por Luis Enrique Alcalá | Dic 28, 2006 | Cartas, Política |

Uno de los más agudos intérpretes del proceso político venezolano, Luis Vicente León, director de la prestigiosa firma encuestadora Datanálisis, ha declarado a El Universal, según reporta el periódico, «que todavía no se vislumbra ninguna figura de la oposición que pueda enfrentar con éxito al actual mandatario de cara a las elecciones de diciembre próximo».
Viniendo esto de León, que acaba de publicar en el mismo diario sendos artículos para la evaluación de cuatro posibles candidaturas (sin contar la de Chávez)—Borges, Petkoff, la doble de Salas «gallo» y Salas «pollo», Smith—tal aseveración pareciera ser un dictamen de desahucio para estos nombres, puesto que ellos sí son vislumbrados como candidatos, lo que le permitió justamente escribir sobre ellos. León no cree que ninguno de ellos puede ganarle a Chávez.
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Por último (last but not least, en absoluto), quienes han sido asomados como candidatos o posibles candidatos, ipso facto, conformarían un club de debates muy exclusivo. Ellos debieran debatir, a los ojos del país, qué creen que debiera hacerse desde la silla presidencial, pues es ese asiento el que buscan, y ninguna otra cosa que la aprobación de sus planes debiera legitimarles. Este club debiera permitir la entrada, por cierto, de Hugo Chávez Frías, que buscará su reelección. Ojalá consintiera, lo que probablemente no hará, en integrar una academia de candidatos en la que se discuta abiertamente lo que debe hacerse con el Poder Ejecutivo Nacional a partir de enero de 2007. Como escribiera el Día de la Inmaculada Concepción, «ninguna otra cosa sería responsable, ninguna otra admisible».
#171 – 05/01/06 Educación primaria
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La figura del derecho de rebelión es reconocida en la literatura jurídica, mientras que en la extensa obra de Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, puede encontrarse una escolástica discusión del empleo de métodos violentos en la acción política. (Doctrina de la guerra justa). Uno de los documentos en el que se encuentra más claramente expresado el derecho de rebelión es la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776, tres semanas antes de la Declaración de Independencia norteamericana). En este texto se estipula que, cuando un gobierno sea inadecuado o contrario a los propósitos para los que ha sido establecido «una mayoría de la comunidad tiene un derecho indudable, inalienable e inanulable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, en tal forma que se juzgue más conducente al bienestar público».
En esa redacción se encuentra la clave para entender el abuso de Chávez Frías y los restantes conjurados de 1992. El sujeto del derecho de rebelión es una mayoría de la comunidad. Los conjurados del 4 de febrero, que por propia admisión de Chávez Frías estaban juramentados como conspiradores nueve años antes, no eran, claramente, una mayoría de la comunidad. Después de la triste fecha escribí: «…ni necesitamos ni queremos otro intento militar para resolver esta crisis. La soberanía no reside en los generales, no reside en Fedecámaras, en la CTV, en las universidades, en la Causa R, en la iglesia católica, en las otras iglesias todas reunidas, en las asociaciones de vecinos. La soberanía reside en el pueblo. En el pueblo todo. Ningún segmento, por más lúcido, capacitado o bien intencionado que pueda ser, tiene derecho a suplantar al cuerpo social en su conjunto».
#172 – 12/01/06 El uso del abuso
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El opositor patológico es adicto al objeto de su oposición. Si Chávez no ha dicho nada últimamente siente una desazón de carácter obsesivo-compulsivo y busca encontrar en el territorio de alguna gobernación, o un municipio fronterizo una manifestación más de la maldad de su régimen.
Pero, atraído irremisiblemente hacia el objeto de su odio, como quien se deja cautivar por la mirada de una serpiente, como mariposa que busca la lumbre en la noche (así se achicharre), procura estar enterado de todos los pasos del actual Presidente de la República, y esto realimenta su angustia, su odio, su estrés. Chávez sabe que causa ese efecto y disfruta dando pie a que esas emociones cundan en el número de sus opositores; hace a propósito lo que él presume que causará mayor irritación a sus opositores. El niño es llorón y la mamá lo pellizca.
Ésta no es, por otro lado, la única realimentación que se produce en esta dinámica. La ritual execración de la figura presidencial proporciona al opositor adicto un progreso indirecto en la imagen ética que tiene de sí mismo. En efecto, mientras puedo hablar peor del Presidente, mientras más malvado lo encuentro, yo soy por implicación una mejor persona. Como no soy como él—¡Dios me libre!—entonces soy bueno. Mi bondad progresa relativamente, sin que yo haga mérito independiente, porque su maldad crece todos los días. Así obtengo satisfacción moral.
Y todavía hay un segundo mecanismo psicológico que refuerza la adicción: que en la execración ritual, en saborear una mezcla de amargura y angustia porque el hombre no ha caído, el opositor adicto ha encontrado la trascendencia. Ahora es un patriota, ya no sólo un ejecutivo financiero, un comunicador social o un dentista. Ahora soy héroe, pues he sentido en carne propia la gaseosa y lacrimógena represión. Ahora soy valiente.
#174 – 26/01/06 Enfermo típico
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En términos objetivos clásicos la dificultad de derrotar electoralmente a Hugo Chávez en 2006 es verdaderamente muy grande. El candidato «incumbente» las tiene prácticamente todas consigo: no sólo tiene el control de todo el aparato estatal—desde el nivel nacional hasta el municipal en lo ejecutivo, y transversalmente en lo legislativo, judicial, electoral y el «poder ciudadano»—lo que incluye casi todo aparato represor—militar convencional y de reserva junto con lo policial (salvo unos pocos municipios)—sino por supuesto los recursos financieros públicos, que en el año electoral han sido presupuestados en nada menos que 85 billones de bolívares. (Más de cuatro veces, en bolívares corrientes, lo que manejara en su primer año de gobierno). Por si fuera poco, usará este poder desde una plataforma de apoyo electoral que oscila, según las encuestas, entre 45% y 60%—veinte o cuarenta puntos sobre su más cercano competidor—y, para coronar, ha adquirido una estatura mundial que, independientemente de su corrección, es superior a la de cualquier candidato emergido o emergente y a la de cualquier otro presidente venezolano de la historia, en verdad segunda sólo tras la de Bolívar. Si Chávez muriera mañana, habrá dejado un hondo y extenso recuerdo en el mundo entero, y una empatía global con su trayectoria y sus posturas se convertiría en una amplificación y diseminación de ellas. A Chávez hay que mantenerlo vivo.
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Nadie ha podido mostrar, si de combate puro se tratase, dónde está el talón de Aquiles de Chávez. ¿De qué más se le va a acusar que no haya sido todavía expuesto? Ya se le ha dicho corrupto, asesino, dictador, comunista, abusador, zambo, matón, perdonavidas, golpista, fraudulento, totalitario, megalómano, terrorista, mentiroso, cobarde, procaz, machista, anacrónico, sibarita, demagogo, populista, caprichoso, resentido, arbitrario, cruel, vengativo, nepótico, alevoso, militarista, inconstitucional, loco, dispendioso, ineficaz, verboso, sofista, irresponsable, incompetente, mal reunido. ¿Cuánto que pudiera añadirse al numeroso expediente acusatorio de Chávez de aquí a diciembre de 2006 haría una verdadera diferencia? La Realpolitik tiene por táctica favorita el desprestigio del oponente: ¿con qué otra cosa pudiera ensuciarse la reputación de Chávez que ya no haya sido mencionada? No es realista pensar que en la campaña por desplegarse dentro de muy poco se destape una olla cuyo hedor pueda atenuar suficientemente la propensión a votar por Chávez.
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Si no todo el apoyo puede anotarse a la ayuda dispendiada (o su expectativa) ¿qué otras causas del mismo están presentes? Hay una obvia: Chávez ha dedicado una muy considerable proporción de su mandato a la propaganda fide, a vender una explicación totalizadora, exhaustiva, acerca del mundo y su política y su historia. Hay una manera «bolivariana» de cepillar los dientes. Y aquí encontramos que su prédica ha llegado a convencer a mucha gente.
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Quien pretenda vencer a Chávez en 2006 deberá abrevar en fuentes «transweberianas», más allá de la tradición, el carisma y el aparato. Su primera fuente de legitimación deberá ser programática, terapéutica, estratégica. Deberá ser capaz de mostrar que se propone aplicar tratamientos viables y eficaces a nuestros principales problemas públicos, una vez enumerados en un claro y convincente diagnóstico. Obviamente, aquí deberá competirse como proyecto contra un programa en operación: el del gobierno. Aquí sólo podrá ofrecerse una promesa.
Pero, más profundamente, nuestro candidato tendría que legitimarse paradigmáticamente: tendría que hablar con una gramática política a la vez consistente y distinta de la de Chávez, más evolucionada y responsable que la de un tal socialismo del siglo XXI, superior a la de los partidos desplazados por aquél, menos simplista, menos primitiva, menos ingenua, menos bárbara.
Un nuevo recuerdo de Briceño Guerrero permite ubicar el asunto. En El laberinto de los tres minotauros (que incluye El discurso salvaje, ya nombrado), el filósofo de la Universidad de los Andes, apureño, de primeras letras en Barinas, la tierra de Chávez, sostiene que en América coexisten y se combaten un discurso salvaje—el de los primeros pobladores y las razas sojuzgadas que Chávez reivindica—uno mantuano, el del privilegio aristocrático u oligárquico, y el discurso racional occidental, limitado por el rigor lógico y por la verdad. En nuestro teatro político actual sólo han actuado suficientemente los dos primeros, con abrumadora ventaja reciente del salvaje sobre el mantuano. La dilucidación del problema sólo podrá ser aportada desde un discurso racional.
Lo que no puede ser emocionalmente aséptico, por más que un origen clínico y responsable sea la única fuente aceptable. Por fortuna, lo veraz puede ser bello, y lo bello emociona. Lo bello, por otra parte, es usualmente signo de lo bueno, y la bondad, por la suya, tiene un valor funcional. «La bondad—dijo Don Pedro Grases al cumplir sus setenta años—nunca se equivoca».
#175 – 02/02/06 La ascensión del corozo
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La onda más reciente, como lo revela el último artículo de León, es la que ve en Manuel Rosales, el Gobernador del estado Zulia, la más conveniente de las candidaturas. Tal impresión se asienta, como es natural, en la exitosa carrera política del mandatario regional, que le ha permitido ser reelecto con holgada ventaja el 31 de octubre de 2004 mientras enfrentaba a un candidato oficialista. Junto con Morel Rodríguez, el Gobernador de Nueva Esparta, es uno de un escuálido par de gobernadores de estado que pudo sobrevivir la marea roja que sobrevino luego del referendo revocatorio del 15 de agosto de aquel año.
Además de tal mérito, la candidatura de Rosales es percibida como la de un operador político avezado, ducho en el arte de la política clásica, a la que se entiende en este caso como una actividad que es primordialmente de negociación y transacción. (Para el demócrata clásico el negocio político es, por encima de cualquier cosa, la búsqueda del poder en competencia con terceros actores para, una vez obtenido, emplearlo en la «conciliación de intereses» contrapuestos en el seno de la sociedad). Así, se supone no sin razón que un presunto sucesor del actual presidente confrontaría un dificilísimo ambiente político—aunque sólo fuera una Asamblea Nacional en la que no contaría con ningún respaldo—que debiera ser manejado por un «político profesional». En suma, las cualidades más destacadas de Rosales se resumen en su imagen de ganador y su experiencia política, a lo que habría que añadir su bondad como administrador o gobernante: a fin de cuentas los zulianos aprobaron su gestión al reelegirle.
En opinión del suscrito la candidatura de Rosales sería, a pesar de tan obvias ventajas, la más fácil de combatir por parte de Chávez. Más allá de la consideración de sus posibilidades como limitadas por un carácter excesivamente regionalista, Manuel Rosales es un rehén político. Nada puede ocultar el hecho de que cohonestó de forma pública y notoria el descomunal error del contrahecho decreto de constitución y programa del inconstitucional y efímero gobierno de Pedro Carmona Estanga. Delante de las cámaras de televisión, Manuel Rosales subió al estrado del Salón Ayacucho en Miraflores para rubricar, «en representación de los gobernadores de estado», la monstruosidad del 12 de abril de 2002.
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Sólo quien sostenga la peregrina idea de que la mayoría del pueblo venezolano estuvo de acuerdo con lo acaecido el 12 de abril de 2002, podría creer que una candidatura de Rosales sobreviviría una campaña en la que Chávez removería inmisericorde la llaga de ese recuerdo.
#176 – 09/02/06 Dramatis personae
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Sin llegar a esos extremos dignos del teatro del absurdo, se ha generalizado demasiado una particular interpretación de lo acontecido el pasado 4 de diciembre con la elección de la Asamblea Nacional. La interpretación estándar va sobre las siguientes líneas: que «la sociedad civil» impuso a los partidos políticos de oposición una línea abstencionista—»No fueron los partidos, fuimos nosotros»—, que los partidos, en acatamiento a esa voluntad soberana, asestaron el golpe de última hora—el gobierno no tuvo tiempo de reaccionar—de su retirada o forfeit y que tal cosa determinó la voluminosa abstención del 4D; que esa abstención fue toda de oposición al gobierno y además se expresó en una serie de «mandatos» específicos, razones todas por las cuales el que el oficialismo controle ahora todos los escaños de la Asamblea ¡es un resonante triunfo para la oposición!
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En lo concerniente al famoso «mandato» del pueblo, expresado en la abstención del 4D, cabe señalar que la especie ha sido adoptada como «línea» opositora. Esto es, ya no es solamente una mera interpretación más o menos extendida, sino que en ciertos círculos se ha decidido vocearla de todo modo y manera. Varios son sus obvios y coordinados evangelistas: Carlos Blanco, María Corina Machado, en cierto modo Armando Durán y, lo más preocupante, una treintena de nombres al pie de un manifiesto fechado el 4 de febrero, hace doce días, en el que se sostiene que el 4 de diciembre de 2005 el pueblo emitió un inequívoco y múltiple mandato.
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Con este mismo tenor se enumera un total de dieciséis mandatos específicos, que habrían sido declarados por el pueblo abstencionista, unánimemente opositor. Es obviamente un exageradísimo y falaz documento, y no se puede fundar un movimiento político sobre una mentira, no digamos dieciséis.
Preocupa entonces grandemente que nuevamente se proponga a la opinión pública, a esa entelequia a nombre de la que muchos pretenden hablar y llaman «la sociedad civil», una interpretación de la realidad completamente falseada que impedirá la formulación y puesta en práctica de una estrategia verdaderamente eficaz.
#177 – 16/02/06 Delirio estratégico
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La prescripción señala ahora que «la solución» es propiciar una «crisis de gobernabilidad», condición que sería indispensable para que actores que sólo esperarían por ella—Rumsfeld, o Baduel, o ambos—intervengan para resolverla.
Adicionalmente, los sostenedores de este récipe han descubierto, luego de la masiva ausencia electoral del 4 de diciembre de 2005 y el evidente impacto sobre el discurso gubernamental, que la abstención en retirada de último minuto es el fusible eficaz que detonará impepinablemente la crisis buscada. Pero claro, se añade, para que la retirada surta efecto debe primero adquirirse fuerza, una masa crítica opositora construida, por ejemplo, mediante la organización de elecciones primarias que «calienten la calle». Naturalmente, no debe explicarse toda la estrategia al elector común, quien no debe saber que lo de las primarias es una carantoña, pues de sospecharlo no se produciría la participación masiva que el plan requiere. (De nuevo, como tenemos la razón, estamos moralmente autorizados a manipular a la población opositora mediante el engaño).
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Pero quienes esperan que la «crisis de gobernabilidad» que propiciarían—en simplista consideración de los sistemas políticos como si fuesen entidades de mecánica newtoniana—sería resuelta por Donald Rumsfeld, pudieran quedarse con los crespos hechos. No es muy probable que un gobierno norteamericano enredadísimo en Irak, contradictorio ante Irán, complicado con su situación en las encuestas, detenido en recientes pretensiones por el propio Partido Republicano, pueda llevar a la práctica un esquema directamente intervencionista en Venezuela. Claro, siempre puede un arcángel, aparecido a Bush en madrugada de la Casa Blanca, entregarle la flamígera espada fundamentalista del Armagedón, para que resuelva con cirugía nuclear el tremendo enredo en el que está metido. Bastarían unas pocas cabezas nucleares para detener el enriquecimiento de uranio iraní, y todavía sobrarían muchísimas más para dejar caer una o dos en Sabaneta o en Caracas. Dios nos proteja de la paranoia en un mundo tan peligroso.
#181 – 16/03/06 Silogismo defectuoso
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La exposición consistió de un modo muy útil de organizar los elementos fundamentales de este problema, pero fueron tres tajantes afirmaciones de la gente del Grupo La Colina lo que más llamó la atención. Esta gente, que logró descubrir la persistencia de la secuencia de votos en Fila de Mariches, no se montó sobre tal plataforma para exhibirse como los grandes descubridores de un fraude electoral el 15 de agosto de 2004. Todo lo contrario. Lo primero que afirmaron fue que las máquinas de Smartmatic hacían exactamente lo que esta compañía había prometido. Luego, establecieron que el registro secuencial de los votos emitidos no se debía a acción deliberada por parte de Smartmatic o el CNE, sino a un error de Microsoft, uno de cuyos programas off the shelf fue adquirido por Smartmatic para combinarlo con su propio software. Microsoft había garantizado que aquel registro desaparecería, e incluso había mencionado que tal cosa sería así porque la misma condición era requerida por importantes loterías europeas que usaban el mismo programa para garantizar la transparencia de sus sorteos.
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En suma, al conjunto de sólidos argumentos que permiten pensar que el 15 de agosto de 2004, independientemente de otras conductas abusivas y ventajistas por parte del gobierno, hubo más «Noes» que «Síes»Ñque todas las encuestadoras serias del país así lo predijeron, por ejemploÑse añade la puntilla mortal de la certificación ofrecida con la mayor seriedad y tersura por los colineros: se trata del definitivo certificado de defunción de la hipótesis del fraude electrónico.
Pero todavía dijeron otra cosa los representantes del Grupo La Colina: que en su considerado criterio el sistema automatizado de Smartmatic hacía más fácil que la oposición vigilase la correspondencia con los votos reales y los defendiera; esto es, que resulta más fácil defender la fidelidad de los registros y la transparencia del sistema con las mismas máquinas, que con conteos manuales, que regresarían la pelota a la cancha superada de las actas que matan votos.
#184 – 06/04/06 Un empujón útil
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La conferencia se inició asentando como premisa—según se dijo suprema—de todo el asunto, la absoluta seguridad en que el actual titular del cargo presidencial no cree en la alternabilidad democrática y, por tanto… No se dijo más nada. La premisa no fue más comentada ni expandida durante toda la exposición, aunque proyectó su sombra sobre todo el resto de lo argumentado.
Luego se describió a grandes rasgos el mecanismo de primarias y se rebatió, de forma persuasiva, los inconvenientes que usualmente se oponen a la idea de las mismas. Lo que más se enfatizó, sin embargo, fue la exigencia de que el candidato más votado tendría que convertirse en el sumo adalid de la lucha por condiciones electorales confiables, y retirarse de las elecciones, no con 5% en las encuestas, sino con 40% gracias a las primarias, lo que es preferible y sí «tendría impacto», en caso de «ser necesario».
Fue luego de todo eso que se suscitó una ronda de intervenciones de algunos asistentes. Uno de ellos argumentó que el gobierno no es demócrata y por tanto jamás sería derrotable por vía electoral, razón por la cual «lo que había que hacer» era crear, mediante el retiro de la candidatura, una «crisis de gobernabilidad» que pudiera ser aprovechada por otros factores de poder que acabaran con el régimen. Entonces quien ofreciera la conferencia se dirigió al ponente de la receta descrita para decirle: «Pues mira, eso es exactamente lo que estamos buscando».
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No olvidemos que un articulista—¿un seudónimo?—escribió, mientras denostaba de un candidato—justo lo contrario de lo que se dice querer evitar—que lo que procede es crear: «una gigantesca crisis de gobernabilidad que empuje definitivamente a Chávez a su propio abismo. De Miraflores al infierno… dadas las condiciones internacionales y el endurecimiento de las posturas del Pentágono hacia Caracas, una profunda crisis interna con el aislamiento internacional y la dureza de los Estados Unidos, el futuro para Chávez, para Castro y sendas ‘revoluciones’ sería de pronóstico reservado». Hay quienes celebran, en nuestro seno, que los militares norteamericanos se endurezcan.
#187 – 27/04/06 Sensatez y sentimientos
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¿Ha significado el gobierno de Hugo Chávez un progreso real para los venezolanos menos dotados de recursos y oportunidades?
A juzgar por las muy confiables y serias mediciones de Datos (Encuesta Pulso Nacional), hay progreso evidente. En reciente presentación a VenAmCham—cuyo actual Presidente es Edmond Saade, también Presidente de Datos—se reporta la mejoría apuntada: más de la mitad de los venezolanos está satisfecha de su «situación actual de bienestar». Para el año 2000, sólo 21% de los venezolanos manifestaba que su situación personal había mejorado o era igual de buena con respecto al previo ejercicio. A las alturas de 2005 este indicador había subido a 45%, nivel en el que se ha mantenido durante el primer trimestre de 2006.
Estas son cifras generales; si se indaga por esta dinámica en los sectores D y E, se mide un progreso del ingreso real por hogar. Entre 2003 y 2006 este incremento es de 137% para el Nivel E. (En bolívares corrientes ha pasado de Bs. 286.022 a Bs. 680.419 mensuales). La clase D experimentó en el mismo lapso una mejoría de sólo 17%, mientras que la clase C menos (clase media baja) progresó en 31%. Conclusión oficial de Datos: «Hay una clara mejoría en el nivel de ingreso por hogar de los venezolanos, especialmente en quienes representan la mayoría del país». (Datos reporta la siguiente composición poblacional: Nivel socioeconómico ABC+, 4%; Nivel C-, 15%; Nivel D, 23%; Nivel E, 58%).
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Un simple cálculo nos permite estimar a qué se enfrenta quien quiera arrebatarle a Hugo Chávez la Presidencia de la República. Supongamos que la mejora del ingreso mensual en la clase E (prácticamente cuatrocientos mil bolívares: Bs. 394.397) comenzara a producirse ahora. Entonces por el próximo año los hogares de 58% de la población recibirían un total de unos catorce billones de bolívares, o un poco más de seis mil millones de dólares. (El presupuesto nominal de 2006, por comparar, es de 85 billones). Esto es una descomunal transferencia a favor de los más necesitados, que ni siquiera toma en cuenta los componentes de ahorro (principalmente Mercal) y los no monetarios de las misiones, las gigantescas transferencias del Ministerio de Educación y las restantes avenidas que llevan recursos públicos a la población. Una avalancha real, efectiva, existente de tal magnitud, no puede ser emulada por la promesa de «un fondo autónomo con una parte del ingreso petrolero para la distribución del ‘cesta ticket petrolero’, mediante el cual se ayudará a las familias a superar su condición de pobreza y a sufragar parte de los gastos en educación, salud, alimentación y arreglo de vivienda». (Proposición estelar de la oferta programática de Teodoro Petkoff).
#188 – 01/06/06 Lo mejor no es bueno
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En las condiciones actuales, en cambio, las elecciones primarias serían un error, y esto lo sabe hasta Súmate. Ya sabe que a las primarias asistiría muy poca gente—que no temería ser listada por Tascón o su suplente—, menos que la que consintió en solicitar el referendo revocatorio, y que por tanto se vería seriamente desacreditada por el rotundo fracaso de lo que vendió por tanto tiempo. (A pesar de las encuestas que registran alto apoyo a la fórmula de las primarias ¿dónde está el movimiento de calle en apoyo a Súmate?) Por esto ya Súmate está convencida de que lo mejor para sus intereses es que no haya primarias mientras pueda echarle la culpa a otros de su reculada. Esta peculiar ONG, un actor político que actúa como si fuera tutor de candidatos y partidos, ha dado un ultimátum que vence a las cinco de la tarde de hoy, y que exigiría la aquiescencia de los candidatos con mayor intención de votos a su favor—el trío BPR de Borges, Petkoff y Rosales—a las reglas y requisitos que exige.
Una lectura de los documentos que Súmate quiere aceptados y firmados incluye una exclusión: la de Queremos Elegir y Grupo La Colina. En efecto, Súmate ni siquiera los menciona, y en cambio se arroga la Secretaría Técnica de un «Comité Organizador del Proceso de Primarias para Escoger al Candidato de la Unidad Democrática Nacional». Asimismo, Súmate aspiraría que los pretendientes primarios acepten «el compromiso de la Asociación Civil Súmate como organizador del proceso electoral». Nada de las otras dos organizaciones. La arrogancia es tan subida que el ultimátum pareciera expresamente formulado para que se le rechace.
#193 – 06/07/06 Súmate o divídete
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Ahora, pues, «la oposición» dispone de un candidato «único»—la candidatura de Rosales no suprime todavía las de Roberto Smith, Benjamín Rausseo, Bernabé Castillo y el ex presidente de Fogade Jesús Caldera Infante, todas por inscribirse—que evitaría la división aborrecida por la tesis de la polarización electoral. Se trata, naturalmente, de la oposición participacionista, de aquella que no opina como Acción Democrática y Alianza Popular. El «candidato unitario» fue presentado por el latifundista político de Julio Borges, quien dijo a Rosales: «Le pongo a la orden mi partido—al mejor estilo de Jóvito Villalba: «Yo y mi partido; mi partido y yo»—y mi generación». (Como dueño que es de ésta).
La más destacada de las bajas en este proceso es, obviamente, la elección primaria que Súmate pretendió forzar. En sofista argumento, la organización aduce que la unidad candidatural fue producto de su proposición de elecciones primarias, y ya ha abandonado el tono paternal y regañón que exhibiera hasta hace poco. Ningún malabarismo retórico, sin embargo, podrá disimular que Súmate ha quedado en posición muy desairada. Quienes hayan aportado fondos importantes para la celebración de las abortadas primarias tendrán que conformarse con la poco informativa declaración de Óscar Vallés, quien asegura que la inversión realizada «no es una pérdida; ha sido una gran ganancia para la sociedad venezolana». Nada más que por intrigar, esta publicación decía la semana pasada: «Así que lo más probable es que no haya primarias (Primero Justicia y COPEI han insinuado que Súmate no puede organizar las primarias exitosamente ni en Altamira), que Súmate eche la culpa del fracaso a los candidatos (como ya lo ha venido preparando) y a la campaña del gobierno en su contra, que Carlos Blanco ya ha reclamado. Lo más probable es que sea Rosales el candidato de la terna, y Súmate tendrá que decidir si continúa cerca de él, que a fin de cuentas era su candidato preferible, o si se radicaliza consistentemente hacia las posturas abstencionistas de Acción Democrática, Pablo Medina o Álvarez Paz».
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Manuel Rosales es el candidato que Chávez prefería. Menos cómodos para él eran Teodoro Petkoff, también izquierdista, y Julio Borges, al que no podía acusar de cuartorrepublicano. Por eso hizo todo lo posible porque esa candidatura cuajara, no sólo con la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia y las aclaratorias recentísimas del Consejo Nacional Electoral, que no requieren su renuncia al cargo de Gobernador del Zulia (tan sólo su separación), sino antes, con la oferta que le hiciera Isaías Rodríguez. El Fiscal General prometió, de materializarse la candidatura de Rosales, que pondría en el congelador el procedimiento que buscaba la declaración de méritos para el enjuiciamiento del zuliano, mientras dure la campaña, para que no se dijese que la Fiscalía se emplea como instrumento de presión política.
#198 – 10/08/06 El candidato de Chávez
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La inscripción-lanzamiento de la candidatura presidencial de Manuel Rosales, el sábado pasado, en marcha numerosa—desde la época del revocatorio la oposición no levantaba cabeza—ha reavivado, no cabe duda, las esperanzas de que la candidatura «incumbente» de Hugo Chávez será derrotada electoralmente. Tanto es así, que las tozudas posiciones abstencionistas se ven hoy muy disminuidas. María Corina Machado, por ejemplo, acaba de decir: «Vamos a seguir exigiendo elecciones limpias para todos los venezolanos, pero también estamos claros en que hay que participar para poder exigirlas». Reconociendo que las condiciones electorales «han mejorado», reduce ahora su exigencia y declara: «Sólo falta que el CNE se decida a publicar el RE completo, se lo entregue a los distintos partidos, y que desista de utilizar las máquinas captahuellas, que además de ser ilegales comprometen el secreto del voto».
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No poco de este desplazamiento se debe a debilidades olfateadas en el lado oficialista, que el propio Chávez ha reconocido—y reclamado con malas pulgas—al disminuir de diez a seis millones de votos su meta electoral, y que han aparecido magnificadas con tres monumentales metidas de pata en los últimos días: la boutade imprecatoria de Barreto, la fuga de Carlos Ortega de Ramo Verde y la tragicómica ineptitud de Isaías Rodríguez, cuyo manejo del mitómano testigo Geovanny Vásquez habría acarreado su destitución aun en el Zimbabwe de Mougabe. Como ocurriera a partir del 23 de enero de 2002, la oposición comienza a oler sangre.
Afuera, entretanto, la campaña de Chávez por un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, pudiera estar empastelándose. La Cámara de Diputados chilena acordó exhortar al gobierno de Michelle Bachelet para que no apoye la pretensión chavista, y aunque ésta ha declarado que la decisión es suya—la anunciará en octubre—ya José Vicente Rangel se ha curado en salud al declarar que cualquiera sea ésa, las relaciones entre Chile—su segundo país—y Venezuela no se verán afectadas. Ya hace tiempo que es incomprensible y censurable para cualquier persona que no sea un «chavista duro» el dispendio internacional de Chávez, pero un fracaso final en su objetivo de llegar al Consejo de Seguridad haría ese enorme gasto mucho más rechazable por el electorado.
Pero no toda la esperanza opositora se debe a la idiocia gubernamental. Hay mérito de político convencional en el tejido de alianzas que Rosales ha logrado confeccionar. Veintiséis organizaciones, hasta ahora, respaldan su candidatura—le gana a Chávez por tres—y en escasas horas calló a todos los precandidatos primaristas, al conseguir para cada uno algún cargo más o menos vistoso en el enrevesado organigrama de su comando de campaña.
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El problema con el lanzamiento del gobernador (de permiso) del Zulia, sin embargo, es de otro orden. Rosales ha escogido prometer algo que no puede ser prometido seria o responsablemente. Tal como muchos medios de prensa registraron, Rosales prometió el sábado que «acabaría» con la pobreza.
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No está esta publicación sola en esa clase de apreciaciones. Juan Carlos Sosa Azpúrua escribía el martes en El Universal: «Rosales se ha estrenado como candidato dando declaraciones populistas, diría que irresponsables. Si la idea es copiar a Chávez en demagogia, desde ya le auguro al gobernador (con una excelente gestión gubernamental en el Zulia) un fracaso estrepitoso. A nadie le gustan las copias, siempre se prefiere al original».
Hay, sin embargo, quien cree que el interés supremo de la patria es salir de Chávez a como dé lugar, y que si es preciso ser tan demagogo o procaz como él, entonces la preocupación por la seriedad de las proposiciones es sólo un escrúpulo romántico o ingenuo. Una vez más, se desprecia la inteligencia de los electores.
#200 – 24/08/06 Ser pobre es malo
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Por su lado, el profesional de la política, Manuel Rosales, se distrae en asuntos relativamente nimios, como las acusaciones de subliminalidad de sus piezas publicitarias, cuya contestación ha debido dejar en un colaborador de tercer rango dentro de su comando de campaña, en vez de dedicar cinco o seis días a referirse a ellas. No debe ocuparse un candidato presidencial en estos asuntos colaterales.
De lo que sí ha debido ocuparse es de lo que fuera la noticia cumbre de los últimos días: las actuaciones de Juan Barreto, que lograron opacar por completo una campaña de por sí gris e intrascendente. No se vio al candidato Rosales en una posición frontal a este respecto, y las pocas veces que se dejó interrogar sobre el tema contestó con generalidades y sin fuerza o claridad. En lugar de atacar por el enorme boquete abierto en las murallas oficialistas por los dislates del alcalde metropolitano, prefirió hacer como que si esos problemas «municipales» no fueran con él. (Tan poco municipales son que el gobierno nacional, por boca del Vicepresidente, se sintió obligado a dejar sentada su posición en términos inequívocos). Y esto, este mango bajito, fue desaprovechado por quien se dice es el abanderado de la oposición.
#202 – 07/09/06 Mediocridad mediocre
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La doctrina educativa del gobierno de Hugo Chávez Frías, que nunca fue opaca, está más clara cada día. Constantemente, su Ministro de Educación, Cultura y Deportes, el profesor Aristóbulo Istúriz, la hace cada vez más explícita, y remacha una y otra vez sobre el mismo punto. Los venezolanos debemos, es la incesante prédica, recibir una educación ideologizada, una educación «alineada» con los propósitos del proyecto de país «bolivariano», con la revolución chavista, con el socialismo. (Del siglo XXI).
Por si esto no hubiera sido suficiente, el propio presidente-candidato añade ahora nuevas especificaciones. En alguno de sus actos recientes de identidad difusa—a la vez actos de gobierno y de candidatura—explicó en su acostumbrado tono pontifical que, efectivamente, la educación venezolana debía estar ideologizada, que aquí se educaba a los médicos para hacerse ricos y a los economistas para hacer negocios, y que había que acabar con eso. Igualmente, hubo la consabida y simplista identificación de opositores a la ideologización con «el imperio», que querría una educación sin ideología. Luego aclaró, en profunda clarificación, que la educación debía ser ideologizada porque debía contener ideas. (Esto es para que el pueblo comprenda lo absurdo de una educación sin ideas).
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De modo, pues, que no son Chávez e Istúriz ni los únicos ni los primeros que opinan de esa manera. ¿Cuál es, entonces, el problema con la imagen educativa que sostiene el gobierno? ¿Dónde están sus peligros? Pues que, en su concepción, son ellos mismos quienes saben y determinan los valores que deben ser enseñados. En su idea, el gobierno está autorizado para hacer ingeniería moral con la Nación, para juzgar moralmente, para decidir quiénes son hombres buenos y hombres malos, para imponer una «verdad», «socialista» o «bolivariana». El problema es que creen que el Estado es superior a la Nación, cuando es ésta la que da origen al Estado para que esté a su servicio. El problema es que Chávez e Istúriz tienen invertidos los términos de la ecuación.
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¿Está claro, presidente Chávez, ministro Istúriz? Es la Nación, no el Estado, quien debe determinar los valores que se enseñarán. Son las personas, son las familias, quienes deben decidirlos.
Por otra parte, el contenido ideológico único es también problemático. En una sociedad pluralista, por definición, coexisten varias posturas ideológicas, no una sola. Que un gobierno pretenda consagrar canónicamente que su peculiar mezcla—imposible, por lo demás—de ideas marxistas con ideas bolivarianas, es la ideología a ser enseñada, porque sus jerarcas se crean moralmente superiores a los demás, es doctrina que no debe tolerarse.
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¿Está claro, presidente Chávez, ministro Istúriz? Es la Nación, no el Estado, quien debe determinar los valores que se enseñarán. Son las personas, son las familias, quienes deben decidirlos.
Por otra parte, el contenido ideológico único es también problemático. En una sociedad pluralista, por definición, coexisten varias posturas ideológicas, no una sola. Que un gobierno pretenda consagrar canónicamente que su peculiar mezcla—imposible, por lo demás—de ideas marxistas con ideas bolivarianas, es la ideología a ser enseñada, porque sus jerarcas se crean moralmente superiores a los demás, es doctrina que no debe tolerarse.
Pongamos por caso, además, el asunto ése de lo «bolivariano». De un lado, el presidente Chávez es harto selectivo—y manipulador—al citar a Bolívar hasta la náusea. (Más de una vez infielmente y casi siempre fuera de contexto). Pero es muy probable que el entusiasmo de Chávez por Bolívar tenga que ver con su consenso con las ideas menos felices del Libertador, como su pretensión de establecer la monarquía de su persona disimulada por la exigencia de una presidencia vitalicia. (Lo que es más longevo, tendremos que admitir, que una modesta aspiración de mandar hasta 2021).
Y es que también ya lo de la constante referencia a Bolívar, aunque fuese fiel y exacta, es señal de un atraso psicológico. Es ley de vida que las personas, en su adolescencia, cuestionen el conjunto de valores que ha regido sus vidas hasta ese momento, y que viene provisto por los padres. Poco después se hacen del suyo propio, se emancipan. En otras palabras, ya es tiempo de emanciparnos de nuestro emancipador.
#206 – 05/10/06 Nación educadora vs. Estado docente
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Ya todas las encuestas registran que la candidatura Rosales no ha logrado a estas alturas superar una ventaja de más de veinte puntos de la candidatura Chávez. No es que unas encuestas dicen una cosa y otras dicen la contraria. Todas miden una intención de voto por Chávez en el orden de 50% o más, mientras que Manuel Rosales, en el mejor de los casos, obtiene alrededor de 30%. Los mismos registros de opinión miden una participación electoral de un 60%; esto es, que la abstención no superaría 40%.
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Hay todavía, y se harán más insistentes y alarmantes a medida que se acerque la votación, otras comunicaciones que garantizan el triunfo de Rosales pero también que habrá fraude, «como ya lo hubo en agosto de 2004». (Cuando también todas las encuestas dignas del nombre anticiparon el triunfo del gobierno). Aseguran que hay más que inquietud en las fuerzas armadas, que viene un golpe, que hay que apertrecharse con sardinas y velas. Preparan, como en la oportunidad del referendo revocatorio, la racionalización «salvadora». Ganamos, pero nos hicieron trampa.
Lo cierto es que Manuel Rosales ya ha perdido.
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Y es que ni siquiera la oferta programática, las promesas específicas que sustituyeron la imposible promesa de «acabar con la pobreza», logran despertar un entusiasmo considerable. «Mi negra» no es antídoto contra las misiones, compensación ventajosa de la enorme transferencia de recursos hacia la gente más pobre que este gobierno ha producido. El propio Petkoff ya ha degradado la tarjeta que sustituyó a su «cesta-ticket petrolero»—el mismo musiú con diferente cachimba—a segunda prioridad, mencionándola como por obligación. El miércoles editorializó con la siguiente enumeración: «Ya Rosales ha presentado algunas ideas programáticas importantes (creación de empleo, ‘Mi Negra’, la lucha contra la inseguridad)…»
Si quienes consideramos importantísima la cesantía de Hugo Chávez a partir de enero próximo no somos capaces de apuntalar estratégicamente una campaña opositora gris, y derrotar ideológicamente a Chávez, entraremos desvalidos a su nuevo período, mucho más débiles para amenazar con «imparables» golpes de Estado y otras necedades afines. Claro, para hacerlo es preciso abandonar un extendido desprecio a la inteligencia del pueblo venezolano, que postula el dogma de fe de su desinterés por las ideas y su sola preocupación por lo material.
Nada de lo antedicho pretende negar todo mérito en el esfuerzo de Rosales; como se dijo, el asunto es conmovedor. Miles de personas trabajan ahora noche y día para potenciar su candidatura con dedicación digna de mejor causa. (Dicen que con cobres zulianos; los empresarios caraqueños ya habrían sacado cuentas). Pero el mariscal francés Pierre Bosquet, destacado actor en la guerra de Crimea, herido él mismo, se pronunció sobre la suicida Carga de la Brigada Ligera en estos términos: «C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre».
#209 – 26/10/06 Carga en Balaklava
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Como dijera Julio César en el año 49 antes de Cristo (reporta Suetonio), iacta alea est; los dados—es decir la suerte—están echados. El 3 de diciembre de 2006, a menos que medie lo que abogados y aseguradores llaman un «acto de Dios», Hugo Chávez Frías resultará reelecto al cargo de Presidente de la República. Así puede colegirse de lo que mide la mayoría de las encuestadoras serias del país. Naturalmente, hay las chimbas, y también difieren de la lectura general dos empresas estudiosas de la opinión, una local y otra extranjera. Se hará referencia a este último tándem más adelante.
Se espera, pues, una continuación de Chávez en el poder, y esto es ciertamente malo para la nación.
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Pero a pesar de esto, en las más recrudecidas filas opositoras se ha alentado un triunfalismo temerario, contra el que nadie menos que el Director Nacional de Estrategia de la campaña de Rosales, Teodoro Petkoff, con característica franqueza, alertara precisamente en el programa de Leopoldo Castillo. Un serísimo presidente de encuestadora ha expresado, en círculos discretos, su gran preocupación sobre la siembra de esperanzas falsas en la oposición, lo que sólo puede redundar en un nuevo desencanto y una nueva depresión.
#212 – 16/11/06 La recta final
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Ha sido, sin duda, el más importante aporte de Manuel Rosales a la política nacional el haber reconocido serena y responsablemente su derrota en horas de la noche del pasado domingo 3 de diciembre. No únicamente por el resultado electoral en sí mismo, sino porque al fin puede regresar la sensatez y el sentido de realismo al seno de la oposición venezolana: la clara conciencia de que es minoría. Sin esta comprensión, nunca fue posible articular una estrategia política eficaz, pues para mucha gente opositora era dogma de fe que ganábamos los actos electorales pero nos robaban. Este dogma ha sido hecho pedazos por los contundentes resultados del domingo, aceptados gallardamente por Rosales.
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Que Rosales trabajó arduamente durante el trimestre que duró su campaña no puede negarse; que superó incluso ataques físicos sobre su persona habla de su valentía; que disciplinó al campo opositor, callando la declaradera y el pescueceo de otros precandidatos que integró a la estructura de su comando, es logro significativo a anotar en su haber. De aquí, sin embargo, no se desprende que sea el líder indiscutible y suficiente.
En primer lugar, lo que logró Rosales no fue otra cosa que preservar un poco menos de la proporción opositora manifestada en el referendo revocatorio. Cualquier otro candidato unitario hubiera obtenido una votación similar a la que favoreció a Rosales, puesto que se trataba de un «mercado cautivo» que rechaza a Chávez con fiereza. Rosales no pudo ir más allá de esa clientela, que más que votar por él votaba contra Chávez. Es decir, votó por el candidato no-Chávez.
En segundo término, Rosales perdió las elecciones. No ganó ni siquiera en el estado Zulia. (Aunque sí en Maracaibo). Se convirtió en candidato de unidad a raíz de un pacto a tres con Borges y Petkoff, y por obra y gracia de un estudio de la encuestadora Datos, que por supuesto contó la opinión de una sólida base política de Rosales en el Zulia. Es una instancia contrafactual—diría G. W. F. Hegel—pues así no ocurrieron las cosas, pero si por casualidad el candidato hubiera sido Borges o hubiera sido Petkoff, la votación opositora hubiera logrado cotas similares a las del domingo pasado.
Luego, suena a sofisma argumentar, como lo hizo ayer en Maracaibo, que en tres meses Un Nuevo Tiempo pasó a ser la segunda fuerza política del país. (Detrás del MVR, o como el chiste que decía que en la Guerra de las Malvinas, después de la rendición, los argentinos habían quedado subcampeones). La verdad es que su organización, como Primero Justicia, eran canales disponibles para la expresión del voto anti Chávez. Es una mera conjetura de esta publicación, que no ha hecho ningún sondeo empírico, pero si se hiciera una encuesta representativa del millón y medio de electores que votó por Rosales con la tarjeta de Un Nuevo Tiempo, probablemente el 99% de quienes contestaran no sabrían explicar qué debe entenderse por esa organización. Simplemente se sabía que UNT era el partido propio de Rosales. Por otro lado, se trata de una fuerza local, de un partido de enclave geográfico—el estado Zulia aportó el 27% de la votación por Un Nuevo Tiempo, como el Área Metropolitana de Caracas aportó el 27% de la votación por Primero Justicia—y el propio Rosales lo admitió ayer, al declarar que la plataforma política había sido siempre el Zulia.
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Y es éste el problema central de la oposición venezolana: que se piensa y justifica como oposición. En lugar de pensarse como una oferta política que tendría sentido aun si Chávez no existiera, sólo encuentra significación como la lucha contra Chávez.
Hasta ahora esta formulación no ha rendido resultados. Salas Römer era apoyado porque era «el único que podía derrotar a Chávez» en 1998; Arias Cárdenas en 2000 porque era «cuña (golpista) del mismo palo», que era lo mejor para derrotar a Chávez; el golpe de Carmona, el paro de 2002-2003 y el referendo revocatorio eran para desalojar a Chávez del poder, y ahora Rosales era el candidato unitario para oponerse a Chávez sin dispersar fuerzas. La oposición vive y cobra sentido solamente en función de Chávez.
Está por ver si el liderazgo a medio tiempo que Rosales ahora ofrece, será capaz de elaborar una proposición política sustanciosa y moderna, cualitativamente muy diferente de lo que hasta ahora ha podido presentarse como alternativa. Entretanto hay que felicitar al zuliano y agradecerle su sensatez dominical.
#215 – 07/12/06 Medio líder
LEA
por Luis Enrique Alcalá | Dic 26, 2006 | Fichas, Política |

LEA, por favor
Para esta última Ficha Semanal de doctorpolítico del año 2006, la #124, se recurre una vez más a la elegantísima y certera prosa de Ángel Bernardo Viso, reproduciendo acá la décima quinta de las cartas —fechada el 8 de mayo de 1990 desde Madrid— que componen sus Memorias marginales. (Monte Ávila Editores, 1992). En ella hace varias alusiones que conviene aclarar.
La primera de ellas, justo al comienzo, refiere a la carta inmediatamente anterior (4 de mayo de 1990), en la que rescata una admisión de Simón Bolívar que José Domingo Díaz reproduce en sus Recuerdos de la rebelión de Caracas: «No tema usted por las castas: las adulo porque las necesito; la democracia en los labios y la aristocracia aquí», señalando el corazón, habría dicho el Libertador a Iturbe al término de la Campaña Admirable. Ligada a esta referencia, la segunda alusión recuerda al corresponsal de Viso que Bolívar no opinaba demasiado bien de los pardos, pues también citó antes la carta en vena profética del héroe a Juan José Flores, donde se lee: «…la América es ingobernable para nosotros… …este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas…» (Además de la contradicción entre el liberalismo de Bolívar y el socialismo de Chávez, y la del primero con Carlos Marx, que lo detestaba, esta opinión aristocrática del Libertador, despreciativa del genotipo chavista, es inconsistencia flagrante ante el «pardismo» de la «Quinta» República, tenida equivocadamente por «bolivariana»).
Después hace Viso examen reiterado de la biografía de Juan Vicente Gómez por su gran amigo, Tomás Polanco Alcántara. (Mi entrañable y difunto amigo, Adolfo Aristeguieta Gramcko, quiso un día hacer mi presentación a Viso, y para eso inventó un almuerzo que fue un privilegio, pues en la reunión gastronómica también estuvo Polanco). Con extraordinarios afecto y respeto, Viso le enmienda la plana a este último.
La misma delicadeza empleará en la carta siguiente (10 de mayo de 1990) para disentir en un punto de Ramón J. Velásquez. En la reproducida aquí anticipaba esta referencia al considerar texto de excepción las Confidencias imaginarias del dictador andino escritas por el ex presidente, a quien llama «fino observador de nuestra realidad». Así cita a Velásquez, quien recuerda carta de Gómez a Cipriano Castro: «Compadre, ahora que la república nos pertenece…»
Todo el texto de Viso, escrito, como es su costumbre, con hermosa erudición, ofrece exactos criterios e intuición poderosa para entender clínicamente, con imparcialidad y objetividad dignas de Tucídides, el significado de los tiempos actuales.
LEA
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Carta clara
Conoces a cabalidad la hipócrita y ambivalente manera en que el venezolano aborda cualquier asunto relativo al color de la piel… Estando en cuenta del posible resentimiento de Díaz, podría ponerse en duda la veracidad de esa anécdota, que él mismo califica de memorable; desgraciadamente, las referidas palabras se corresponden en un todo con los temas de la literatura bolivariana —con sus esperanzas de la primera hora, y en especial con el tono sombrío de sus últimas cartas—, y explican a cabalidad la tragedia final del Libertador; más que temer una muerte desafiada tantas veces, a éste le dolía que América fuese gobernada por personas vinculadas a las castas antaño sometidas, como casi literalmente dice a Juan José Flores en la carta antes transcrita, donde confiesa: «…la América es ingobernable para nosotros», manifestando luego su desagrado ante los futuros tiranuelos de color… Pero la tragedia de los próceres de la Independencia es pálida al compararse con la de las castas inducidas a error —un error que tendrá la perdurable vida del culto a los héroes—, cuando ya era imposible echar marcha atrás, pues lo mejor de las culturas indígenas había sido hecho polvo hacía tres siglos, junto con la maravillosa Tenochtitlán, y la única posibilidad de desarrollo armonioso era una plena y fecunda occidentalización, que no dejase duda sobre la identidad de nuestros pueblos.
Los compañeros del Libertador, más o menos infieles a su persona, aunque no a su causa independentista, al cabo mantuvieron el poder en contra de las predicciones de aquél, halagando y distanciando la plebe, a pesar de las inevitables mezclas y de episodios revolucionarios como los de la Guerra Federal venezolana. La historia de nuestro país es de una notable continuidad de propósitos, sin que importe el origen de los gobernantes, a veces inicialmente desvinculados de la clase dirigente colonial. No asombra saber que Juan Vicente Gómez fuese descendiente de un oscuro prócer neogranadino de la Independencia, cuyo nombre carece de importancia; ni que en el siglo pasado los Guzmán se hubiesen emparentado con la oligarquía criolla y luego en Francia con la degradada y crepuscular nobleza del Segundo Imperio. También en Roma, antes del colapso final, los generales llegados de las remotas provincias, semibárbaros soldados de fortuna, eran rodeados por las familias patricias y rápidamente asimilados…
En su erudito libro, Juan Vicente Gómez, Aproximación a una biografía, Tomás Polanco Alcántara acumula centenares de datos suficientes para juzgar al tirano, callando apenas algunos hechos que su pudor aconseja reservar. En ese texto se dibuja a un pequeño hacendado del limes tachirense, con rudimentaria cultura y sobresaliente inteligencia, apoderándose en pocos años del poder más absoluto conocido en Venezuela y reuniendo ilícitamente una fortuna personal comparable a la de Creso. El libro de Polanco, a pesar de su deseo de ser imparcial, es francamente favorable al dictador, no sin carencia de razones. Es impresionante la obra material realizada por éste, la reorganización de la hacienda pública intervenida durante su gobierno, la exitosa política petrolera, el cauteloso manejo de las relaciones exteriores y muchos otros aciertos suyos, gracias al asesoramiento de ministros competentes y, en la mayoría de los casos, de comprobada honestidad. De ese texto sólo asombra que en el terrible juicio entre el preso político y el carcelero, la víctima y el victimario, mi distinguido amigo siempre concluya, después de maduro análisis, que la razón pertenece a los segundos, sancionando así a posteriori todas las prisiones y atropellos de Gómez… Ninguno de los presos del dictador habría tenido razón contra él, mientras su ascendiente, el prócer neogranadino, habría sido martirizado por Pablo Morillo: curiosamente, Gómez pertenecería a la noble estirpe de las víctimas…
Desde joven aprendí a admirar la imparcialidad y la objetividad antiguas. Al leer la Historia de la guerra del Peloponeso me produjo una impresión perdurable el que Tucídides, condenado a muerte por Pericles e impedido de regresar a Atenas durante la guerra, fue capaz de describirnos la política y acciones de su archienemigo sin un temblor de cólera o de resentimiento en la pluma —algo difícil de lograr del todo para quienes padecemos de vehementia cordis—, poniendo en labios del estratega ateniense el hermosísimo discurso pronunciado con motivo de los funerales de las primeras víctimas de los combates, suma del pensamiento político de su ciudad y la mejor oración fúnebre jamás escrita; ni siquiera Shakespeare, con su genio deslumbrante, pudo imaginar algo semejante al escribir las palabras de Marco Antonio ante los despojos de César. Pues bien, ése y otros ejemplos que humedecieron mis ojos, un tiempo propensos a esas efusiones del corazón caras a Rousseau y a Bolívar, me obligan a admitir la veracidad de muchos de los alegatos a favor del dictador; es cierto que su gestión no careció de aspectos positivos.
Sin embargo, más que contribuir a absolver a Gómez por sus crímenes, dichos alegatos llaman la atención por su punto de partida; éste supone una depauperada realidad, a pesar de las tardías luces guzmancistas; un territorio arruinado por un siglo de inútiles guerras, sin vías de comunicación y carente de escuelas; con tan débiles fuerzas para rechazar la agresión extranjera que, temiendo ser desconocido o atacado por la comunidad internacional y especialmente por Norteamérica, a veces Gómez no se atreve a asumir la presidencia de manera directa, confiándola astutamente a terceros de su elección; de modo que su gobierno, no obstante sus facultades ilimitadas y su innegable crueldad, es una larga dictadura vergonzante, disfrazada detrás de un remendado manto de legalidad, cuyo inicio es la complaciente decisión judicial que declara la incapacidad de su antecesor para ejercer el poder y cuyo fin ocurre veintisiete años más tarde, cuando el numen de los felinos —o, según Eliade, el señor de las fieras—, recibe su último aliento, dejándonos como prueba de su pertenencia a aquella especie zoológica la mascarilla funeraria exhibida en la fundación John Boulton, donde perdura ¿hasta la eternidad? la expresión de tigre satisfecho con el sabor de su presa, apenas matizada por cierta mueca de socarronería tropical.
Gómez es un personaje positivo desde los puntos de vista financiero y material, pero ¿y los otros ángulos posibles para analizar su gobierno? Descendiente ilegítimo de un general que no pasaría de ser experto en algaradas —basta leer en El diario de Bucaramanga el juicio de Bolívar sobre los altos oficiales neogranadinos—, tiene la bastardía tan arraigada que rechaza la idea del matrimonio y puebla el país con numerosos hijos naturales, habidos en incontables mujeres, perpetuando la ilegitimidad de su estirpe, en un afán posesivo apenas igualado por su sed de bienes materiales, no menos espuriamente adquiridos… Y este hombre, rodeado de competentes funcionarios, realiza una obra importante en comparación con la de otros gobernantes que ha tenido el país, y logra pacificar a una Venezuela turbulenta, dejándonos divididos en profundidad sobre la forma de juzgarle; mientras algunos han agotado los epítetos denigratorios y las condenas sin apelación de su memoria, otros no se han cansado de añorarle y de encenderle cirios, no sólo en el altar interior, sino —como nos cuenta Polanco con estupor—, en su tumba real, intacta en Maracay la Predilecta, donde su culto no debe carecer de hieródulas ni de iniciaciones secretas.
Dejando a un lado el esfuerzo hecho por Ramón J. Velásquez en sus Confesiones imaginarias, a las que me referiré más adelante, ninguno de los jueces de su obra ha tratado de comprenderla desde lejos, como si fuese un espíritu errante sobre una tierra para siempre perdida… Una parte de sus críticos acerbos ya no existe, la de los viejos caudillos impotentes para evitar su ascenso y luego para derrocarle; integrados a la sociedad civil, sus herederos no levantan más las antiguas banderas. El resto de los opositores a la dictadura de Gómez estaba básicamente formado por idealistas de izquierda, agrupados en torno a la generación del 28 y de sus epígonos, cuyos dirigentes han determinado la vida del país desde el momento en que comprendieron la necesidad de aliarse con la clase dominante tradicional, a pesar de los sobresaltos periódicos y de la retórica del doctor Sánchez Ocaña… Quedan, desde luego, personajes irreductibles y fieles a sus posiciones juveniles, pero la mayoría ha llegado a la decrepitud, confundiéndose con los defensores de otras causas perdidas en la nebulosa de todos los fracasados movimientos izquierdistas del planeta. Si existiese un paraíso de los felinos, Gómez debería haber trocado su mueca burlona en carcajada.
Más interesantes son los partidarios del tirano; especialmente quienes, alejados de la acción política, se limitan a confiar sus pensamientos en las veladas familiares; ellos calan hondamente nuestra realidad, aunque no quieran expresarla con crudeza; como te he repetido otras veces, los hombres silencian lo que de veras cuenta. Para comprenderlos del todo hay, sin embargo, una clave y es Cesarismo democrático, el libro de Laureano Vallenilla Lanz, quien en esa obra logró con aguda inteligencia conciliar su interés especial de amigo de la causa gomecista con una concepción de la historia que pretende coincidente con la ideología bolivariana, y uno de cuyos méritos es la coherencia entre sus conclusiones y sus puntos de partida.
Para Vallenilla, la oposición a la Independencia la realizó una mayoría de la población venezolana, integrada por pardos y por criollos de todas las clases sociales; al triunfar los libertadores «Venezuela ganó en gloria lo que perdió en elementos de reorganización social, en tranquilidad futura y tangible progreso moral y material». Quienes habían propugnado la ruptura «no pensaban, no veían, que alterando el orden, rompiendo el equilibrio colonial, elevando todos los hombres libres a la dignidad de ciudadanos, destruían la jerarquía social… La más horrible anarquía se desencadenó entonces con todos los caracteres de las grandes catástrofes de la naturaleza…». El período de disgregación, la anarquía, e incluso las tendencias centrífugas del federalismo, únicamente podían remediarse con la tiranía gomecista, identificada con la presidencia vitalicia propuesta por Bolívar para el país que llevaría su nombre: «La única manera de liberarse de la anarquía es bajo la autoridad de un hombre eminente, capaz de imponer su voluntad, de dominar los egoísmos y de ser el dictador necesario entre pueblos que evolucionan hacia la consolidación de su individualidad nacional».
La teoría del gendarme necesario, inventada por razones de praxis política, responde al temor de las clases sociales conservadoras ante el riesgo de una incivilizada conducta popular. Cuando nació el autor de esa teoría (1870) estaba fresco el recuerdo de los desmanes de la Guerra Federal, teñida de racismo a su manera, de odio hacia los blancos y los hacendados —que era casi decir la misma cosa—, pero el talentoso director del Nuevo Diario va más allá de la historia reciente y la vincula con la ruptura del orden colonial, describiendo el estado subversivo surgido a raíz de la Independencia; su ágil pluma evoca una vez más las hordas de Boves, cuyo movimiento amenazador hacia el centro de la República pareciera fijado eternamente en sus escritos —como la inmóvil y mortífera flecha de Zenón en las hermosas imágenes de Cimetière marin—, poniendo en peligro las vidas y los bienes de la aristocracia criolla. Para salirles al paso y detenerlas es preciso asociar a Gómez con Bolívar; de ahí la identidad entre la dictadura del primero y la presidencia vitalicia del segundo; como si este último, pasada la hora de la demagogia, en lo adelante dejase hablar al aristocrático corazón.
El temor a los pardos sirve así para justificar a Gómez, como hubiese servido en el caso de otro dictador absoluto; se les teme por insumisos, en potencia o en acto, desde el día en que los dos bandos en pugna, al comenzar la revolución republicana, quisieron conquistar su apoyo y permitieron sus desmanes; para impedir éstos y construir la República, se requiere mano dura: los pardos son hijos del rigor… La contradicción histórica en que incurre la clase dominante —cuyo refinado fruto es Cesarismo democrático— tiene numerosos antecedentes en otras latitudes y en otros países; esa clase olvida la mansedumbre de los pardos durante la Colonia, a pesar de algunas sublevaciones aisladas, hasta el espléndido crepúsculo de aquéllas en el siglo XVIII; incitados por los mantuanos, y, ante el acoso de éstos, por los realistas, a subvertir el orden político y social, son temidos luego por los descendientes de sus mentores, en busca de un gendarme para contener su amenaza. La dictadura propuesta con tan buenas razones, y en nombre del positivismo científico, esconde un motivo irracional profundo: la nostalgia del pasado, del tiempo en que los esclavos obedecían y las numerosas servidumbres permitían el ocio de los señores. El pasado regresa, en forma de teorías, que en verdad son fantasmas.
Ángel Bernardo Viso
por Luis Enrique Alcalá | Dic 21, 2006 | Cartas, Política |

La dogmática jungiana da por ley del desarrollo de la personalidad individual la integración en ella de diversos arquetipos. El primero de estos arquetipos es lo que Jung denominó «sombra». La sombra vendría ser el contenido de nuestro inconsciente personal, e integrarla a nuestra personalidad equivale a ver nuestro inconsciente como en un espejo, para adentrarse en sus recovecos y reconocer el «ser inferior» que llevamos en nuestras entrañas.
Mientras la sombra no ha sido integrada en el camino del Yo hacia el estadio superior del Sí Mismo, ella es fuente de numerosas proyecciones disfuncionales y produce «ruidos psíquicos» que entorpecen la comunicación, pues a pesar de contener en nosotros defectos que no hemos aún reconocido, los proyectamos con facilidad sobre los demás, a quienes sí criticamos sin empacho: «Cuando un individuo hace un intento para ver su sombra, se da cuenta (y a veces se avergüenza) de cualidades e impulsos que niega en sí mismo, pero que puede ver claramente en otras personas, cosas tales como egotismo, pereza mental y sensiblería; fantasías, planes e intrigas irreales; negligencia y cobardía; apetito desordenado de dinero y posesiones…» (Marie Louise Von Franz, en El hombre y sus símbolos, obra de Jung en colaboración con varios autores).
Pero los estudiosos de la psicología jungiana encuentran que la sombra ejerce una poderosa fuerza gravitacional en lo político: «La sombra impulsa al ser humano al contagio colectivo, a la psicología de masas y a las actuaciones del hombre-masa». (Ángel Almazán de Gracia, La sombra y su integración psicológica). Y también: «Cuando un hombre está solo, por ejemplo, se siente relativamente bien; pero tan pronto como ‘los otros’ hacen cosas oscuras, primitivas, comienza a temer que si no se une a ellos le considerarán tonto. Así es que deja paso a impulsos que, realmente, no le pertenecen». (Von Franz, op. cit.) Más aún: «La sombra es también la causante de muchísimos conflictos políticos, sociales y religiosos; la agitación política por ejemplo, está llena de proyecciones de la sombra en el enemigo o el traidor». (Almazán, op. cit.) Por último: «La agitación política en todos los países está llena de proyecciones, en gran parte parecidas a las cotilleos de vecindad entre grupos pequeños e individuos. Las proyecciones de todo tipo oscurecen nuestra visión respecto al prójimo, destruyen su objetividad, y de ese modo destruyen también toda posibilidad de auténticas relaciones humanas». (Von Franz, op. cit.)
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Nada de esto, sin embargo, era asunto conocido para Ricardo Güiraldes, el autor de la muy hermosa novela rural argentina Don Segundo Sombra (DSS de aquí en adelante), puesto que terminaba de escribirla en 1926, cuando todavía el evangelio de Carl Gustav Jung no se había regado por el mundo.
La épica de DSS es simple, aunque de grande comprensión de sutilezas espirituales. Un joven estanciero (dueño de hacienda) es dirigido en larga iniciación por Segundo Sombra, resero de las pampas que funge de guía y maestro. El honor, el respeto por el prójimo, la lealtad y el valor son las virtudes que el narrador obtiene de Segundo Sombra, mientras aprende a vivir como los gauchos, levantándose con el alba y acostándose, «como las gallinas», con el ocaso.
La lectura del hermoso libro es muy recomendable a la dirigencia de Primero Justicia—es tesis que de inmediato se justificará—y muy especialmente a Julio Andrés Borges, aunque sólo fuera porque comparte el apellido con Jorge Luis, el más grande de los escritores argentinos. Porque Julio Borges pareciera querer huir de la ciudad e irse al interior, al campo. Acaba de decir al comité político de su partido: «Dejamos de ser el partido de los caraqueños para ser un partido nacional. En las elecciones del 3 de diciembre (presidenciales) sólo el 3% de los votos eran de Caracas y el 92% de las regiones que ustedes liderizan». (Reporta El Universal).
Una iniciación como la del estanciero que Segundo Sombra llevaba de la mano no será posible para Borges, sin embargo, si no aprende primero a decir la verdad. Las cifras oficiales del Consejo Nacional Electoral indican que Primero Justicia obtuvo nacionalmente un total de 1.292.256 sufragios. De éstos, la siguiente fue la votación en los cinco municipios del Distrito Metropolitano de Caracas: Baruta, 63.877; Chacao, 25.686; El Hatillo, 12.820; Libertador, 181.793; Sucre, 72.871, para un total metropolitano de 357.047 votos, lo que viene siendo, no el 3% de la votación por Primero Justicia, como Borges afirma, sino el 27,6%, o más de la cuarta parte. El resto se distribuyó con bastante menor densidad en los 23 estados de la república y la embajadas en el exterior.
A pesar de esta inexactitud—no por intención engañosa; seguramente por negligencia o mala información—veamos qué puede enseñar Don Segundo Sombra a Primero Justicia.
………
Dije a mi compañero: —Parecen cristianos por lo muy mucho que se quieren. —Cristianos—apoyó Patrocinio—, ahá…, aurita va a ver los rezadores. (DSS, Cap. XVII).
Primero Justicia, hasta nuevo aviso, es uno de los cuatro fragmentos—hoy el más grande—de la democracia cristiana en Venezuela. Los restantes son COPEI, del que todavía quedan unos 260.000 votantes, Convergencia, que sobrevive en su terco enclave yaracuyano, y Proyecto Venezuela, para todo propósito práctico en los últimos estertores de su agonía.
Son los justicieros unos cristianos, no obstante, que muy mucho no se quieren. Hay que reconocer que apagaron sus disonancias mientras duró la campaña electoral de Manuel Rosales, pero en cuanto el 3 de diciembre quedó atrás, las diferencias emergieron repentinamente, incluso con brusquedad y violencia, como quedó demostrado con la invasión reciente de la sede del partido por militantes disidentes y contrarios a la actual dirección nacional. (Hasta Ernesto Villegas se dio el lujo de recordar en Venezolana de Televisión la expresión «trompadas estatutarias», que acuñara Gonzalo Barrios para describir cíclicas trifulcas en el seno de Acción Democrática, hoy otro cadáver).
Primero Justicia es un partido marcadamente dividido. De un lado está Julio Andrés Borges, a quien acompañan Henrique Capriles Radonski, Carlos Ocariz, Armando Briquet, Juan Carlos Caldera y otros dirigentes menores. En el otro se agrupan Gerardo Blyde, Leopoldo López, Liliana Hernández, Ramón José Medina y Delsa Solórzano. Es el presupuesto de Baruta contra el presupuesto de Chacao, los dos «estados vaticanos» de Primero Justicia.
Ya no esconden la escisión. Gerardo Blyde, el político aupado por la familia Alfonzo—que cobra entre otras cosas a Borges que haya votado el 4 de diciembre de 2005—ha declarado sin ambages que en el partido hay «problemas serios» y que «no hay intenciones de ocultarlo». Por su parte Borges declara: «Lamentablemente un grupo de personas ha utilizado los medios para llevar esto afuera. Los invitamos a que vuelvan acá», no sin destacar que no hay en la historia de Venezuela un partido político que le abra a todos los canales de televisión una discusión interna, como lo ha hecho Primero Justicia. (Globovisión).
Ostensiblemente, la diferencia estriba en la forma de constituir el electorado interno para las próximas elecciones de las autoridades del partido. Los disidentes, que incluso han adoptado el nombre de guerra de «Primero Justicia Popular» y aseguran contar con el apoyo del 80% de la militancia, querían que se abriera el registro de militantes y se procediera a elegir con el voto de la base partidista. Pero el comité político, controlado por el ala borgiana, negó estas peticiones, rehusando modificar el reglamento electoral de la organización. Tan sólo acordaron constituir una comisión electoral «paritaria», para que el otro lado se sienta representado. Briquet propuso, con éxito, que se empleara el registro de militantes con corte al 7 de diciembre, aceptando, no obstante, que éste sea auditado.
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Inesperadamente, nos dijeron que el trabajo había concluido. La tropa no sería más que de unos doscientos animales. ¿Para eso tanta bulla? (DSS, Cap. XVII).
El registro de militantes de Primero Justicia alcanza, a lo sumo, a unos 50.000 inscritos, y aun esta cifra es realmente menor, si se atiende a evaluación que del número hiciera el propio Borges, indicando que ya muchos de ellos no hacían vida partidista. Un dirigente técnico de Primero Justicia aseguraba al autor de estas líneas que Primero Justicia podía movilizar escasamente a 35.000 personas, y eso contando con la cooperación de amigos cercanos a los militantes. ¿Qué se discute entonces?
Detrás de todo está la pugna candidatural en el partido hacia las muy lejanas elecciones presidenciales de 2012. Borges se apresuró a vender la especie de que el lanzamiento de su candidatura en mayo de 2005 había sido un indiscutible acierto, atribuyéndole la causa de la votación relativamente elevada de Primero Justicia el pasado 3 de diciembre. Pero Leopoldo López, que se percibe como mejor candidato presidencial, compite por el mismo coroto. Se cree con mayor pegada política, más popular, y se ha dado a la proposición de conformar «redes populares» que ofrezcan base a la oposición antichavista. (Tal vez de allí venga el nombre de Primero Justicia Popular, pues ni el municipio que dirige, ni su propia extracción, hacen de López una figura a la que pueda designarse con ese adjetivo).
Una cosa, además, es la votación obtenida por el partido y otra muy distinta la magnitud real de su militancia. Como se apuntó acá hace dos ediciones, las votaciones por Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo no pueden tenerse por militancia o simpatía partidista, sino que fueron el encuentro de dos cauces más «naturales» para emitir una votación contra Chávez. Si las estimaciones acerca de la militancia real de Primero Justicia, y el dato ofrecido por Delsa Solórzano—que los protestantes son el 80% del partido—son verídicos, tal vez Leopoldo López sea entonces el líder favorito de unos 25.000 militantes.
No sabía ya si nuestra tropa era un animal que quería ser muchos, o muchos animales que querían ser uno. (DSS, Cap. VIII).
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¿Quién es más dueño de la pampa que un resero? Me sugería una sonrisa el solo hecho de pensar en tantos dueños de estancia, metidos en sus casas, corridos siempre por el frío o por el calor, asustados por cualquier peligro que les impusiera un caballo arisco, un toro embravecido o una tormenta de viento fuerte. ¿Dueños de qué? Algunos parches de campo figurarían como suyos en los planos, pero la pampa de Dios había sido bien mía, pues sus cosas me fueron amigas por derecho de fuerza y baquía. (DSS, Cap. XXVII, el último).
Es evidente el origen burgués de Primero Justicia. Se trata de una formación política de derecha, cuyos territorios están restringidos casi exclusivamente a las zonas del este de Caracas. Como tal podía aspirar al apoyo irrestricto de «los dueños de estancia», de Fedecámaras, de CEDICE, de los grupos más privilegiados de Venezuela.
Al principio de su existencia, Primero Justicia contó, en efecto, con este apoyo. Era la «generación joven» de la «gente decente», noción cara a Marcel Granier, por ejemplo, que en 1984 había escrito ya El Estado omnipotente vs. la generación de relevo. Es letanía reiterada de Borges exponer que su partido contiene a esta generación de relevo. De hecho, cuando se anunció oficialmente el apoyo de Primero Justicia a la candidatura de Rosales, Borges dijo que ofrecía a la campaña su partido y su «generación». Siempre ha creído que representa a la gente joven de Venezuela, en especial a los jóvenes de buena familia.
Pero el beneplácito de los más ricos y conservadores venezolanos a Primero Justicia, sobre todo a Borges, ya no es lo que era antes. El partido, principalmente su líder máximo, dejó de «coger seña» de los administradores de la oposición venezolana—los «poderes fácticos» los llama Teodoro Petkoff—entre quienes se encuentran los más recalcitrantes partidarios de salidas de fuerza a la dominación de Chávez. Por esto no cayó bien la valiente postura asumida por Borges, quien había declarado tajantemente en mayo de 2005, poco después de que su candidatura fuera anunciada: «Los que piensan que acá no hay salidas electorales, pues que organicen su conspiración. Los invito a que lo hagan. Conmigo no cuenten». Estas malacrianzas juveniles se cobran.
Borges cree, con razón, que las cosas de la política, más que a muchos de sus antiguos mecenas, le son «amigas por derecho de fuerza y baquía», pues es él, y no plutócratas de oficina que se sienten dueños de la estrategia correcta, quien se ha fajado con la lucha de la calle.
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Había ya aprendido a tragar mis lágrimas y a no creer en palabras zalameras… Mi soledad se hizo mayor, porque ya la gente se había cansado algo de divertirse conmigo y yo no me afanaba tanto en entretenerla… En mi destino estaría escrito que todo bien era pasajero. (DSS, Cap. I).
Julio Borges ha tenido siempre, consciente o inconscientemente, a Rafael Caldera como modelo. Así, se ha armado de paciencia para intentar, como Caldera, muchas campañas infructuosas; para esperar, como Caldera entre 1947 y 1968, los años que haga falta para ser investido con la banda presidencial venezolana.
Pero Primero Justicia no es COPEI de 1946… y Julio Borges no es Rafael Caldera. Tampoco son Lorenzo Fernández, Luis Herrera Campíns, Dagoberto González o Pedro Pablo Aguilar, los López, Blyde, Medina o Hernández de Primero Justicia. De estos cuatro, López es el único que se inició políticamente en Primero Justicia. Blyde, a raíz de la súbita notoriedad que alcanzara con exitoso recurso ante la Corte Suprema de Justicia en 1999, probó antes fundar un nuevo partido con Alberto Franceschi, tránsfuga éste del trotskismo, de Acción Democrática y de Proyecto Venezuela; Medina viene resabiado de COPEI, más propiamente del oswaldismo; Hernández es una excrecencia de Acción Democrática. Estos son los principales conjurados de Primero Justicia «Popular».
Ya no vivimos, en todo caso, en el país semirural de 1946, y los desarrollos se suceden con mucha mayor rapidez. Si a la postre terminare por imponerse, más allá de 2007, la tendencia «popularista» de Leopoldo López, y éste tuviera éxito en arrebatar la dirección nacional de Primero Justicia a Borges, éste pudiera sí resultar siendo, a fin de cuentas, un reflejo de Caldera, pero no porque llegara dos veces a ser presidente, sino por aquello de su alejamiento de COPEI, por su «paso a la reserva». La animadversión de los disidentes por Borges es ya probablemente irreversible. Se le acusa de personalismo, y sus opositores se complacen en asegurar que las siglas PJ quieren ahora decir «Primero Julio». Pudieran, en último término, vencerlo. Entonces Borges estaría solo.
No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa. Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra. (DSS, Cap. XXVII).
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La tragedia de Primero Justicia afecta—¿cómo dudarlo?—a toda la oposición venezolana. Sin ser el partido del candidato, obtuvo casi 1.300.000 votos (Un Nuevo Tiempo 1.550.000). Es por esto que Manuel Rosales comenta con discreción y empatía, augurando que los justicieros arreglarán sus problemas: «Si ellos están bien nosotros también estaremos bien. Ahora, tampoco podemos alarmarnos porque haya diferencias. Yo creo que todos los partidos políticos tienen su procesión por dentro»,
La oposición venezolana a Chávez es hoy una especie de nueva «guanábana», con forma de isla de Margarita: dos lóbulos de tamaño parecido, unidos por un delgado istmo que Rosales procura preservar. Si Primero Justicia hereda el verde copeyano de la cáscara, Un Nuevo Tiempo aspira, desde su «nueva socialdemocracia», a encarnar la blanca carne que antes fuese Acción Democrática. Lo único malo es que el 3 de diciembre estuvo previsto en copla pampera citada en Don Segundo Sombra: «El color de mi querida es más blanco que cuajada, pero en diciéndole envido se pone muy colorada». (DSS, Cap. XI).
Ante ese mapa rojo, rojito, Primero Justicia se desgarra ahora. Sobre todo Borges está percatándose de que, en verdad, la cosa es Primero Justa y Segundo Justicia.
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