tesis que Brewer no supo refutar acerca de la inexistencia de ese “medio distinto” en el texto de 1961, aludiéndome despreciativamente sin nombrarme con el uso despectivo del término diletante. El 15 de diciembre de 2002 redacté comentarios que le hice llegar, donde puse:
…en más de una ocasión, de modo velado y oblicuo, nunca directo y frontal, haces alusiones a mí, más que a mis argumentos, con la expresión “diletante”, que en tu caso lleva intención descalificadora y despreciativa. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, por cierto, registra, como última acepción del término, ese sentido peyorativo. Pero también define: “Aficionado a las artes, especialmente a la música. Conocedor de ellas. Que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como aficionado y no como profesional”.
Prefiero entenderme dentro de las acepciones positivas de la palabra, y por tanto reivindico con orgullo que puedo ser entendido, en efecto, como diletante en materia constitucional. El diccionario igualmente anuncia que el vocablo tiene origen italiano. No escapa a tu culta persona que diletante significa, en esa lengua, lo mismo que amante. Un diletante del derecho es, en ese sentido, un amante del derecho. Y he aquí la clave para diferenciar nuestras respectivas situaciones: tú ejerces profesionalmente el derecho; yo tan sólo lo amo.
Este largo preámbulo funciona como algo que también advertí a Páez Pumar: “…como es práctica común de los pronunciamientos tribunalicios, en particular de aquellos que provienen del Máximo Tribunal, antes de entrar en materia es necesario dilucidar el problema de la competencia. De mi competencia para discutir el tema constitucional”.
Paso ahora al caso del decreto de emergencia económica del 14 de enero, la sentencia 07 de la Sala Constitucional del 11 de febrero y la argumentación de Duque Corredor.
……
Primero. El decreto es de potencialidades extraordinariamente perniciosas. En mi programa del 16 de enero y en mi blog (Niego la mayor) sostuve:
…puede negarse la validez de un silogismo mediante la mostración de un defecto de lógica, del uso de un razonamiento lógicamente inválido. Pero es más radical aún la negación de alguna de las premisas. “Niego la mayor”, diría el retórico que no acepte la validez de la premisa ofrecida justo al inicio del razonamiento propuesto.
Éste es el caso del tramposo decreto; no puede admitirse su parte dispositiva simplemente porque sus premisas, sus considerandos, son falsos. Aprobar el decreto equivaldría a aceptar que la teoría de una guerra económica como explicación de la situación nacional es correcta. La Asamblea Nacional debe negarse frontalmente a su aprobación, pues ella es lo mismo que absolver a un culpable gobierno de sus inocultables responsabilidades.
Como reconocí el sábado pasado en Radio Caracas Radio, yo mismo no sabía de lo dispuesto en la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción acerca del plazo de 48 horas para que la Asamblea Nacional decidiera sobre el decreto, pero yo no presido la AN ni tengo a la disposición una batería de abogados como la que está a la orden de la Mesa de la Unidad Democrática. Tal vez incurrí también en falta al suponer que Ramos Allup y compañía eran competentes para manejar el problema. Pero también informé que un competente amigo sí alertó a los partidos de la MUD sobre el punto, y que éstos desestimaron la advertencia porque sus “constitucionalistas” les habían confirmado que contaban con ocho días para considerar el decreto.
Segundo. La sentencia de la Sala Constitucional del jueves pasado está minuciosamente construida. Lo que no es creíble es que la solicitud de interpretación se le hubiera ocurrido a algún consejo comunal, menos a un grupo de varios consejos comunales. Es obvio que alguien en el gobierno hizo la ingeniería de este golpe y escogió esos protagonistas para reforzar su evangelio comunal, como Cabello hizo en diciembre instalando un “parlamento comunal” del que no se ocupó durante los cinco años en los que presidiera la AN, pues la ley de comunas fue aprobada—como siempre a última hora—a fines de 2010.
Tercero. Prescindiré de comentar juicios de valor de Duque Corredor sobre la calidad del TSJ y sus magistrados, pues a fin de cuentas son una opinión basada en conjeturas formuladas desde una postura de oposición general al régimen presidido por Maduro, por más plausibles que ellas sean. Sus argumentos de fondo son:
Ni la opinión del Dr. Brewer Carias ni las mías consideran que existe una duda de interpretación del artículo 339 de la Constitución que claramente establece que para que un decreto de estado de excepción tenga eficacia se requieren dos condiciones coincidentes: la de la aprobación por la Asamblea Nacional y que la Sala Constitucional lo considere constitucional. Ni Brewer Carías, ni yo, consideramos que los decretos de estados de excepción tienen eficacia sin la aprobación de la Asamblea Nacional y que la Sala Constitucional pueda dar por eficaces estos decretos en sustitución de la Asamblea Nacional o que sin que se den los supuestos de hecho fortuito o de fuerza mayor, pueda aplicarse el artículo 27, de la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción, para considerar que el decreto que declaró el estado de emergencia económica se considere aprobado por el presunto incumplimiento de la Asamblea Nacional de pronunciarse sobre su aprobación o no, dentro de las 48 horas siguientes a su publicación.
Sin uno u otro de estos requisitos los decretos de estado de excepción no tienen vigencia y no son aplicables.
(…)
…la Sala Constitucional falsea la verdad (…) al considerar aprobado el decreto de emergencia por la supuesta falta de decisión por parte de la Asamblea Nacional, cuando que para que se de tal supuesto, de aprobación tácita, según el artículo 27 de la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción, ha de existir un hecho fortuito o un caso de fuerza mayor que impida a la Asamblea Nacional pronunciarse dentro de las 48 horas después de publicado el decreto. Tal hecho fortuito, o hecho imprevisible o inevitable, o caso de fuerza mayor, por causa de fenómenos naturales, que hubiera impedido a la Asamblea Nacional funcionar normalmente, nunca ha existido, para que se aplicará [sic] el lapso extraordinario de 48 horas, en lugar del lapso ordinario de los 8 días…
Bueno, el incumplimiento no es “presunto” ni “supuesta” la falta de decisión por parte de la Asamblea Nacional; ella es, por lo contrario, fáctica, pública y notoria. Su decisión de desaprobar el decreto se produjo el 22 de enero, en el octavo día posterior a la publicación del decreto, que apareció en Gaceta Oficial del 14 del mismo mes, y ella estaba obligada a tramitar el caso en dos días, a tenor del Artículo 27 de la LOSEE, a más tardar para el 16 de enero.
No hay un “lapso ordinario” de ocho días, como arguye Duque Corredor, para considerar el decreto; esto es un craso error: los ocho días mencionados en el Artículo 339 de la Constitución y el 26 de la LOSEE se refieren al plazo que el Presidente tiene para remitir el decreto a la AN y el TSJ para sus respectivas revisiones, nunca al tiempo que la Asamblea puede emplear para discutirlo y decidir. Y no es “extraordinario” el lapso de 48 horas especificado en el Artículo 27 de la LOSEE; es el ordinario:
El decreto que declare el estado de excepción, la solicitud de prórroga o aumento del número de garantías restringidas, será aprobado por la mayoría absoluta de los diputados y diputadas presentes en sesión especial que se realizará sin previa convocatoria, dentro de las cuarenta y ocho horas de haberse hecho público el decreto.
Lo que es extraordinario es consumir más de 48 horas en la decisión de los diputados; lo que es extraordinario es la aprobación tácita, ya declarada por el TSJ. Ésta es la segunda parte del Artículo 27 de la LOSEE:
Si por caso fortuito o fuerza mayor la Asamblea Nacional no se pronunciare dentro de los ocho días continuos siguientes a la recepción del decreto, éste se entenderá aprobado.
Como admite el propio Duque Corredor, “Tal hecho fortuito, o hecho imprevisible o inevitable, o caso de fuerza mayor, por causa de fenómenos naturales, que hubiera impedido a la Asamblea Nacional funcionar normalmente, nunca ha existido”; ergo, la Asamblea Nacional no tenía justificación para exceder el plazo de 48 horas. El hecho imprevisible o la fuerza mayor son, justamente, lo que pudiera haber impedido el pronunciamiento perentorio—se trata de un estado excepcional—en 48 horas.
Más adelante, argumenta el prestigioso jurista:
Igual fraude constitucional lo representa la utilización por parte de la Sala Constitucional del llamado control constitucional difuso, para desaplicar el artículo 33 de la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción que le impedía continuar conociendo del recurso de interpretación, por cuanto, según esta norma, la improbación por la Asamblea Nacional del decreto de declaratoria de emergencia económica, implicaba para la Sala Constitucional la pérdida de su jurisdicción para decidir sobre dicho recurso.
En efecto, si la Asamblea Nacional hubiera improbado válidamente el decreto, cosa que no hizo por las razones expuestas, y el Tribunal Supremo de Justicia no se hubiera pronunciado aún sobre su constitucionalidad, entonces la Sala Constitucional no habría tenido materia acerca de la cual decidir. Pero el punto es que esa improbación no existió, al no haberse efectuado en el lapso de 48 horas y no haber mediado hecho fortuito o fuerza mayor que explicara su retraso.
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En el artículo para La Verdad de Maracaibo mencionado al inicio, no sólo me ocupé de un lado. También escribí:
La constituyente tiene poderes absolutos, tesis de Chávez Frías y sus teóricos. Falso. Una asamblea, convención o congreso constituyente no es lo mismo que el Poder Constituyente. Nosotros, los ciudadanos, los Electores, somos el Poder Constituyente. Somos nosotros quienes tenemos poderes absolutos y no los perdemos ni siquiera cuando estén reunidos en asamblea nuestros apoderados constituyentes. Nosotros, por una parte, conferiremos poderes claramente especificados a un cuerpo que debe traernos un nuevo texto constitucional. Mientras no lo haga, la Constitución de 1961 continuará vigente en su especificación arquitectónica del Estado venezolano y en su enumeración de deberes y derechos ciudadanos. Y no renunciaremos a derechos políticos establecidos en 1961. Uno de los más fundamentales es, precisamente, que cuando una modificación profunda del régimen constitucional sea propuesta, no entrará en vigencia hasta que nosotros la aprobemos en referéndum.
Al año siguiente, la Asamblea Constituyente decapitó al Congreso de la República al “preeliminar” el Senado, cercenando una cámara que había sido elegida meses antes por voto popular, tan válido como el que pusiera los diputados constituyentes. Henrique Capriles Radonski continuó despachando como Presidente de la Cámara de Diputados sin interponer, que se recuerde, ninguna protesta. No se había desplomado el techo sobre él; el hecho fortuito sólo afectaba la cámara contigua.
Antes de Chávez, naturalmente, ya el sistema político venezolano de partidos ideológicos había dado abundantes muestras de agotamiento. Tan temprano como en febrero de 1985 cupo este juicio:
Intervenir la sociedad con la intención de moldearla involucra una responsabilidad bastante grande, una responsabilidad muy grave. Por tal razón, ¿qué justificaría la constitución de una nueva asociación política en Venezuela? ¿Qué la justificaría en cualquier parte?
Una insuficiencia de los actores políticos tradicionales sería parte de la justificación si esos actores estuvieran incapacitados para cambiar lo que es necesario cambiar. Y que ésta es la situación de los actores políticos tradicionales es justamente la afirmación que hacemos.
Y no es que descalifiquemos a los actores políticos tradicionales porque supongamos que en ellos se encuentre una mayor cantidad de malicia que lo que sería dado esperar en agrupaciones humanas normales. Los descalificamos porque nos hemos convencido de su incapacidad de comprender los procesos políticos de un modo que no sea a través de conceptos y significados altamente inexactos. Los desautorizamos, entonces, porque nos hemos convencido de su incapacidad para diseñar cursos de acción que resuelvan problemas realmente cruciales. El espacio intelectual de los actores políticos tradicionales ya no puede incluir ni siquiera referencia a lo que son los verdaderos problemas de fondo, mucho menos resolverlos. Así lo revela el análisis de las proposiciones que surgen de los actores políticos tradicionales como supuestas soluciones a la crítica situación nacional, situación a la vez penosa y peligrosa.
Pero junto con esa insuficiencia en la conceptualización de lo político debe anotarse un total divorcio entre lo que es el adiestramiento típico de los líderes políticos y lo que serían las capacidades necesarias para el manejo de los asuntos públicos. Por esto, no solamente se trata de entender la política de modo diferente, sino de permitir la emergencia de nuevos actores políticos que posean experiencias y conocimientos distintos.
Las organizaciones políticas que operan en el país no son canales que permitan la emergencia de los nuevos actores que se requieren. Por lo contrario, su dinámica ejerce un efecto deformante sobre la persona política, hasta el punto de imponerle una inercia conceptual, técnica y actitudinal que le hacen incompetente políticamente. Hasta ahora, por supuesto, el país no ha conocido opciones diferentes, pero, como bien sabemos, aún en esas condiciones los registros de opinión pública han detectado grandes desplazamientos en la valoración popular de los actores políticos tradicionales, la que es cada vez más negativa.
Por evidencia experimental de primera mano sabemos que los actores políticos tradicionales están conformados de modo que sus reglas de operación se oponen a los cambios requeridos en conceptos, configuraciones y acciones políticas. Por esto es que es necesaria una nueva asociación política: porque de ninguna otra manera saludable podría proveerse un canal de salida a los nuevos actores políticos.
Pero en los últimos 17 años hemos asistido a una serie dolorosamente reiterada de incompetencia por parte de la oposición al chavismo. Tan sólo en 2004 se perdió la oportunidad del referendo revocatorio a pesar de que entre 2002 y 2003 una mayoría nacional prefería la cesantía de Chávez. Entonces se dijo:
Si tuviéramos, Dios no lo permita, un pariente con tan grave dolencia que ameritara la atención de toda una junta médica; si este cuerpo de facultativos intentase primero una cierta terapéutica y con ella provoca a nuestro familiar un paro cardiaco; si a continuación prescribe un segundo tratamiento que le causa una crisis renal aguda; si, finalmente, aplica aún una tercera prescripción que desencadena en nuestro deudo un accidente cerebro-vascular, con toda seguridad no le querremos más como médicos.
Y esta es la estructura del problema con la Coordinadora Democrática. La constelación que se formó alrededor de ella, no sin méritos que hemos reconocido, nos llevó primero a la tragedia de abril de 2002, luego a la sangría suicida del paro, finalmente a la enervante derrota del revocatorio. (Para no agregar al inventario una nutrida colección de derrotas menores). No hay vuelta de hoja. No podemos atender más nunca a esa dirigencia.
(…)
De modo que ahora el país necesita nuevos líderes y una nueva especie, con código genético diferente, de organizaciones políticas. No porque Chávez haya sobrevivido al referendo su proyecto ha dejado de ser societalmente maligno, en el sentido oncológico del término. Su gobierno se ha mostrado en contumacia contrario a los fines de la paz y la prosperidad de la nación, «al enemistar entre sí a los venezolanos, incitar a la reducción violenta de la disidencia, destruir la economía, desnaturalizar la función militar, establecer asociaciones inconvenientes a la República, emplear recursos públicos para sus propios fines, amedrentar y amenazar a ciudadanos e instituciones, desconocer la autonomía de los poderes públicos e instigar a su desacato, promover persistentemente la violación de los derechos humanos, así como violar de otras maneras y de modo reiterado la Constitución de la República e imponer su voluntad individual de modo absoluto». El pueblo de Venezuela necesita articular una oposición eficaz a tal ejecutoria.
Después de eso vendrían numerosos otros errores, como el persistente de acusar al chavismo sin refutarlo, como la continuada incapacidad para estructurar un nuevo movimiento político que no lo fuera de movimientos sino de ciudadanos, manteniendo una federación incompleta de partidos de ideología disímil de la que no han desaparecido las tendencias centrípetas… hasta esta enorme equivocación que ha permitido la supervivencia de un peligrosísimo decreto de emergencia económica.
Me resultó doloroso escribir en Las élites culposas:
Y ésa es la tragedia política de Venezuela: que sufre la más perniciosa dominación de nuestra historia—invasiva, retrógrada, ideologizada, intolerante, abusiva, ventajista—mientras los opositores profesionales se muestran incapaces de refutarla en su discurso y superarla, pues en el fondo emplean, seguramente con mayor urbanidad, el mismo protocolo de política de poder afirmada en la excusa de una ideología cualquiera que, como todas, es medicina obsoleta, pretenciosa, errada e ineficaz. Su producto es mediocre.
En Retrato hablado puse el 30 de octubre de 2008:
…la refutación del discurso presidencial debe venir por superposición. El discurso requerido debe apagar el incendio por asfixia, cubriendo las llamas con una cobija. (…) Dicho de otra manera, desde un metalenguaje político es posible referirse al chavismo clínicamente, sin necesidad de asumir una animosidad y una violencia de signo contrario, lo que en todo caso no hace otra cosa que contaminarse de lo peor de sus más radicales exponentes. Es preciso, por tanto, realizar una tarea de educación política del pueblo, una labor de desmontaje argumental del discurso del gobierno, no para regresar a la crisis de insuficiencia política que trajo la anticrisis de ese gobierno, sino para superar a ambos mediante el salto a un paradigma político de mayor evolución.
Apuesto ahora a que una serie tan nutrida de equivocaciones haga entender a suficientes personas de vocación política, a suficientes patrocinadores, para que ayuden en el parto de un nuevo tipo de políticos, que es lo que hace falta:
Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos. Por esto tomará un tiempo aceptar que son los actores políticos adecuados, los que tienen la competencia necesaria, pues, como ha sido dicho, nuestro problema es que “los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía”.
De nuevo, gracias por su comunicación y su concurrencia con mi opinión sobre el traumático desenlace del maligno decreto de emergencia económica.
Cordialmente
Luis Enrique Alcalá
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P. S. Un cercano amigo me hizo llegar el 12 de diciembre un texto de Allan Randolph Brewer-Carías—Primer paso: Reconstrucción de la democracia—, precedido de su juicio preliminar:
Te remito éste, que a lo mejor conoces. Lo he leído con un cierto detenimiento, dentro de mis lógicas limitaciones técnicas en ese campo, lo merece la trayectoria del autor y, sobre todo, forma parte de la «vorágine» en la que entramos. Ahora bien, y sólo argumentativamente, hay un par de cosas que no me cuadran del todo.
La primera es la asunción de que el mandato tiene la extensión que se le atribuye (elección de segundo grado) poniéndola incluso, «pour besoin de la cause», antes o por encima de la legislativa. Lo segundo, a partir de esa premisa, reiteradamente y a ratos, humildemente pienso que hay «petitio principii». Y lo tercero, que se razona partiendo de que la «formalidad constitucional», básica, claro, no sólo es lo más importante, sino también lo más urgente existencialmente para la mayoría, lo cual me parece que es algo elaborado en un escritorio en N. York y no desde la realidad cotidiana aquí.
Es sólo una simple reacción, como se diría en pelota vasca, «a bote pronto»…
Copio de mi contestación:
He dado una primera lectura al texto de Brewer, antiguo amigo, y concurro con tus reservas. Aunque más de una pelota devolví de bote pronto en el frontón del padre del Sosa jesuita, lejos estoy de creer que un argumento ad hominem tiene alguna validez lógica, pero no puedo menos que señalar la falta de autoridad moral de “Randy” al escribir: “…un gobierno que (…) trastocó el régimen del Estado democrático y social de derecho y de justicia del cual habla la Constitución, erigiéndose en su lugar un Estado (…) por el que nadie, nunca votó”. Eso fue lo que hizo Carmona Estanga, a quien Brewer apoyó y aconsejó.
Pero la “falla de origen” de sus apuntes reside acá: «No hay que equivocarse al evaluar el triunfo electoral, pues el 6 de diciembre no ocurrió una elección legislativa más, pues lo que se produjo, en realidad, fue una elección de unos diputados con un mandato definido, que es la reconstrucción de la democracia, repudiando el régimen totalitario que se había instalado en el país desde 1999. Así es que hay que evaluar el triunfo de la oposición, con esas características, para que sea debidamente administrado, lo que tiene que comenzar identificándose bien lo que es prioritario. Por tanto, la mayoría calificada que los partidos y grupos de oposición agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvieron el 6 de diciembre de 2015, no puede considerarse de otra manera que no sea como el mandato que el pueblo le dio a sus representantes para proceder a la reconstrucción de la democracia”.
Como apuntas, hay aquí mucho de petitio principi. El 6 de diciembre se eligió a 167 diputados, punto. Si bien se eligió la AN con ventaja apabullante de 112 opositores y 55 oficialistas, ni Brewer, ni nadie, ha tenido acceso a los estados mentales de los electores que votaron el domingo pasado. No hay duda de que se expresó en esos resultados un malestar muy generalizado y una clara opinión contraria al gobierno, pero saltar hasta sus conclusiones y recomendaciones es un procedimiento inadmisible, y esto sin decir que él mismo no lee correctamente la Constitución. Por ejemplo, es verdad que una mayoría de dos tercios puede remover magistrados del TSJ, pero sólo sobre la base de un pronunciamiento previo del Poder Ciudadano (Fiscal, Contralor, Defensor del Pueblo) que establezca las causales de remoción.
Es típico razonamiento que desconoce la pragmática científica; no hay ningún estudio de opinión que certifique una mayoría suficiente de electores dominicales que quisieran lo que él llama “reconstrucción de la democracia”.
Brewer está, una vez más, decididamente extraviado.
Como lo estuvo el entonces candidato a diputado José Guerra—que ahora excusa la omisión de la AN porque Maduro le habría dicho a Ramos Allup que tenía ocho días—, cuando argumentaba el 11 de octubre pasado (en El socialismo va a referendo): “Estoy entre quienes opinan que este 6 de diciembre, además de la elección de una nueva Asamblea Nacional, se celebra un referendo consultivo sobre el modelo económico que queremos transitar. La pregunta es muy sencilla: ¿Está Usted de acuerdo con el modelo socialista actual o prefiere recuperar el sistema de libertades económicas consagrado en la Constitución? Esa es la disyuntiva”.
Ese mismo día comenté en mi blog:
La noción está equivocada. Jamás unas elecciones (democracia representativa) equivaldrán a un referendo (democracia participativa); jamás fueron las elecciones municipales de 2013 un “plebiscito” acerca del gobierno de Nicolás Maduro, como intentara vender Henrique Capriles Radonski. Pretender algo así es adulterar el sentido constitucional de los actos electorales. El 6 de diciembre no está planteada esa disyuntiva, sino la de votar o no votar por alguno de los candidatos del circuito correspondiente. Si se quiere que algo sea tenido por un referendo consultivo debe serlo; no debe proponerse que las elecciones del 6D usurpen lo que tendría que ser una manifestación explícita del Soberano.
Dirigentes de oposición importantes—Julio Borges, Jesús Torrealba, Henry Ramos Allup, el mismo José Guerra—declinaron interesarse en un referendo sobre ese mismísimo asunto. Ahora deliberan acerca de cómo procurarán—¿no han debido decidirlo hace un buen rato?—la cesantía más rápida posible de Nicolás Maduro. Veremos con qué van a venir. LEA
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Para descargar esta entrada en archivo .pdf: Cruce de correos
Para descargar la opinión de R. J. Duque Corredor: La Sentencia de la Sala Constitucional del 11 de febrero del 2016
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Decreto y salida
La edición #183 de Dr. Político en RCR se contrajo a examinar la grave omisión de la directiva de la Asamblea Nacional, al excederse el plazo establecido en la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción para pronunciarse sobre el decreto de emergencia económica del 14 de enero, y las fórmulas que la oposición considera para lograr la cesantía de Nicolás Maduro como Presidente de la República. Siendo mañana la fecha en que se celebra el Día de los Enamorados, Luis Miguel cantó Somos novios, del gran compositor de boleros Armando Manzanero. Al comienzo del último segmento del programa, el tema noble de Júpiter—de la suite Los planetas, de Gustav Holst—fue un homenaje a Alberto Einstein, cuya predicción centenaria de ondas gravitacionales fue reivindicada con el anuncio de su detección el jueves de esta semana. A continuación, el audio de la transmisión:
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