Una pandemia (del griego πανδημία, de παν, pan, ‘todo’, y δήμος, demos, ‘pueblo’, expresión que significa ‘reunión de todo un pueblo’) es la afectación de una enfermedad infecciosa de los humanos a lo largo de un área geográficamente extensa.
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Más de Wikipedia:
Epidemia (del griego epi, por sobre y demos, pueblo) es una descripción en la salud comunitaria que ocurre cuando una enfermedad infecta a un número de individuos superior al esperado en una población durante un tiempo determinado. (…) En el caso de que la epidemia se difundiera por varias regiones geográficas extensas de varios continentes o incluso de todo el mundo, se trataría de una pandemia. (…) En epidemiología, endemia (del francés endémie, y este del griego ἔνδημος, transliterado éndēmos, «del territorio propio») es un término utilizado para hacer referencia a un proceso patológico que se mantiene de forma estacionaria en una población o espacio determinado durante períodos de tiempo prolongados.
Y desde hace un buen tiempo es endémica en Venezuela la condición patológica de insuficiencia política:
…debe existir una causa más profunda de insuficiencia del sistema político, pues, como hemos anotado, estos procesos patológicos han sido más de una vez diagnosticados. Es así como algo más fundamental es la causa última de la insuficiencia. En nuestra opinión esta causa es la esclerosis paradigmática evidente en los actores políticos tradicionales.
Todo actor político lleva a cabo su actividad desde un marco general de percepciones e interpretaciones de los acontecimientos y nociones políticas. Este marco conceptual es el paradigma político, y del paradigma que se sustente depende la capacidad de imaginar y generar las soluciones a los problemas públicos.
Es ése el sustrato del problema. La insuficiencia política funcional en Venezuela no debe explicarse a partir de una supuesta maldad de los políticos tradicionales. Con seguridad habrá en el país políticos “malévolos”, que con sistematicidad se conducen en forma maligna. Pero esto no es explicación suficiente, puesto que en la misma proporción podría hallarse políticos bien intencionados, y la gran mayoría de los políticos tradicionales se encuentra a mitad de camino entre el altruismo y el egoísmo políticos.
La explicación última de nuestra insuficiencia política funcional reside, pues, en la esclerosis paradigmática del actor político tradicional. (En Dictamen, 21 de junio de 1986, hace treinta y cuatro años).
También define mi enciclopedia favorita: «La insuficiencia cardíaca (IC) es la incapacidad del corazón de bombear sangre en los volúmenes más adecuados para satisfacer las demandas del metabolismo», y «La insuficiencia renal o fallo renal se produce cuando los riñones no son capaces de filtrar adecuadamente las toxinas y otras sustancias de desecho de la sangre».
Es muy apropiado, entonces, hablar de insuficiencia política para designar la incapacidad del sistema político de una nación para resolver sus problemas de carácter público; nuestros políticos, de cualquier bando, se han mostrado incapaces de solucionar nuestros problemas de sociedad. En lo que se han distinguido es en lograr su agravamiento.
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Sigamos abrevando de la gran enciclopedia digital:
El cosmopolitismo se remonta a Diógenes de Sinope (412 aC), el padre fundador de la escuela cínica* en la antigua Grecia. Sobre Diógenes se decía: «Cuando se le preguntó de dónde venía, respondió: ‘Soy ciudadano del mundo (kosmopolitês)'». En la antigua Grecia, la base más amplia de la identidad social en ese momento era la ciudad-estado individual o los griegos (helenos) como grupo. Los estoicos, que más tarde tomaron la idea de Diógenes y la continuaron desarrollando, típicamente enfatizaron que cada ser humano «habita en […] dos comunidades: la comunidad local de nuestro nacimiento y la comunidad de la discusión humana y la aspiración».
En este blog se insistió hace diez años (en la Nota del día 07/07/10):
Es necesario un pacto federal que transfiera a una autoridad central planetaria ciertas atribuciones. ¿Cuáles serían? ¿Quiénes serían las autoridades de ese Estado global? ¿Cómo se les elegiría? Debe haber una legislatura planetaria, tal vez construible sobre una reforma de la Asamblea de las Naciones Unidas, pero probablemente haya que sustituir el Consejo de Seguridad por un Senado Planetario, compuesto por miembros elegidos por los bloques de la “geotectónica política”. Hay ya grandes bloques en el planeta bajo autoridad única: EEUU, Rusia, China, India, Europa, Australia. Hay protobloques en América del Sur y África, así como subbloques en Centroamérica. Hay entidades que tienen más bien base religiosa, como el Islam, que agrupa a más de 1.200 millones de almas. ¿Cómo sería y cómo pudiera establecerse un gobierno mundial viable y beneficioso? ¿Cómo se pagará?
En la base de todo tendría que estar la conciencia de que en verdad somos, por encima de cualquier otra cosa, ciudadanos del planeta; la de que es una nueva soberanía planetaria, emanada del único pueblo del mundo, lo que dará base a un gobierno del mundo.
En tiempos de pandemia—todo el pueblo—resalta más esa necesidad; es aparente una crisis planetaria de la política. Gobernantes como Trump, Bolsonaro, Johnson, Maduro, Erdoğan, etcétera, desórdenes y protestas en gran escala**, como la Primavera Árabe (2010-2012) o la ola sudamericana a fines del año pasado, son evidencia de la insuficiencia política global y la insatisfacción popular con el desempeño político de la actualidad.
Pero tal vez estemos, gracias al más reciente de los coronavirus, ante una πανευκαιρία, una panoportunidad. Pudiéramos aprovecharla con inteligencia, con pensamiento nuevo—transideológico, postideológico—, sólo en ελευθερία, en libertad, más añorada que nunca desde el confinamiento y demás restricciones. LEA
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* Lo de escuela cínica proviene de un gimnasio—el Cinosargo: «perro blanco, brillante o ágil»—a las afueras de la antigua Atenas en el que enseñaba Antístenes, tal como Platón discípulo de Sócrates y maestro de Diógenes.
** Hace diecisiete años, se anticipaba en La crisis como antifaz (Carta Semanal #42 de doctorpolítico, 26 de junio de 2003): «¿Es que podemos afirmar que falta mucho para que ocurran ‘caracazos’ a escala planetaria, continental o subcontinental? ¿Podemos decir que son imposibles? Por más que avancen las tecnologías del poder, el poder último es el de la humanidad, que perfectamente puede manifestarse en alteraciones del orden público a escala del mundo, como la misma tierra parece alterar el clima, la marcha de los océanos, el vulcanismo, en reclamo por nuestras agresiones. Pobladas simultáneas en las principales ciudades suramericanas tendrían efectos tan drásticos y extensos como los del Niño». Tal advertencia estuvo precedida de esta esperanza: «A la larga, una sociedad informatizada… aprenderá a exigir de sus sucesores una utilidad de soluciones a problemas públicos, y por tanto forzará un cambio al paradigma médico de la política: que el político procurará la salud de su comunidad con su aporte a la solución de problemas públicos». Más recientemente (La médula del problema, 4 de octubre de 2019), se expuso acá: «Por todas partes hay desarreglos políticos importantes. En nuestro continente, Ecuador vive ahora un estado de excepción, Perú tiene una crisis en la que no se sabe bien quién gobierna, Argentina padece de nuevo serísimos problemas económicos, Brasil está gobernado por un neurótico tan desequilibrado como Donald Trump, Justin Trudeau enfrenta problemas de credibilidad y gobernabilidad en Canadá, el México de López Obrador parece no dar pie con bola, Nicaragua no sale de sus problemas, Venezuela los sufre mucho peores… Cruzado el Atlántico, Inglaterra vive una crisis tras otra de su sistema parlamentario en el manejo del Brexit, Francia no ha terminado de reducir la militante insatisfacción de los chalecos amarillos, Italia; bueno, Italia… Los chinos se han enredado en Hong Kong, Arabia Saudita insiste en sus anacrónicos y crueles medios de regir, Siria ha incurrido en gravísimas violaciones de derechos humanos… ¿Será que la raíz de tales procesos es común? Bien pudiera ser que esos casos clínicos de enfermedad política, en apariencia dispares, tengan que ver con cosas como éstas: «En situaciones muy críticas, en situaciones en las que una desusada concentración de disfunciones públicas evidencie una falla sistémica, generalizada, es posible que se entienda que más que una crisis política se está ante una crisis de la política, la que requiere un actor diferente que la trate». (De héroes y de sabios, 17 de junio de 1998).
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