También puede alquilarse a ciertos hombres

 

En alemán: Haus, casa; Mann, hombre.

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Los servicios caseros de Ricardo Hausmann fueron alquilados por primera vez por María Corina Machado en 2004, para que «demostrara» que el referendo revocatorio de ese año contra Hugo Chávez había sido un fraude.

Habiendo “fracasado” en su ostensible intento por demostrar que no hubo fraude—cuando en verdad lo que querían probar era justamente lo contrario—no han podido rechazar la hipótesis de fraude—”Esto nos impide rechazar la hipótesis de fraude”—que habían dicho que no era su hipótesis. En ningún caso han probado ni el fraude ni ninguna otra concebible constelación de factores que pudiera haber causado los resultados de sus alambicados y peculiares cómputos. Para haberlo hecho hubieran tenido que demostrar que no existe ninguna otra configuración factorial, distinta del azar y de una intención fraudulenta en acción, capaz de generarlos. Y siendo ellos quienes cantan fraude, sobre ellos pesa la carga de esa prueba. Pero nunca fue verdad que partieran “de la hipótesis de que no hubo fraude”, sino en realidad de la hipótesis de que no debiera haber discrepancias entre sus firmas y sus exit polls y los datos finales del CNE, discrepancias que fueron justamente lo que suscitó el estudio, lo que fue su origen. Fue su conclusión predeterminada, ya no un voto oculto, ya no una oculta intención de voto, lo que buscaron probar y no pudieron, ni siquiera porque ocultamente la tuvieron, inválidamente, como premisa. (Juvenalia y tropicalia, 9 de septiembre de 2004).

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Y fue precisamente sobre esas encuestas de salida que Súmate montó su pretensión de que había demostrado que aquel fatídico 15 de agosto había sido perpetrado un fraude masivo, al encargar a los impecables profesores Hausmann y Rigobón un análisis estadístico al respecto. Pero el año pasado Alejandro Plaz admitió, ante asedio insistente de Pedro Pablo Peñaloza que le entrevistaba para El Universal, que no se había podido demostrar fraude y que tampoco se podría en el futuro. Antes de tamaña admisión, el profesor Rigobón había declarado al mismo periódico en 2004, poco después de que sus “hallazgos” hubieran sido anunciados con fanfarria, y en imprudente descuido: “Hay dos piezas de evidencia en lo que nosotros mostramos. Uno depende de los exit polls. Pero éstos, como tal, pueden estar muy sesgados. Y eso ocurre en todos los países del mundo. Los exit polls no deberían ser tomados tan en serio como lo hacemos en Venezuela, porque son una porquería en todos los países. Y las diferencias son, generalmente, muy grandes, entre sus resultados y el conteo. En nuestros métodos estadísticos tomamos en cuenta que ese instrumento es muy malo”. (La recta final, 16 de noviembre de 2006).

La ideología de Hausmann

Ésa fue la primera vez que me ocupé de algo firmado por Ricardo Hausmann. Más recientemente, lo mencioné de nuevo en Del catastrofismo como placer (9 de marzo de 2017), presentándolo de este modo: «Ricardo Hausmann. Éste lidera el llamado ‘Grupo de Boston’, una constelación de profesionales que sigue de cerca el caso venezolano desde los EEUU y mantiene nexos operativos con el Fondo Monetario Internacional». He aquí el cierre de esa entrada:

Creo conocer tres tipos de catastrofistas: 1. el que profetiza el desastre en apropiado tono de preocupación; 2. el que lo hace con rostro indignado, enfurecido, creyendo que es la actitud comme il faut que le reportará mayor admiración y apoyo político—políticos iracundos, atrabiliarios (de bilis negra) que (…) creen que es preciso mostrar constantemente un rostro disgustado, al borde del enfurecimiento” (Autoungidos furibundos); 3. quien pronostica la catástrofe con una condescendiente sonrisa de superioridad académica. De los tres, prefiero el primer tipo y el segundo sobre el tercero. Hay también quien cree ver en el desastre una buena cosa; hace unos meses, alguien me escribió: “La buena noticia es que la crisis continúa”. Mientras peor le fuera al país, peor le iría al gobierno y esto era lo importante. El más horrible de los cuentos produce placer a ciertos opositores.

Dejo así constancia de que no simpatizo con las posturas de Ricardo Hausmann.

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Arrancando este año (2 de enero) creí mi deber refutarlo de nuevo; en esta ocasión enfilé—en El graznido del pato negro (una alusión a su «estudio del cisne negro», de 2004)—contra este desvarío suyo:

Con fecha de hoy se publica en Project Syndicate (The World’s Opinion Page) un artículo cuyo autor es Ricardo Hausmann: D-Day Venezuela, del que también hay versión en español. Se trata de una pieza delirante, que aboga por ¡la invasión de Venezuela por una fuerza armada ensamblada con militares de varios países de América y Europa! Hausmann pretende justificar tal crimen internacional sobre la base de una escueta enumeración más de los problemas que aquejan a la población venezolana. (No dice nada que no sepamos). Previamente, despacha como remedios inadecuados o inútiles dos posibles desenlaces: el que proporcionaría una elección presidencial y el que provendría de un golpe de Estado militar, como si se tratara de categorías equivalentes.

Más de un analista internacional (Andrés Oppenheimer, por ejemplo) desestimó como locura tan extraviada prescripción, y pareció oportuno insertar una actualización a la crítica evaluación anterior:

Bloomberg trae hoy (3 de enero) una nota de la que se traduce lo siguiente: “Pero, bajo las leyes actuales, los legisladores pueden expulsar a Maduro y El Aissami y procurar la instalación de un nuevo gobierno conducido por el jefe de la Asamblea Nacional. Esa persona pudiera entonces solicitar a fuerzas internacionales que provean asistencia militar para restaurar un orden democrático, dijo Hausmann”. No existe ninguna ley venezolana que permita tales cosas. Bloomberg, quizás sin proponérselo, no hace otra cosa que confirmar el grado de delirio de Hausmann y su abismal ignorancia—y la de la agencia misma—acerca de la juridicidad venezolana, que más bien lo sometería a juicio por el delito de traición a la patria si pudiera echarle mano. (Ver asimismo la evaluación del desvarío en Americas Quarterly por Sean W. Burges y Fabricio Chagas Bastos: Invadir Venezuela es una pésima idea).

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La pieza de ayer

Hausmann no se quedó quieto. Ayer mismo publicaba Project Syndicate su nuevo artículo, How Democracies Are (re)Born (Cómo renacen las democracias), con pie en el reciente libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, How Democracies Die (Cómo mueren las democracias). El sumario inicial ya es insidioso: «No puede haber una democracia estable si tiene que coexistir con un gran partido político competitivo dedicada a destruirla. Ésta es la lección de Venezuela hoy, tal como lo fue la de Alemania Occidental de la postguerra». Y a partir del certificado de defunción que expide para la democracia venezolana pregunta:

La cuestión es cómo resucitarla, un reto complicado por las actuales hiperinflación y catástrofe humanitaria del país. ¿Debiera Venezuela posponer el restablecimiento de la democracia y enfocarse en la deposición del presidente Maduro y la reanimación de la economía, o debiera restablecer la democracia antes de acometer los asuntos económicos?

Por supuesto, Hausmann plantea la pregunta para presentar su respuesta, basada en analogías históricas que no se sostienen:

Así que ¿cómo puede revivirse la democracia? Dada la crisis humanitaria, Venezuela necesita una rápida recuperación económica, la que es improbable a menos que el derecho de propiedad sea creíblemente restablecido. Pero ¿cómo es esto posible en el contexto del gobierno de la mayoría? ¿Qué impediría que una futura mayoría electoral de nuevo se apoderara de activos después de la recuperación de la economía, como pasó en Zimbabwe durante y después del acuerdo de cohabitación de 2008 a 2013? (…) Lewitsky y Ziblatt advierten que la democracia requiere competidores políticos que se abstengan de actuar demasiado poco cooperativamente. Tal sistema, basado en el reconocimiento y la tolerancia mutuas, fue formalizado en Venezuela en 1958, mediante lo que se conociera como el Pacto de Puntofijo, que estabilizó la democracia durante 40 años, antes de que Chávez lo denunciara y destruyera. Tales pactos no pueden extender su reconocimiento a organizaciones que se opongan a la democracia. (…) La democracia española murió en los años treinta porque era imposible un sistema de mutuo reconocimiento entre fascistas, conservadores, liberales y comunistas. La democracia en Alemania Occidental después de la Segunda Guerra Mundial requirió un proceso de desnazificación que proscribiera la visión del mundo que había conducido al desastre. (…) Del mismo modo, en la Venezuela de hoy será imposible restablecer la democracia liberal si se permite al régimen actual regresar y expropiar de nuevo. (…) En Venezuela, ese aprendizaje social será más difícil que el de Alemania. A diferencia de Hitler, Chávez murió antes de que la máscara económica cayera, lo que hizo más fácil denunciar a Maduro sin arreglar las cuentas con el chavismo, la ideología subyacente al desastre actual. (…) Para asegurar la democracia liberal, Venezuela debe exorcizar no sólo el régimen y sus secuaces, sino también la visión del mundo que los llevó al poder.

Claramente, Hausmann opta por la primera de las únicas dos avenidas que divisa (sabe bastante de divisas): según él, Venezuela debe «posponer el restablecimiento de la democracia y enfocarse en la deposición del presidente Maduro y la reanimación de la economía».

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Hausmann: Exagera y triunfarás

La vistosa retórica de Hausmann sobresimplifica más de una cosa. Primeramente, nos compara con la España de la Guerra Civil: «Estudios, basados en evoluciones demográficas, cifran en 540 000 la sobremortalidad de los años de la Guerra Civil y la inmediata posguerra, y en 576 000 la caída de la natalidad.​ La estimación de víctimas mortales en la Guerra Civil Española consecuencia de la represión puede cifrarse en 200 000 personas». (Wikipedia). Nos compara con la Alemania de Hitler, directamente causante de la Segunda Guerra Mundial a escasos seis años de su asunción al poder: «la Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más mortífero en la historia de la humanidad, con un resultado final de entre 50 y 70 millones de víctimas». (Wikipedia). Si se insiste en esas ligeras e irresponsables comparaciones, lo que ocurre ahora en Venezuela puede ser tenido por una verbena ante cataclismos de esa magnitud.

Luego, no ha habido demasiada dificultad en nuestro país para el aprendizaje («En Venezuela, ese aprendizaje social será más difícil que el de Alemania», pontifica Hausmann). En noviembre de 2014 medía Datanálisis 80,1% de acuerdo con esta afirmación: «El socialismo del siglo XXI es un modelo equivocado que debe ser cambiado». Y ya en 2009 todas las encuestas respetables registraban un rechazo mayoritario al socialismo, lo que permitió proponer un referendo consultivo que preguntara al Pueblo: «¿Está usted de acuerdo con la implantación en Venezuela de un sistema político-económico socialista?» (Parada de trote, 23 de julio de 2009). A esa invitación, reiterada al año siguiente y replanteada insistentemente desde 2012 por Dr. Político en RCR, nunca se ha hecho caso; a la democracia que Hausmann dice defender no se la respeta, no se cree en ella. Aunque es justamente ella la que tiene el remedio, Hausmann prefiere que una concertación de políticos profesionales y tecnócratas suplante la soberanía popular.

Hausmann distorsiona el sentido del Pacto de Puntofijo «que estabilizó la democracia durante 40 años». (Sus palabras). Si bien es cierto que no se invitó al Partido Comunista de Venezuela a suscribirlo, este partido y otros de inspiración marxista pudieron actuar en nuestro escenario político precisamente durante esas cuatro décadas:

El Pacto de Puntofijo era un acuerdo para echar las bases del sistema democrático en un país que, en toda su historia, sólo tuvo elecciones universales en 1947—anuladas rápidamente por otro golpe militar en noviembre del año siguiente—, y difícilmente podía incluir a un partido (PCV) que sostenía como punto de fe programática el esquema marxista-leninista para el establecimiento de una dictadura del proletariado, la negación de la democracia. (El mismo Hugo Chávez se cuidó de aclarar que el PSUV no era marxista-leninista, el 28 de julio de 2007). Pero el Partido Comunista, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el Movimiento Electoral del Pueblo, el Movimiento Al Socialismo y la Causa Radical, todos marxistas, pudieron actuar políticamente en el país durante todo el período que va de 1958 a 1998, a menos que se involucraran en la lucha política insurreccional y armada. Los partidos que lo hicieron—PCV, MIR, URD—, además, tuvieron espacio para actuar sin trabas dentro de un marco democrático luego de la pacificación calderista. (Retórica cuatrofeísta, 5 de febrero de 2015).

La culpa es compartida

Finalmente, el casero escamotea para su conveniencia argumental la responsabilidad de los partidos venezolanos convencionales en nuestra actual tragedia. Tersamente escribe: «En diciembre de 2015, los votantes eligieron una Asamblea Nacional con una mayoría opositora de dos tercios, indicando a Maduro y sus compinches que aun una democracia grandemente iliberal no sería suficiente para mantenerlos en el poder. A partir de entonces, Venezuela cayó en una dictadura absoluta». En ningún pasaje de su último artículo se registra el hecho de que el Presidente de esa misma Asamblea Nacional proclamó en el acto de su instalación que el cuerpo legislativo consideraba un «compromiso no transable» encontrar en seis meses el modo de salir del gobierno de Maduro, ni se sugiere que esa postura tuviera algo que ver con el endurecimiento de la posición oficialista. (Ver en este blog, para ésa y otras torpezas, La historia desaparecida, 2 de abril de 2017). Mucho antes de eso, lo que Hausmann tal vez admita como nuestra «democracia liberal»—algo liberal; Artículo 99 de la Constitución de 1961: «Se garantiza el derecho de propiedad. En virtud de su función social la propiedad estará sometida a las contribuciones, restricciones y obligaciones que establezca la ley con fines de utilidad pública o de interés general»—se hizo «ilegítima de desempeño», y permitió el triunfo de Hugo Chávez escasamente un año después de que éste alcanzara, a duras penas, entre 6 % y 8% de intención de voto a su favor.

La historia que cuenta Hausmann es tan distorsionada como incompleta; por eso es una historia falsa, falsificada. En vez de la prohibición por la que aboga debe haber educación; sin que los opositores venezolanos la hayan impartido (o se hayan educado ellos mismos), el pueblo venezolano ha aprendido.

En conciencia del poder controlador de la ambición, la corrupción y la emoción, puede ser que en la búsqueda de un gobierno más sabio debiéramos mirar primero a la prueba del carácter. Esta prueba debe ser la del coraje moral. (…) Puede que el problema no sea tanto un asunto de educar a funcionarios para el gobierno como el de educar al electorado para que reconozca y premie la integridad de carácter y rechace lo postizo. (Barbara Tuchman, La marcha de la insensatez, 1984).

Aun antes de haber leído ese libro fundamental de la Profra. Tuchman, se redactó al año siguiente, para la enumeración de objetivos de un nuevo tipo de organización política, este propósito primero: «La Asociación tiene por objeto facilitar la emergencia de actores idóneos para un mejor desempeño de las funciones públicas y el de llevar a cabo operaciones que transformen la estructura y la dinámica de los procesos públicos nacionales a fin de: 1. Contribuir al enriquecimiento de la cultura y capacidad ciudadana del público en general y especialmente de personas con vocación pública…»

Eso sí es confiar en la democracia y fortalecerla. Hausmann, defensor de la democracia «liberal», no debe ignorar que la cumbre del pensamiento liberal fue, sin duda, el gran pensador y activista inglés John Stuart Mill, quien escribiera en su Ensayo sobre el gobierno representativo:

Si nos preguntamos qué es lo que causa y condiciona el buen gobierno en todos sus sentidos, desde el más humilde hasta el más exaltado, encontraremos que la causa principal entre todas, aquella que trasciende a todas las demás, no es otra cosa que las cualidades de los seres humanos que componen la sociedad sobre la que el gobierno es ejercido. Siendo, por tanto, el primer elemento del buen gobierno la virtud y la inteligencia de los seres humanos que componen la comunidad, el punto de excelencia más importante que cualquier forma de gobierno puede poseer es promover la virtud y la inteligencia del pueblo mismo.

Hausmann no promueve ninguna de las dos. LEA

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