Una suave y al tiempo sólida sonrisa

 

El Eclesiastés nos ha enseñado que hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, uno para sembrar y uno para cosechar. Sigue siendo el tiempo inminente de Venezuela un tiempo para proponer.

referéndum 9-10 – 11 de diciembre de 1994

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Conversaba telefónicamente con Antonio Casas González a mediados de 1986, cuando él citó el famoso pasaje del Eclesiastés que conocí por mi padre en mi infancia. Al hacerlo, le dije que debíamos entender el momento como propicio para la proposición. En junio de aquel año, traté de proponer en Dictamen, que ya escribía cuando hablábamos por teléfono; él lo sabía y me animó a completar la escritura.

Toda conversación con Tony era a la vez importante, didáctica y agradable; su seriedad iba invariablemente acompañada de amabilidad y usualmente contenía una o más referencias a acontecimientos pertinentes que había vivido en algún país en el que hubiera vivido y trabajado. Si alguien fue útil a Venezuela, a América, al mundo, ese fue Tony Casas, mi amigo ido.

Me enteré que ya no estaba con nosotros al día siguiente de su despedida, el 29 del mes que acaba de concluir. (En esa fecha habría cumplido años mi hermano José Luis, quien nos dejó en supersticioso martes 13 de octubre del año pasado).

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Cada vez que conversaba con Tony yo salía regalado con ideas o informaciones, y en más de una ocasión con algún importante amigo nuevo que él me presentaba. Refiero, por ejemplo, en Krisis – Memorias Prematuras:

Entra en escena esa misma semana, el viernes 23 de agosto [de 1985], Mauricio Marcelino Báez.* Yo había conocido a Mauricio unos años atrás, en una reunión del Grupo de Predicción e Interpretación que se reunía un sábado al mes en las oficinas de Corimón y que yo había fundado en 1974. Allí me había impresionado muy bien a raíz de una presentación suya sobre las elecciones de 1978. Había sido invitado por Antonio Casas González, miembro coordinador del grupo, quien lo presentó como un experto en análisis electoral.

Y es que las amistades de Tony eran, todas, con gente valiosa. Tenía que ser así, pues nunca supe que hiciera algo que no fuera importante, y en cambio siempre supe que en sus relaciones invertía afecto, el que siempre reciproqué. Por mencionar un caso especial: su amistad con Rafael Caldera Rodríguez, quien lo reclutara para la jefatura de la Oficina de Coordinación y Planificación de la Presidencia de la República y el Banco Central de Venezuela como su presidente. Cuando Tony estaba recién mudado a su último hogar, le acompañé a visitar a Caldera, cuya casa (Tinajero) quedaba más adentro en la misma urbanización. El anfitrión nos ofreció café en su envidiable biblioteca, y Tony deslizó un comentario sobre el problema que confrontaba en la nueva casa con sus libros, enmohecidos por la humedad de un vecindario que se llama apropiadamente Los Chorros. Caldera se puso de pie y tomó a Tony de un brazo para levantarlo de su asiento, pues quería mostrarle la solución de tubos calentados eléctricamente en los estantes. En ese momento fueron cómplices, amigos alegres de haber logrado la vecindad. Me sentí sobrante.

Como he dicho de mi esposa, nunca supe de alguien que conociera a Tony y no lo quisiera. LEA

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* Mauricio ya no está con nosotros; se adelantó a Tony por una década.

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