Uno de los siete pecados capitales

 

Pereza: decisiva para explicar la ruptura de la convivencia y finalmente la guerra civil. Pereza, sobre todo, para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas; para imaginar a los demás, ponerse en su punto de vista, comprender su parte de razón o sus temores. (…) ¿No era una época en que los intelectuales gozaban de gran prestigio, no había entre ellos unos cuantos eminentes y de absoluta probidad intelectual? Ciertamente los había; pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos “como quien oye llover…” Llegó un momento en que una parte demasiado grande del pueblo español decidió no escuchar, con lo cual entró en el sonambulismo y marchó, indefenso o fanatizado, a su perdición. Tengo la sospecha—la tuve desde entonces—de que los intelectuales responsables se desalentaron demasiado pronto. ¿Demasiado pronto—se dirá—, con todo lo que resistieron? Sí, porque siempre es demasiado pronto para ceder y abandonar el campo a los que no tienen razón.

Julián Marías – La Guerra Civil. ¿Cómo pudo ocurrir? (Madrid 2012).

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Salvo la envidia y la avaricia, me confieso practicante de los restantes cinco pecados capitales...

Hallado lobo estepario en el trópico – 28 de mayo de 2011

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A mis diecinueve años cumplidos compré y leí en Mérida la Historia de la Filosofía de Julián Marías, cuando estudiaba el tercer año de Medicina en la Universidad de Los Andes; ahora es mi esposa quien tiene a su hijo Javier entre sus novelistas favoritos. Hoy me llegó de un apreciado amigo una reseña del ensayo de Marías el padre sobre la Guerra Civil Española; fue publicada—11 factores que explican la Guerra Civil Española según Julián Marías—el pasado 24 de febrero en Prodavinci, un sitio web que visito con frecuencia pues usualmente trae trabajos de calidad, pero había escapado mi atención. A mi estimulante corresponsal le puse:

Lo primero que llamó mi atención en el texto de Marías fue su referencia (en el tercer puesto de once factores explicativos de la Guerra Civil Española) a la pereza. No pude menos que recordar a ciertos amigos, a quienes dediqué [una entrada] en mi blog. Así puse: «A XXX, YYY y ZZZ, quienes prefieren leer no más de una paginita».

Ocurre con frecuencia que mis lecturas clínicas del proceso venezolano son cortadas por un interlocutor que las declara «teóricas» o «demasiado largas». Siempre me ha parecido que un proceso político tan complejo como el venezolano de las últimas dos décadas no puede ser comprendido con simpleza. «En la emisión #266 de Dr. Político en RCR se argumentó que el proceso político venezolano es, incorrectamente y con frecuencia, entendido como película en blanco y negro de superhéroes contra supervillanos (roles cambiantes según quien la cuente)», por ejemplo. O esto:

Un amigo inteligente, bien intencionado y proactivo, me escribe: “es una DICTADURA”. (…) Se ha conseguido por fin la etiqueta definitiva, cuyo uso satisfará toda necesidad. Del otro lado de esta polarización que hace mucho más daño que bien, se ha empleado otras; la más reciente es una reciclada: “derecha fascista”. El país puede respirar tranquilo, pues su problema político se habría esfumado con tales “descubrimientos”; su clase política opone una etiqueta a otra, cada actor enfrentado coloca una estrella amarilla de seis puntas en el abrigo del otro, como hacía Hitler en la Alemania que sojuzgó tan trágicamente. Problema resuelto. (Etiqueta negra, 11 de abril de 2016).

Más recientemente aún, el uso indiscriminado del adjetivo «fraudulento» para calificar (más bien descalificar)—se pretende que decisivamente—cualquier cosa que se le ocurra al gobierno desde que muy erróneamente Allan Randolph Brewer Carías declarara a CNN, el 1º de mayo del año pasado, que la convocatoria a constituyente sólo podía hacerla el Pueblo en referendo. (Ver #lasalida de Maduro (segunda parte)).

A otro corresponsal de hoy acabo de decirle:

Bautizar un problema no es lo mismo que resolverlo. Nuestro problema no es taxonómico, no es decidir si Maduro es morrocoy o cachicamo, si su régimen es una dictadura, una democracia, una subdictadura (una vez diagnosticaron a mi madre de tiroiditis subaguda) o una subdemocracia. Yo evitaría el empleo del adjetivo «fraudulento», precisamente porque es ahora una muletilla, una etiqueta con la que se pretende resolver todo.

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Regresemos al primer corresponsal. Una vez que hubiera leído la reseña completa de las tesis de Marías, le escribí de nuevo para reportarle que discrepaba de esta afirmación suya: «La función política que puede esperarse de los intelectuales es que sean intelectuales y no políticos». Justifiqué la discrepancia en estos términos:

En De héroes y de sabios (junio de 1998) expuse:

Una vez un profesor extranjero, experto internacional en sistemas de decisión racional de alto nivel, fue invitado por un ministro clave de un gabinete de esta última mitad de siglo venezolana. El profesor, a petición del ministro, recomendó la institución de un centro de investigación y desarrollo de políticas—con una cierta propensión al largo plazo, bien dotado de recursos, escudado del poder—; una unidad de análisis de políticas para la Presidencia de la República, naturalmente sometida al corto plazo, con capacidad de respuesta instantánea; y un programa de formación para los que trabajarían en ambos tipos de centro. Dijo que esa trilogía era indispensable para aumentar la racionalidad en la toma de decisiones públicas. Después de escucharlo con mucha atención, y después de declarar que esto último era lo que él procuraba hacer desde su ministerio, el ministro dijo: “El problema, profesor, es que por mucho tiempo más la clave de la política venezolana estará en el número de compadres que tenga el Presidente en el país”.

Y no se crea que algo así ocurre sólo en el corazón del Gobierno Central: hace unos años ya en una de las operadoras de PDVSA, nuestro dechado de virtudes gerenciales, un conferencista buscaba una página en blanco en el rotafolio de la junta directiva a la que hablaría en unos instantes. En ese proceso se topó con una página en cuyo centro estaba escrito lo siguiente: “A la industria petrolera no le conviene tener demasiada gente inteligente”.

¿Qué es este prejuicio contra las personas que tienen la tara de intelectualidad? Que se sepa, la Constitución de 1961 sólo inhabilita para el ejercicio de los altos cargos públicos a quienes no son venezolanos por nacimiento, a quienes son demasiado jóvenes, a quienes son religiosos. (Si se comprende las enmiendas, a quienes han sido hallados culpables de delitos contra la cosa pública). No existe indicación alguna, ni en su texto original ni en las dos enmiendas subsiguientes, de la inhabilidad política de los “hombres de pensamiento”. ¿De dónde se saca entonces que éstos no deben mandar?

Más adelante en el mismo trabajo fui más allá:

Es probable que continúe habiendo un predominio de los “hombres de acción” en las cabezas ejecutivas de los Estados, de los partidos políticos, pero aun en este caso habrá un marcado aumento del espacio y la influencia de los “hombres de pensamiento” en la política.

Es probable que los hombres de pensamiento que se dediquen a la formulación de políticas se entiendan más como “brujos de la tribu” que como “brujos del cacique”. Esto es, se reservarán el derecho de comunicar los tratamientos que conciban a los Electores, sobre todo cuando las situaciones públicas sean graves y los jefes se resistan a aceptar sus recomendaciones.

Pero también es probable que en algunos pocos casos algunos brujos lleguen a ejercer como caciques. En situaciones muy críticas, en situaciones en las que una desusada concentración de disfunciones públicas evidencie una falla sistémica, generalizada, es posible que se entienda que más que una crisis política se está ante una crisis de la política, la que requiere un actor diferente que la trate.

Y luego el nuevo paradigma político se extenderá por el planeta: uno en el que la inteligencia reivindique su espacio y su función y en el que los hombres intelectualmente más capaces no sean tratados como inhábiles políticos.

Argenis Martínez había enunciado el año anterior esta maldición:

La característica general de la política venezolana hasta ahora es que si usted está mejor preparado en el campo de las ideas, es más inteligente a la hora de buscar soluciones y tiene las ideas claras sobre lo que hay que hacer para sacar adelante el país, entonces usted ya perdió las elecciones.

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Reconozco el feo pecado de haber leído algo, por ejemplo a Julián Marías hace cincuenta y seis años. Admito también haber sufrido y confrontado lo que él revela en materia de resistencia a los intelectuales:

…encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos “como quien oye llover…”

Pero, como él declara, «siempre es demasiado pronto para ceder y abandonar el campo a los que no tienen razón». No pienso ceder en ninguna de las estipulaciones del código de ética política que compuse y juré públicamente cumplir en septiembre de 1995, principalmente de la segunda de ellas:

2. Procuraré comunicar interpretaciones correctas del estado y evolución de la sociedad general, de modo que contribuya a que los miembros de esa sociedad puedan tener una conciencia más objetiva de su estado y sus posibilidades, y contradiré aquellas interpretaciones que considere inexactas o lesivas a la propia estima de la sociedad general y a la justa evaluación de sus miembros.

Creo que son suficiente protección de mis propios errores, de mi posible falta de razón, las estipulaciones quinta y sexta:

5. Consideraré mis apreciaciones y dictámenes como susceptibles de mejora o superación, por lo que escucharé opiniones diferentes a las mías, someteré yo mismo a revisión tales apreciaciones y dictámenes y compensaré justamente los daños que mi intervención haya causado cuando éstos se debiesen a mi negligencia.

6. No dejaré de aprender lo que sea necesario para el mejor ejercicio del arte de la Política, y no pretenderé jamás que lo conozco completo o que no hay asuntos en los que otras opiniones sean más calificadas que las mías.

Y el mismo código contiene una estipulación octava que me impide acoger el papel constreñido que Marías adjudica a los intelectuales:

8. Podré admitir mi postulación para cargos públicos cuyo nombramiento dependa de los Electores en caso de que suficientes entre éstos consideren y manifiesten que realmente pueda ejercer tales cargos con suficiencia y honradamente. En cualquier circunstancia, procuraré desempeñar cualquier cargo que decida aceptar en el menor tiempo posible, para dejar su ejercicio a quien se haya preparado para hacerlo con idoneidad y cuente con la confianza de los Electores, en cuanto mi intervención deje de ser requerida.

He leído (y escrito) libros, lo confieso, pero también he sido ejecutivo muchas veces, con algún éxito.

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Los holgazanes en los que pienso son, paradójicamente, personas bastante diligentes; trabajan muy denodadamente en numerosas iniciativas que buscan superar el actual estado de cosas en el país. Pero son intelectualmente perezosos; es en la comprensión del problema donde fracasan, prefiriendo no abandonar su congelado y nominalista diagnóstico por la incomodidad de desplazar su punto de vista, de aprender algo que se trate de explicarles y no quepa «en una paginita».

“…la actual crisis política venezolana no es una que vaya a ser resuelta sin una catástrofe mental que comience por una sustitución radical de las ideas y concepciones de lo político. (…) …la revolución que necesitamos es distinta de las revoluciones tradicionales. Es una revolución mental antes que una revolución de hechos que luego no encuentra sentido al no haberse producido la primera. Porque es una revolución mental, una ‘catástrofe en las ideas’, lo que es necesario para que los hechos políticos que se produzcan dejen de ser insuficientes o dañinos y comiencen a ser felices y eficaces. Por eso creo que las élites deben hacerse revolucionarias”. Krisis – Memorias prematuras (1986).

Ése es el trabajo. LEA

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