…esta persona misma es político flexible, y por esto es recibido siempre bien en los mejores círculos; no causa roncha. Despuntando el año de 1994, me admitió que Aristóbulo Istúriz tuvo razón en decirle: “Tú eres el único político venezolano que es al mismo tiempo de los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes”.
Hallado lobo estepario en el trópico
______________________________________
Eduardo Fernández acaba de enviarme un artículo suyo, al que tituló Rafael Caldera – Caldera fue un venezolano excepcional. Cuatro meses y medio tardó*—se celebra el centenario del nacimiento de Caldera desde el 24 de enero, su fecha natal—para producir lo que pasa por ser un reconocimiento pero es en verdad un resuello por la herida.
Por supuesto que el texto de Fernández incluye elogios a quien fuera su mentor; no faltaba más, regatearlos habría sido demasiado notorio. Pero la mezquindad se revela en su reiteración de una idea dominante:
De Caldera podría decirse lo que dijo el gran escritor uruguayo José Enrique Rodó de Simón Bolívar: “Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en el infortunio, grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes…” (…) La reacción de Caldera frente a la contundente mayoría que respaldó mi candidatura en el Congreso Presidencial Social Cristiano que se celebró en el Poliedro de Caracas en noviembre de 1987 me parece que habría que anotarlo en aquello de “la parte impura que cabe en el alma de los grandes”. Su empeño en volver a ser Presidente de Venezuela lo llevó a tener que gobernar en circunstancias muy difíciles y a tener que terminar el brillante ciclo de su notable carrera política, entregando los símbolos del poder a un Teniente Coronel golpista que representaba el retroceso a lo peor de la historia política venezolana. Caldera, como dijo Rodó de Bolívar fue: “grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en el infortunio y grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes…”
La triple cita de Rodó delata muy claramente su intención: destacar lo que entiende por «la parte impura» de Caldera. Por lo que respecta a su propio empeño por ser Presidente de Venezuela, Fernández (con todo derecho, por supuesto) lo ha manifestado incesantemente desde al menos 1984; treinta y dos años en total.
………
En el primer capítulo de Las élites culposas, asiento mi evaluación de la campaña de Fernández en 1988:
[Fernández] había protagonizado una hazaña considerable: la de vencer a su mentor, Rafael Caldera, el líder indiscutible de COPEI desde su fundación en 1946, en el Congreso Presidencial celebrado en noviembre de 1987 en el Poliedro de Caracas.
La preparación de la candidatura de Fernández fue bastante anticipada. A poco de la derrota de Caldera por Jaime Lusinchi en las elecciones de 1983, Fernández organizó en una de las salas de Parque Central el acto de lanzamiento del Congreso Ideológico de COPEI, que a la postre se celebraría en octubre de 1986 en salones del Hotel Ávila de Caracas. En Estudio copeyano (19 de octubre de 1994), recordé la ocasión:
En 1984 se hizo un acto controlado por Eduardo Fernández, al que fue invitado Rafael Caldera, para declarar abierto el proceso preparatorio de un “congreso ideológico de COPEI”. (…)
Caldera asistió al evento acompañado de su esposa. Su entrada fue muy aplaudida, pero fue anterior y significativamente menos aplaudida que la triunfal entrada de Eduardo Fernández, igualmente acompañado por su esposa. Eduardo Fernández tomó la palabra y asestó con ella, ante el alborozo de la audiencia, el florentino golpe de puñal: recordó a Rafael Caldera, y a los asistentes, las palabras que éste había pronunciado al admitir su derrota ante Jaime Lusinchi: ”El pueblo nunca se equivoca”.
Fernández enfatizaba así, sobre la descuidada frase de Caldera, que los electores venezolanos estuvieron acertados al no elegir a su maestro como Presidente de la República en 1983. En 1986, lanzaría su propia candidatura con un insólito despliegue publicitario, pretendidamente felino.
El Congreso Ideológico Nacional de COPEI estuvo precedido del Congreso Ideológico Distrital en Caracas, que Eduardo Fernández clausuró con un discurso de cierre el 20 de septiembre de 1986. El lema de este evento preparatorio recogía un cíclico complejo de culpa copeyana: “Al rescate de la diferencia”. Lo que esto quería decir era que COPEI era culpable de haberse pragmatizado: “Nos hemos adequizado. Tenemos que rescatar la diferencia que nos distingue de Acción Democrática”.
Increíblemente, Fernández contradiría frontalmente tal propósito cuando sólo ocho días habían transcurrido. El 28 de septiembre de 1986, dos días antes de la apertura del Congreso Ideológico Nacional que él mismo inauguraría, anunció su candidatura presidencial, con más de dos años de anticipación a la fecha electoral, y la justificó ¡porque Acción Democrática había puesto la candidatura de Octavio Lepage en la calle!
Sobre estos hechos comenté en Estudio copeyano:
Obviamente, Lepage no era el candidato presidencial de su partido en ese momento ni lo fue nunca, era sólo un precandidato. Bastaba que Fernández dijera que presentaría a los copeyanos su candidatura a la candidatura presidencial copeyana, si es que contaba con profundas razones para creer que tal declaración se hacía necesaria por el hecho de que Lepage hubiese mostrado sus intenciones. Nada de eso era necesario, como tampoco el dispendio de la campaña desatada horas después de esa declaración, en afiches en color colocados en varias partes de la geografía venezolana; en cuñas televisadas actuadas; en la insistencia en identificarse con la imagen, concepto y asociaciones mentales de un tigre. Este solo hecho de su identificación tigresca como proposición primera, horas antes de inaugurarse un congreso ideológico nacional, tenía que inducir a Rafael Caldera a graves sospechas sobre la forma de priorizar de Eduardo Fernández, si es que por ese entonces Rafael Caldera no tenía motivos explicables para negar a Eduardo Fernández el derecho a postularse.
Discutí este último punto con Caldera al año siguiente, en el mes de septiembre, cuando faltaban escasos dos meses para la derrota más humillante en la carrera política del fundador de COPEI. En la biblioteca de su casa de Los Chorros, Tinajero, le dije que el país le hacía en realidad dos preguntas. La primera, opiné, ya la había contestado. ¿Por qué Caldera? Porque era un estadista experimentado, con dotes y trayectoria útiles al próximo Presidente de la República, quien tendría que lidiar con el desastre que Lusinchi dejaba. La segunda pregunta, le dije, no la había contestado todavía: ¿por qué no Eduardo Fernández? Había sólo una forma, continué, de contestar eficazmente esa inquietud. Había que subrayar que Fernández, en cada uno de sus artículos de los jueves en El Nacional, en cada discurso que pronunciaba, en cada entrevista que concedía, postulaba que todo lo que Caldera decía era santa palabra, la verdad política absoluta. No existía, si esto era así, la menor necesidad de la candidatura de Fernández. Caldera me preguntó si querría escribir un artículo que dijera exactamente eso y me negué; la pregunta no me la hacían a mí, sino a él. Él era quien estaba en campaña contra Fernández, y la perdió en el Poliedro de Caracas por paliza.
Pero, sobre la emergencia de la candidatura de Fernández un año antes, publiqué el 30 de septiembre de 1986 un remitido de prensa que criticaba duramente su irresponsable extemporaneidad:
Usted ofrece la excusa de que en el campo adeco la campaña ha comenzado ya. Pero ¿en qué quedamos? Hace no muchos días Ud. hablaba de “rescatar la diferencia”. Usted, Doctor Fernández, y otros dirigentes de su partido hablaron mucho de esa “diferencia”, de esa distinción que colocaría a COPEI en un sitio diferente al que ocupa Acción Democrática. Se mostraba Ud. molesto ante las insinuaciones de algunos venezolanos. entre los que me encuentro, en el sentido de que, para propósitos prácticos, no existen ya diferencias de fondo entre AD y COPEI.** Permítame recordárselo, porque parece que su memoria, Doctor Fernández, no alcanza a conservar lo que pasó hace menos de diez días. El 20 de setiembre Ud. debía clausurar un “congreso ideológico regional” de COPEI en el Distrito Federal. ¿Cuál, preguntará Ud., Doctor Fernández, al no recordarlo, era el lema y el trabajo central de ese evento? Según el reportaje que nos da la prensa, Doctor Fernández, el lema era justamente “rescatar la diferencia”, y según los documentos allí presentados y las declaraciones de los dirigentes, “rescatar la diferencia” significa precisamente “desadequizar a COPEI”. Y explicaban el presidente y el secretario general de COPEI en Caracas: “Digámoslo crudamente: nos hemos adequizado. Los adecos nos han arrastrado poco a poco hacia su pragmatismo, hacia su oportunismo y hacia su estilo político que subordina la ética a la idea de alcanzar, a como dé lugar, los objetivos”. Y continuaban: “Los adecos han convencido a muchos de nosotros de que debemos imitar su pretendida viveza. De que debemos usar las mismas armas que ellos para poder derrotarlos. Paradójicamente, ser como los adecos para poder ganarles”. Eso ocurrió, Doctor Fernández, hace escasamente diez días, y Ud. viene a argumentar el 28 de setiembre, una semana después, que COPEI debe determinar su candidato y adelantar la campaña ¡porque los adecos lo están haciendo! ¿Dónde ha quedado, Doctor Fernández, la diferencia?
No importaba al Secretario General de COPEI que su Congreso Ideológico, supuestamente el más fundamental evento del partido, quedara contaminado por el injustificable anticipo de su propia campaña electoral, que las sesudas deliberaciones principistas se ahogaran en el remolino electorero que Fernández causaba con su prisa. Con algo más de distancia, volví sobre este lanzamiento extemporáneo en Estudio copeyano:
Eduardo Fernández eligió un inadecuado creativo de campaña en Luis Alberto Machado, el que, si no fue el inventor del símbolo del tigre, por lo menos su predicador más afirmativo. Todo a pesar de que Conciencia 21, organización de asesoría política del ámbito copeyano, realizó sesiones de grupo—focus groups—sobre las asociaciones animales que Eduardo Fernández producía en los asistentes, en las que los felinos brillaban por su ausencia y en cambio más de una vez se mencionaba a conejos y morrocoyes.
¿Qué podía pensar el país de un político que considerase que en 1986, cuando ya el poder adquisitivo del bolívar se había reducido al 58% del valor de 1984, lo más importante y lo primero que debía hacer un protocandidato presidencial era gastar mucho dinero en el intento de convencernos de su parecido con un tigre?
El timing, por lo demás, evocaba la secuencia de Pearl Harbor, cuando el gobierno japonés instruyó a su embajador para que enterase al gobierno norteamericano de su declaración de guerra media hora antes del ataque a miles de kilómetros de distancia. Acá Eduardo Fernández proponía su candidatura veinticuatro horas antes de la avalancha de su exhibición publicitaria, la que obviamente había sido preparada con bastante anticipación. Para el animista asesor de Fernández, el ex ministro de la “inteligencia” de (…) Luis Herrera Campíns (y antes Secretario de la Presidencia de Rafael Caldera), el tigre comería por lo ligero. Ése fue, sin duda, un punto muy bajo en la política copeyana determinada por el Secretario Nacional de COPEI de 1986.
No fue, por tanto, Rafael Caldera el principal responsable de la ulterior declinación de COPEI pues, a fin de cuentas, Eduardo Fernández lo sustituyó con muy decisiva ventaja como líder máximo del partido. Fue en sus manos donde la organización comenzó su imparable decadencia. El resto de su campaña de 1988 se le fue en proponer, en tono de mediana altisonancia, “una democracia nueva”. Ah sí; durmió una noche con su esposa en un rancho caraqueño. Una cuña para televisión, que lo registraba en el jardín de su casa junto a su esposa e hijos, versó sobre tema educativo. Es inexplicable que se transmitiera; hubo un instante en ella cuando su hijo mayor, de pie junto a su padre a la izquierda de la pantalla, al escuchar una frase del breve discurso, dejó escapar un gesto de incredulidad.
De manera que Carlos Andrés Pérez no tuvo dificultad para imponerse ante Fernández con 53% de los votos el 4 de diciembre de 1988. Le bastó el recuerdo de la ilusión de prosperidad de su primer período presidencial y la ineptitud de su contendiente, que luego del desastroso gobierno adeco de Jaime Lusinchi, y en virtud de representar una nueva generación política, debió ganar. Sólo la vaciedad, meramente mercadotécnica, de la campaña del “Tigre” puede explicar su derrota. No es verdad que Caldera supo impedir la emergencia de otros candidatos de su partido; Fernández fue candidato, y antes Luis Herrera Campíns, por supuesto, sin su beneplácito. Y es cierto que Caldera negó su apoyo a su antiguo “delfín”—dijo el viejo líder: “Paso a la reserva”—, pero Fernández había mostrado antes alguna mezquindad cuando, a la inauguración del gobierno de Herrera, ofreció la “solidaridad inteligente” del partido, en obvios distanciamiento y condicionamiento. A la postre, visto el desempeño de Herrera y Fernández, parece que Caldera tuvo razón.
………
Es imposible aplicar la cita de Rodó a Eduardo Fernández, porque ella se refiere a las virtudes y la «parte impura que cabe en el alma de los grandes»; él no es uno. LEA
………
* El mezquino, el artero artículo de Fernández, posiblemente haya sido suscitado por su asistencia a un acto en homenaje a Rafael Caldera en la Universidad Monteávila, el 25 de mayo pasado. En esa misma fecha, él y su hijo Pedro Pablo me invitaron a exponer lo que había dicho dos días antes en la longeva Peña de los Lunes, cuyo anfitrión es Luis Ugueto Arismendi. Mi exposición tuvo lugar el martes 31 de mayo en los predios de IFEDEC, colindante con la universidad. A la hora de comentarios de los asistentes, Fernández padre inició un discurso acerca de la moral pública que a mi vez comenté con el recuerdo de una secuencia registrada en Las élites culposas:
Lo que hizo [Eduardo Fernández] al comenzar 1992, días antes del alzamiento de Chávez, fue nombrar a Douglas Dáger como presidente de los actos del aniversario de COPEI—13 de enero—y, justamente después de la intentona, visitar a Ramón Escovar Salom, entonces Fiscal General de la República, y declarar a la salida de la reunión que a su partido le bastarían indicios, ya no pruebas, de la posible corrupción de alguno de sus miembros para suspenderlo de toda militancia. El video en el que el abogado Braulio Jatar, asesor de Dáger, ofrecía engavetar investigaciones y procedimientos que la Comisión de Contraloría de la Cámara de Diputados seguía en contra del empresario de cerámicas [Camilo Lamaletto], si éste accedía a pagar por el salvoconducto, no pareció configurar, un mes antes, un indicio. Una vez más, la corta memoria de Fernández le jugaba una mala pasada y determinaba su conducta política.
** En Krisis – Memorias prematuras, hay constancia del asunto de las diferencias entre AD y COPEI, al relatar una reunión celebrada en San Antonio de Los Altos en casa de Henrique Machado Zuloaga y Corina Parisca de Machado (27 de abril de 1984, por la época de la puñalada florentina). Era yo el conductor de la reunión, a la que propuse luego de la exposición principal trabajar en tres ejercicios:
Quedaba el tercer ejercicio. Fue concebido sobre la marcha del “taller”, pues los resultados de los ejercicios previos ya mostraban la contradicción antes señalada. Al comienzo de la reunión yo había advertido que el taller no debería ser visto como un ejercicio copeyano y mucho menos como uno “eduardista”, en vista de las afirmaciones que haría. En efecto, yo proponía que tanto la concepción socialcristiana como la socialdemócrata eran formas alternas del viejo paradigma en crisis. Por tanto, podría estar diciendo lo mismo ante otro juego de interlocutores. Se me ocurrió pedir a los participantes que retomasen el papel y el lápiz para anotar seis diferencias de fondo entre Acción Democrática y COPEI. Fue interesante ver cómo pasaban trabajo el Secretario General de COPEI y sus compañeros. Eduardo Fernández escribía, borraba, volvía a escribir, tornaba a borrar, como un escolar que no estuviera muy seguro de las respuestas a un examen escrito. La discusión de las pocas diferencias que se pudo anotar sobre una hoja de rotafolio reveló que tales diferencias no eran verdaderamente de fondo. Ya estaba dicho prácticamente todo.
Mis Memorias prematuras, por cierto, también hacen constar el momento—16 de agosto de 1985—cuando por vez primera quise en verdad pretender la Presidencia de la República. El pasaje no identificó a cierto personaje, el mismo innominado en el epígrafe; helo aquí:
Reposando el almuerzo, me encontraba viendo el noticiero de televisión por el canal cuatro, cuando escuché una entrevista que se le hacía a un connotadísimo líder político, de quien uno podría esperar, por su relativa juventud, una postura más moderna respecto de los problemas nacionales. Las respuestas del entrevistado fueron deplorables, y, en gran medida, irresponsables. Sentí un profundo malestar. Recuerdo que casi me indigesto de la furia ante la inanidad de las frases del entrevistado, ante su ceguera y falta de comprensión de lo que verdaderamente hervía en Venezuela. No sería la primera vez que lo sentía, no sería la primera vez que pensaba en el asunto, pero ese mediodía sentí como si fuese mi deber intentar una carrera hacia la Presidencia, así luciese imposible desde cualquier punto de vista.
_________________________________________________________
Pretende usted explicarme el significado de la palabra demagogia ese concepto lo manejo muy bien y no por lo elemental que es, consiste en halagar las aspiraciones populares o los prejuicios para incrementar la popularidad u obtener el poder. Caldera demagógicamente cuestiono las medidas económicas impulsadas en el segundo gobierno de CAP, para después terminar ejecutándolas torpemente respaldado por la triste frase célebre de su inefable ministro de planificación Teodoro Petkoff «estamos bien pero vamos mal» (que genio pues). Caldera surfeo (como muchos arrepentidos que se dieron y dan ahora golpes de pecho) «hábilmente» yo digo irresponsablemente sobre la ola del intento de golpe de estado chavista, justificándolo por las debilidades naturales y perfectibles del sistema democrático. Caldera paso a la historia como un demagogo irresponsable que negocio la libertad de Chavez para acceder a la presidencia, usando como mampara una falsa política de pacificación análoga de su primer gobierno y que entonces le resulto porque ya la guerrilla había sido derrotada por Betancourt , estaba rendida. Solo le adjudico a Caldera la responsabilidad histórica que tiene por haber antepuesto sus rencillas y aspiraciones a lo conveniente para el país. El junto a Uslar, Miguel Henrique Otero y otros le tendieron la alfombra a Chávez por políticos odios contra CAP Y AD, y desmedidas ambiciones. Caldera y Carlos Andrés Pérez pretendieron, con su insistencia en ser presidentes en dos ocasiones, superar el lugar en la historia de Betancourt. El primero paso a la historia como un demagogo irresponsable, y el segundo destituido de la presidencia acusado de corrupción. Y Rómulo Betancourt, que fue presidente dos veces y lo hubiera sido una tercera vez de no haberle cedido el paso a CAP en el año 1973 demostrando grandeza política, inamovible en su lugar de la historia como el estadista más destacado del siglo XX en la región. Y Caldera, al que no le niego sus meritos académicos y de líder político copeyano, fue un invento de Betancourt, eso también forma parte de la historia. Rómulo que un sujeto con una visión política insuperable, sino fuera por el impulso que directa o indirectamente le dio a Copei en las provincias, sino fuera por la tercera división de AD, por la imposición de la candidatura de Gonzalo Barrios (Rómulo que olía a los comunistas de lejos, sabía que no convenía a la incipiente estabilidad del sistema una presidencia de un sujeto como Prieto Figueroa que personalmente pienso que era un comunista infiltrado en AD), sino hubiera sido por todo eso Caldera nunca hubiera sido presidente ni copei hubiese llegado al poder. Además era pública y notoria la amistad entre Rómulo y Caldera, y la confianza que le tenía (pienso que dos grandes errores de Rómulo fueron Caldera y Pérez) pero en ese momento lo que importaba era darle alterabilidad al sistema.
Por otra parte usted no disimula la ojeriza que le tiene al Dr. Eduardo Fernández, un político que se preparo para ser presidente, y persona con muchos meritos personales y políticos. Usted que se adjudica el título de doctor político debería saber todo esto.
Sr. Padrón: procedo a responder su largo comentario, el que está plagado de acusaciones erróneas o infundadas, amén de mal escrito en cuanto al correcto uso del castellano. Al citarle, preservaré sus defectos de escritura.
Ud. comienza así: «Pretende usted explicarme el significado de la palabra demagogia ese concepto lo manejo muy bien…» Ni a Ud. directamente ni a nadie he pretendido enseñar qué significa el concepto de demagogia. La palabra no aparece ni una sola vez en la entrada bajo la que Ud. ha insertado el término. Ése fue su preámbulo antes de afirmar rotundamente: «Caldera demagógicamente cuestiono las medidas económicas impulsadas en el segundo gobierno de CAP, para después terminar ejecutándolas torpemente respaldado por la triste frase célebre de su inefable ministro de planificación Teodoro Petkoff ‘estamos bien pero vamos mal’ (que genio pues)». Bueno, Petkoff dijo lo contrario: «Estamos mal pero vamos bien», y su posición ante la política económica inicial del segundo gobierno de Pérez no fue demagógica sino principista, como expliqué en entrada del día de su muerte al reproducir un artículo de 1994 (Para entender a Caldera – Guía sencilla sobre su pensamiento económico). Por lo contrario, fue el mismo Pérez quien revirtió lo que fueron sus ataques al Fondo Monetario Internacional durante su campaña de 1988 al adoptar el llamado Consenso de Washington; en ella decía del FMI que su doctrina económica equivalía a una «bomba sólo mata gente». («La verdad es que Pérez ganó su segunda presidencia con una campaña populista, que entre otras cosas denunció al Fondo Monetario Internacional como una ‘bomba sólo mata gente’ y lo describió como compuesto por ‘genocidas asalariados del totalitarismo económico’ (¿nos suena ese discurso conocido?) Al encargarse una vez más de la Presidencia de la República, no obstante, la realidad disimulada por su predecesor, Jaime Lusinchi—la “botija” de las reservas internacionales, supuestamente llena, estaba vacía—y la influencia de consejeros como Naím le indujeron a olvidarse rápidamente de esa postura y a implantar, al arranque mismo de su gobierno, un ‘paquete económico’ que incluía los “ajustes” impuestos por un tal Consenso de Washington, a cambio de un préstamo de 4.500 millones de dólares del FMI, que semanas antes condenaba como monstruoso». En Apostilla a un texto defectuoso (31 de diciembre de 2010) hice constar:
…una década después Sachs se había convertido de consejero económico de Pérez & Naím en crítico de sus propias prescripciones. En The End of Poverty (2005), expuso: “De algún modo, la actual economía del desarrollo es como la medicina del siglo dieciocho, cuando los doctores aplicaban sanguijuelas para extraer sangre de los pacientes, a menudo matándolos en el proceso. En el último cuarto de siglo, cuando los países empobrecidos imploraban por ayuda al mundo rico, eran remitidos al doctor mundial del dinero, el FMI. La prescripción principal del FMI ha sido apretar el cinturón presupuestario de pacientes demasiado pobres como para tener un cinturón. La austeridad dirigida por el FMI ha conducido frecuentemente a desórdenes, golpes y el colapso de los servicios públicos. En el pasado, cuando un programa del FMI colapsaba en medio del caos social y el infortunio económico, el FMI lo atribuía simplemente a la debilidad e ineptitud del gobierno. Esa aproximación, por fin, está comenzando a cambiar”. La reacción popular no se hizo esperar: antes de cumplirse el mes de la toma de posesión de Pérez (2 de febrero de 1989), una gigantesca erupción de desórdenes y saqueos, el Caracazo, marcó para siempre con su desatada violencia las fechas del 27 y el 28 de febrero. El gobierno anuló esa reacción con medidas militares represivas, con un saldo de muertes que se estima en un rango que va de 500 a 3.000 bajas.
Ud. expone más adelante: «Caldera paso a la historia como un demagogo irresponsable que negocio la libertad de Chavez para acceder a la presidencia, usando como mampara una falsa política de pacificación análoga de su primer gobierno y que entonces le resulto porque ya la guerrilla había sido derrotada por Betancourt , estaba rendida». Eso es falso; Betancourt nunca derrotó a la guerrilla iniciada en el penúltimo año de su gobierno; ella perduró durante todo el gobierno de su sucesor, Raúl Leoni, y cesó con el primer gobierno de Caldera. Tampoco negoció la libertad de Chávez; pruebe Ud. a leer en este blog El sobreseimiento de Chávez.
Más adelante «argumenta» Ud.: «Caldera, al que no le niego sus meritos académicos y de líder político copeyano, fue un invento de Betancourt (…) sino fuera por el impulso que directa o indirectamente le dio a Copei en las provincias, sino fuera por la tercera división de AD, por la imposición de la candidatura de Gonzalo Barrios (Rómulo que olía a los comunistas de lejos, sabía que no convenía a la incipiente estabilidad del sistema una presidencia de un sujeto como Prieto Figueroa que personalmente pienso que era un comunista infiltrado en AD), sino hubiera sido por todo eso Caldera nunca hubiera sido presidente ni copei hubiese llegado al poder». Caldera no fue «un invento de Betancourt»; cuando éste se encontraba en el exilio durante la dictadura perezjimenista, Caldera era la resistencia democrática que permanecía en el país; luego, cuando Caldera sostuvo lo acordado en su propia casa (el Pacto de Puntofijo) al apoyar a Betancourt, ante la deserción de Jóvito Villaba que apoyó la guerrilla y abandonó el gobierno, el aprecio de Betancourt por el líder copeyano se convirtió en agradecimiento. Y Betancourt, que según Ud. «olía los comunistas de lejos», fue él mismo miembro del Partido Comunista de Venezuela.
Por último, no tengo ojeriza hacia Eduardo Fernández, sino decepción con su trayectoria concreta. Puede Ud. ver en este blog ¡Ah, los Fernández! (Donde, por cierto, ya Ud. insertó un comentario en defensa de él que contesté oportunamente).
Y no me «adjudico» el «título» de Dr. Político. A lo largo de años he explicado el sentido de esa denominación. Por ejemplo, al inicio de Millar segundo (20 de marzo de 2019) reconté: «Hace unos días me escribió desde Los Ángeles un noble amigo—Leopoldo Hellmund Blanco—cuyo nombre de pila puse a mi hijo mayor, nacido en 1969. Este primer hijo ha sido apoyo fundamental, conceptual y tecnológico, del esfuerzo de treinta y seis años en mi peculiar política: me asistió en la escritura y diagramación de Krisis, mis ‘memorias prematuras’ (1986), me animó en 2002 a producir lo que en un comienzo fue la Carta de Política Venezolana y luego—desde el #86 del 12 de mayo de 2004 hasta el #356 del 5 de noviembre de 2009—la Carta Semanal de Dr. Político. De hecho, fue él la fuente de tal denominación al instruirme en el concepto de ‘marca personal (personal brand) que yo desconocía; me convocó una mañana a su casa para explicármelo y advertirme que mi marca personal debía expresar lo que yo era, lo que yo hacía. Respondiendo a su estímulo, sugerí que si lo que yo hacía era una política médica, clínica, tal vez Dr. Político fuera la marca adecuada. (Muchas veces he explicado que no tengo doctorado alguno, a pesar de nueve años de educación universitaria—tres en Medicina, uno de Estudios Internacionales y cinco de Sociología—; el “doctor” de mi marca es simplemente sinónimo de médico: “Vengo del doctor, el doctor me recetó”). En el primero de mis programas en Radio Caracas Radio (7 de julio de 2012) expliqué el asunto con total claridad; pongo acá el fragmento de audio correspondiente: