La disertación de Asdrúbal Aguiar en el video acá insertado es de las más serias y agudas que haya visto recientemente acerca del caso venezolano. Naturalmente, el Dr. Aguiar es un testigo excepcional; en la primera fila de muchos procesos críticos de la política inmediatamente prechavista, almacena en su experiencia, vívidamente relatada, lecciones útiles que aunque insuficientes son imprescindibles para la comprensión de nuestra patología nacional.

 

 

La conversación con Gaby Perozo se inicia con algo a lo que se le da más importancia que la que tiene: su pregunta acerca de si vivimos bajo una dictadura y de qué tipo es ésta. En La conspiración de los holgazanes (1º de marzo de 2018) dejé caer: «Bautizar un problema no es lo mismo que resolverlo. Nuestro problema no es taxonómico, no es decidir si Maduro es morrocoy o cachicamo, si su régimen es una dictadura, una democracia, una subdictadura (una vez diagnosticaron a mi madre de tiroiditis subaguda) o una subdemocracia». La contestación de Aguiar es de las mejores que he escuchado, pues implícitamente admite que puede decirse muchas cosas distintas acerca del tipo de régimen de la actualidad; esto es, que ubicarlo taxonómicamente no es un problema crucial. Por lo demás, todos los gobernantes autoritarios se parecen:

Napoleón Bonaparte enseñó a todos los líderes autoritarios que le han sucedido los elementos esenciales de la dictadura: la propaganda, una policía secreta eficaz e inexorable que constituye un estado dentro del estado, el empleo de dispositivos democráticos como el plebiscito para suscitar apoyo popular del régimen, la burocratización de las instituciones críticas como la educación y la religión de forma que puedan convertirse en instrumentos de adoctrinamiento, y el valor de las aventuras externas para hacer soportable la represión doméstica. (Jerome Blum, Rondo Cameron &Thomas G. Barnes: The European World, 1966).

El comunismo, el nazismo, el fascismo, el pinochetismo, el perezjimenismo aprendieron al caletre la lección bonapartista.

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Las anécdotas referidas por Aguiar son precisas y al punto; también son pertinentes y pedagógicas. Sin embargo, echo en falta algunas omisiones; por ejemplo, la determinante influencia de la esclerosis del paradigma convencional, que entiende la política como lucha por el poder que se legitimaría con la excusa o coartada de una ideología cualquiera. Es decir, lo que causa ya no una crisis política particular en un país específico, sino la crisis de la política misma en todo el mundo, manifestada en la disfuncionalidad de los estados de la actualidad. (Hasta en Suiza; ver acá El peso político de las palabras, 12 de junio de 2018). Casi siete años le tomaría a Arturo Úslar Pietri entender ese diagnóstico, que le expuse en conversación en su biblioteca de enero de 1985; el 30 de octubre de 1991 escribió: “…de pronto el discurso político tradicional se ha hecho obsoleto e ineficaz, aunque todavía muchos políticos no se den cuenta. Toda una retórica sacramentalizada, todo un vocabulario ha perdido de pronto significación y validez sin que se vea todavía cómo y con qué substituirlo… Hasta ahora no hemos encontrado las nuevas ideas para la nueva situación…”

Más allá de eso, Asdrúbal Aguiar no propone solución concreta alguna y, en particular, el Pueblo como actor político determinante está totalmente ausente de su discurso. Antes de que el suscrito completara su serie de prescripciones referendarias (1994, 1998, 2003, 2007, 2009, 2010, 2015, 2016, 2017, 2018), ya reivindicaba un papel protagónico para el Pueblo; el 25 de febrero de 2002 expuse públicamente en Televén un tratamiento de abolición del gobierno de Hugo Chávez:

Nosotros, la mayoría del Pueblo de Venezuela, Soberano, en nuestro carácter de Poder Constituyente Originario, considerando que es derecho, deber y poder del Pueblo abolir un gobierno contrario a los fines de la prosperidad y la paz de la Nación cuando este gobierno se ha manifestado renuente a la rectificación de manera contumaz… que el gobierno presidido por el ciudadano Hugo Chávez Frías se ha mostrado evidentemente contrario a tales fines… [p]or este Acto declaramos plenamente abolido el gobierno presidido por el susodicho ciudadano, ordenamos a la Fuerza Armada Nacional que desconozca su mando y que garantice el abandono por el mismo de toda función o privilegio atribuido a la Presidencia de la República…

Bueno, yo también tengo mis anécdotas:

El miércoles 5 de marzo [de 2002] me llamó la productora de Marta Colomina para que anotara el número de un teléfono celular de Hermann Escarrá, asegurándome que él mismo lo había ofrecido porque estaba muy interesado en que lo llamara, tan pronto como pudiera, para discutir el tema de la abolición que la periodista le había mencionado en entrevista reciente que le hiciera. No lo llamé hasta el viernes 8, a eso de las 11 de la mañana desde la casa de mi madre, donde estaba de visita. (…) El experto constitucionalista me saludó con su solemnidad característica, y luego de apuntar que la idea de la abolición tendría que hacerse compatible—fácilmente, opinó—con lo establecido en la Carta Democrática Interamericana, adelantó esta opinión: “Pero puedo decirle de una vez que su propuesta es, como decimos en Filosofía del Derecho, ontológicamente correcta”. (…) Dos días después de esa conversación, era entrevistado por su colega, Asdrúbal Aguiar, en el programa que éste tenía los domingos por la noche en CMT Canal 51. Ambos habitaban el Olimpo de los juristas, y allí conversaron sobre las opciones para resolver el problema Chávez. Escarrá comentó con escepticismo que había comenzado a hablarse de un procedimiento de abolición: “Su proponente—un sociólogo—lo llama Acta de Abolición”. Y repitió: “¡Un sociólogo!”, en el tono con el que se habría referido despectivamente a un criado de librea. (Las élites culposas).

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La mayor ausencia en la exposición de Aguiar, llena de referencias a actores políticos profesionales, a líderes, es la del Pueblo venezolano. Es mi convicción de años que la clave de la solución de nuestros problemas está en convocarlo para que decida sobre materias de especial trascendencia nacional—Artículo 71 de la Constitución—, para que mande en lugar de quejarse y protestar. LEA

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