A José Antonio Gil Yepes
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Una cierta forma de hacer política—reptiliana: agresiva, territorial, ritual, jerárquica—está muriendo ante nuestros ojos. (¿Cómo puede ser uno territorial en Internet? ¿Quién es su jefe?) Pero es la muerte de gigantes, sin los que nunca hubiéramos divisado la tierra prometida. Como tales ¿por qué tendrían que sentirse mal por haber sido enormes e indispensables? Ellos construyeron las posibilidades que hoy tenemos. No se justifica entonces que entorpezcan el progreso, pretendiendo que lo que hacen, cada vez de eficacia menor, es lo único posible. Nos deben la libertad de crear, como ellos mismos en su momento lo hicieron, una cosa distinta.
Política natural – Carta Semanal #324 de doctorpolítico, 19 de marzo de 2009
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Si he visto más lejos es porque subí sobre los hombros de gigantes.
Isaac Newton – Carta a Robert Hooke, 15 de febrero de 1676
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Cuando se usa la expresión inglesa nested (anidado), no siempre es referida a un único nido; frecuentemente, la idea alude a una serie de nidos: un nido que tiene dentro un nido menor que a su vez aloja otro nido más pequeño, y así sucesivamente. Por ejemplo, en un manual de Microsoft para su sistema operativo Windows se lee: «You can create nested folders by dragging one folder into another». (Ud. puede crear carpetas anidadas arrastrando una carpeta dentro de otra). Es ésta la estructura de los problemas políticos más persistentes y profundos: una cierta concepción cuya persistencia es responsable de insuficiencia o ineficacia política está alojada en un marco conceptual más básico, que a su vez está incluido en una concepción más general, und so weiter. En un cierto nivel, es aquello a lo que Thomas S. Kuhn llamara paradigmas en La estructura de las revoluciones científicas (1962): «En ciencia y filosofía, un paradigma es un conjunto diferenciado de conceptos o patrones de pensamiento que incluyen teorías, métodos de investigación, postulados y estándares de lo que constituye contribuciones legítimas a un campo». (Wikipedia). Los alemanes tienen incluso un sustantivo singular para referirse a la concepción más general del mundo: Weltanschauung. Es ineludible a los humanos pensar dentro de cajas conceptuales de ese tipo y hacerlo de modo mayormente imperceptible.
Para McLuhan los medios (extensiones del hombre) constituyen un ambiente que modifica a su inventor y del que éste no está habitualmente consciente. El mero hecho de tomar conciencia de un ambiente crea otro nuevo, y de este nuevo ambiente no poseemos conciencia. Es como si mirásemos hacia arriba a través de una serie de cúpulas transparentes. Sólo podríamos darnos cuenta de la más próxima si subimos sobre ella, pero entonces tampoco podríamos percibir las que la envuelven por arriba. (Un tratamiento al problema de la calidad en la educación superior no vocacional en Venezuela, 15 de diciembre de 1990).
Nested domes: cúpulas anidadas, pudiéramos concluir.
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La política, como la ciencia misma—el más autocrítico de los modos de discurrir—, no escapa al encierro de los marcos conceptuales. Así como hay paradigmas científicos, hay paradigmas políticos. Las ideologías son marcos particularmente importantes, y las existentes (con insustanciales variantes recientes, tales como el «progresismo») fueron todas desarrolladas entre los siglos XVIII y XIX. El liberalismo, la más antigua, se la tiene fundada por John Locke en su Segundo Tratado sobre el Gobierno, publicado anónimamente doce años antes de iniciarse el siglo XVII (1689), pero fue la obra de su compatriota John Stuart Mill (1808-1873) el pináculo de la doctrina liberal; el socialismo marxista puede considerarse fundado en 1848, con el Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Federico Engels; alrededor de 1890, sobre todo con los trabajos de Eduard Bernstein, se echó las bases de la socialdemocracia o socialismo reformista; en 1891, el papa León XIII establecía las de la democracia cristiana, pues el fundamento de ésta es la Doctrina Social de la Iglesia. (En 1919, el sacerdote italiano Luigi Sturzo, junto con otros, fundaría el Partido Popolare Italiano, del que fuera su Secretario General).
Prácticamente todo partido venezolano esgrime una ideología como tarjeta de visita: Acción Democrática, Alianza Bravo Pueblo, Un Nuevo Tiempo—que hizo un «congreso ideológico» (2008) sobre una ponencia enteramente socialdemócrata que proveyera Demetrio Boersner—y sorprendentemente hasta Voluntad Popular, están inscritos en la Internacional Socialista. (Todavía en 1959, el documento doctrinario central de AD postulaba como afirmación primera: «Acción Democrática es un partido marxista»). COPEI—cuyo precursor congreso ideológico sesionara en 1986—, Proyecto Venezuela, Convergencia (lo que quede de él) y Primero Justicia (que celebró su propio congreso en 2007), conforman la «familia socialcristiana». (El último nombrado se refiere a su ideología como «humanismo cristiano»). El Partido Socialista Unido de Venezuela y, por supuesto, el Partido Comunista de Venezuela, son de corte marxista radical, aunque Hugo Chávez, declarado él mismo un marxista, se ocupó de aclarar que el PSUV no era marxista-leninista. No hay, nunca los ha habido, partidos liberales importantes en Venezuela; en la Mesa de la Unidad Democrática han figurado Fuerza Liberal, Unidad Visión Venezuela y, hasta agosto del año pasado, Vente Venezuela. El «progresismo» ha hecho su aparición con Avanzada Progresista, Cuentas Claras, Partido Progreso y Voluntad Popular (que se define en esa corriente de la socialdemocracia): «Está formado por diversas doctrinas filosóficas, éticas y económicas del liberalismo y el socialismo democrático». (Wikipedia). La mera proliferación de partidos de una misma ideología pone de manifiesto que ella no es en verdad lo importante; si lo fuera ¿por qué no constituyen una sola organización, por caso, AD, ABP, UNT y VP? ¿Por qué la «familia socialcristiana» está dividida en cuatro pedazos?
Las ideologías han perdido su poder de producir soluciones. El registro de la Organización Internacional del Trabajo hace tiempo que superó el millón de oficios diferentes en el mundo. ¿Cómo puede un partido representar en la única categoría de trabajadores una riqueza así, una complejidad de esa escala? Ya no vivimos la Revolución Industrial, cuando toda ideología se inventara; ahora vivimos la de la Internet, la telefonía móvil, las tabletas, las interacciones instantáneas, las enciclopedias democráticas, las apps. La de la biogenética, la cirugía mínimamente invasiva, la posibilidad de introducir al planeta especies vegetales o animales nuevas. La de una sonda espacial posada sobre un cometa, la comprobación experimental de la partícula de Dios o Bosón de Higgs, la fotografía cada vez más extensa y detallada de los componentes del cosmos, la materia oscura, la geometría fractal y las ciencias de la complejidad. La de la explosión de la diversidad cultural, la del referendo, del escrutinio inmisericorde de la privacidad de los políticos y el espionaje universal. La del hiperterrorismo, las agitaciones políticas a escala subcontinental, el cambio climático. Nada de esta incompleta enumeración cabe en una ideología, en la cabeza de Stuart Mill, Marx, Bernstein o León XIII. Cualquier ideología—la pretensión de que se conoce cuál debe ser la sociedad perfecta o preferible y quién tiene la culpa de que aún no lo sea—es un envoltorio conceptual enteramente incapaz de contener ese enorme despliegue de factores novísimos y revolucionarios. Ésta es una revolución de revoluciones. (El medio es el medio, 29 de abril de 2015).
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Pero las ideologías funcionan principalmente como pretexto que autorizaría un elemento paradigmático omnipresente, común a todas las formaciones partidistas ideológicas; la lucha por el poder.
…digamos que una ideología es un sistema de creencias acerca de cuál es la sociedad humana perfecta o preferible. (…) Lo cierto es que todo partido político es, en el fondo, una organización con el pragmático propósito de obtener poder político y, si dispone de ideología, esgrime ésta como justificación (coartada) de su objetivo. Descrita como aglomeración de “principios” y “valores”, la ideología partidista santifica al partido y a sus líderes, pues éstos serían “hombres de principios”. (Panaceas vencidas, Carta Semanal #318 de doctorpolítico, 5 de febrero de 2009).
A esto se añade el axioma cuasi-pitagórico de que «no hay democracia sin partidos». A mediados de 1985, «publicó Eduardo Fernández un artículo que llamó ‘La conspiración satánica’, haciendo uso de la frase de Caldera de hacía unos meses. En este artículo, publicado en el diario El Nacional, Eduardo hacía una especie de retrato hablado de los ‘conspiradores’, advirtiendo contra quienes osaran cuestionar a los partidos, puesto que criticar a los partidos equivaldría automáticamente a denigrar de la democracia como sistema. No hacía más, pues, que repetir la falacia de la identificación de partidos concretos con democracia». (Krisis – Memorias Prematuras). Al año siguiente, diría prácticamente lo mismo Pedro Pablo Aguilar al mismo periódico: “Mi planteamiento es que los intelectuales, los sectores profesionales y empresariales, los líderes de la sociedad civil no pueden seguir de espaldas a la realidad de los partidos, y sobre todo, a la realidad de los partidos que protagonizan la lucha por el poder». (El Nacional, 7 de junio de 1986).
¿A qué reaccionaban, uno tras otro, ambos dirigentes socialcristianos? Pues a un diagnóstico del 8 de febrero de 1985, que ya identificaba la causa de la «insuficiencia política» luego descrita en Dictamen (21 de junio de 1986), que reproduciría las palabras de Aguilar: «La exploración de Venezuela pone de manifiesto la coexistencia simultánea—y en gran medida interactuante—de varios síndromes, cada uno de los cuales es la asociación de un conjunto de signos. Los síndromes no son todos de la misma clase, pues corresponden a procesos patológicos de distinta gravedad o se manifiestan en distintos componentes o estructuras sociales. Sin embargo, es posible resumir así el problema somático más importante de la actualidad venezolana: Venezuela padece una insuficiencia política grave». El trabajo del año anterior exponía justamente a su inicio:
Intervenir la sociedad con la intención de moldearla involucra una responsabilidad bastante grande, una responsabilidad muy grave. Por tal razón, ¿qué justificaría la constitución de una nueva asociación política en Venezuela? ¿Qué la justificaría en cualquier parte? Una insuficiencia de los actores políticos tradicionales sería parte de la justificación si esos actores estuvieran incapacitados para cambiar lo que es necesario cambiar. Y que ésta es la situación de los actores políticos tradicionales es justamente la afirmación que hacemos. Y no es que descalifiquemos a los actores políticos tradicionales porque supongamos que en ellos se encuentre una mayor cantidad de malicia que lo que sería dado esperar en agrupaciones humanas normales. Los descalificamos porque nos hemos convencido de su incapacidad de comprender los procesos políticos de un modo que no sea a través de conceptos y significados altamente inexactos. Los desautorizamos, entonces, porque nos hemos convencido de su incapacidad para diseñar cursos de acción que resuelvan problemas realmente cruciales. El espacio intelectual de los actores políticos tradicionales ya no puede incluir ni siquiera referencia a lo que son los verdaderos problemas de fondo, mucho menos resolverlos. Así lo revela el análisis de las proposiciones que surgen de los actores políticos tradicionales como supuestas soluciones a la crítica situación nacional, situación a la vez penosa y peligrosa. (Proyecto SPV – Documento Base).
En cambio, se escribió con algo de más concisión y caridad dieciséis meses más tarde:
Todo actor político lleva a cabo su actividad desde un marco general de percepciones e interpretaciones de los acontecimientos y nociones políticas. Este marco conceptual es el paradigma político, y del paradigma que se sustente depende la capacidad de imaginar y generar las soluciones a los problemas públicos. Es ése el sustrato del problema. La insuficiencia política funcional en Venezuela no debe explicarse a partir de una supuesta maldad de los políticos tradicionales. Con seguridad habrá en el país políticos “malévolos”, que con sistematicidad se conducen en forma maligna. Pero esto no es explicación suficiente, puesto que en la misma proporción podría hallarse políticos bien intencionados, y la gran mayoría de los políticos tradicionales se encuentra a mitad de camino entre el altruismo y el egoísmo políticos. La explicación última de nuestra insuficiencia política funcional reside, pues, en la esclerosis paradigmática del actor político tradicional.
Ésa era «la conspiración satánica»; la lectura de su presunta inconveniencia sobrevive aún:
Leopoldo Castillo creyó ver—A través de la mordaza—, en la crítica de la sociedad española a los principales partidos políticos de su país, un grave peligro: que España siga un camino parecido al venezolano, en el que el descrédito de Acción Democrática y COPEI habría abierto la puerta a la llegada del chavismo en las elecciones de 1998. Lo malo no fue, según Castillo, que AD y COPEI se portaran mal sino decirlo; no la sordera de los políticos sino la locuacidad de quienes nos atrevimos a criticarlos. (A llorar p’al valle, 8 de agosto de 2013).
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Siendo las ideologías sólo variantes de una coartada para luchar por el poder, y esta actividad el factor constante en la política cotidiana—en Venezuela tanto como en toda nación del mundo—, es ella lo que entienden los políticos como consubstancial a su quehacer: lo que alguna gente llamaría «la dinámica de la política real». Pero a esto puede superarlo una visión transideológica, que entienda la política como el arte clínico de resolver los problemas públicos, sujeto a un código de ética profesional antes que a unos pretendidos «valores». (Ver El lugar de los valores en la política). Tal era el contraste, lucha contra curación, en una discusión a distancia entre Diego Bautista Urbaneja y el suscrito. El 2 de mayo de 2015 hice explícitas nuestras diferencias en el programa #142 de Dr. Político en RCR; he aquí el archivo de audio de esa ocasión:
Claro que a quien pretenda negar que la política sea realmente una lucha por el poder, por más que se la maquille ideológicamente, se le reputa iluso, romántico, comeflor. Hay casos en los que esto no es así:
Esto es el método verdaderamente racional para una licitación política. No se trata de eliminar el «combate político», sino de forzar al sistema para que transcurra por el cauce de un combate programático como el descrito. Valorizar menos la descalificación del adversario en términos de maldad política y más la descalificación por insuficiencia de los tratamientos que proponga. Este desiderátum, expresado recurrentemente como necesidad, es concebido con frecuencia como imposible. Se argumenta que la realidad de las pasiones humanas no permite tan «romántico» ideal. Es bueno percatarse a este respecto que del Renacimiento a esta parte la comunidad científica despliega un intenso y constante debate, del que jamás han estado ausentes las pasiones humanas, aun las más bajas y egoístas. (El relato que hace James Watson—ganador del premio Nobel por la determinación de la estructura de la molécula de ADN junto con Francis Crick—en su libro La Doble Hélice (1968), es una descarnada exposición a este respecto). Pero si se requiere pensar en un modelo menos noble que el del debate científico, el boxeo, deporte de la lucha física violenta, fue objeto de una reglamentación transformadora con la introducción de las reglas del Marqués de Queensberry. Así se transformó de un deporte «salvaje» en uno más «civilizado», en el que no toda clase de ataque está permitida. En cualquier caso, probablemente sea la comunidad de electores la que termine exigiendo una nueva conducta de los «luchadores» políticos, cuando se percate de que el estilo tradicional de combate público tiene un elevado costo social. (Los rasgos del próximo paradigma político, 1º de febrero de 1994. Ver, también, Política natural, 19 de marzo de 2009).
Esa práctica es posible, y sé eso porque es la que mantengo. El 28 de junio de 2015 me entrevistó el periodista Edgardo Agüero para el semanario La Razón. Una de sus preguntas fue la que pongo acá, seguida de mi contestación:
Hay quienes afirman que existen factores dentro de la MUD que en función de sus intereses políticos y pecuniarios, juegan a favor del gobierno. ¿Qué habrá de cierto en ello?
Mi aproximación a la política es clínica. Si un médico intentara curar un hígado enfermo tratando célula por célula se volvería loco; por eso no me intereso por la chismografía política acerca de actores particulares. Si tuviera que descalificar a algún actor político no lo haría por su negatividad, sino por la insuficiencia de su positividad. No me intereso por esa clase de asuntos.
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Como se insinuara en 1994, una mutación de esa clase en la actividad política se hará realidad a partir de la presión de los pueblos, y ahora es la Internet la mayor de las fuerzas que empujan en esa dirección. De nuevo, no hace falta chuparse el dedo: la red de redes tiene sus propias patologías y su propia vulnerabilidad, desde las noticias falsificadas (fake news) hasta los ataques intencionalmente dirigidos de los hackers, pero ese territorio «virtual» (tan real como cualquier otra realidad) es la «arena política» del futuro; está empezando a ser el asiento de una democracia más desarrollada y completa. Los efectos de tan gigantesca mutación son ya patentes, como la ola de denuncias de acoso sexual lo comprueba o, más recientemente, el cuestionamiento creciente de la sacrosanta National Rifle Association a raíz de la última masacre en un colegio en Estados Unidos. Los políticos no podrán escapar al escrutinio y la exigencia. Una política lúcida estimularía en Venezuela ese proceso:
Esa audacia es necesaria; esa audacia será bienvenida por los venezolanos, que queremos reto y acicate. Nada hay en nuestra composición de pueblo que nos prohíba entender el mundo del futuro. Venezuela tiene las posibilidades, por poner un caso, de convertirse, a la vuelta de no demasiados años, en una de las primeras democracias electrónicamente comunicadas del planeta, en una de las democracias de la Internet. En una sociedad en la que prácticamente esté conectado cada uno de sus hogares con los restantes, con las instituciones del Estado, con los aparatos de procesamiento electoral, con centros de diseminación de conocimiento. (El mes de Jano, 21 de enero de 1995).
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Entre las cosas más difíciles de hacer, prácticamente heroicas, destaca como una de las más exigentes el cambio de paradigmas, de percepciones, de marcos mentales. Hace nueve años se delineaba este problema, al comentar la incoherencia de la segunda federación de partidos de oposición al chavismo-madurismo, la muy tenaz y valiente Mesa de la Unidad Democrática:
Para que sea eficaz es necesario trabajar en el logro, justamente, de la coherencia. Tal cosa es imposible de lograr en el promedio de las posiciones de oposición, en la combinación negociada de sus respectivas ideologías. Una cosa así sólo puede provenir de un discurso esencialmente diferente, de una nueva especie de organización política. Pero esto último puede ser alcanzado de dos maneras. La más radical es la construcción de esa nueva opción desde cero, la inauguración de una asociación política fresca. La otra es la metamorfosis de organizaciones existentes, y en principio ésta sería la ruta más económica. (…) Claro está, esta segunda posibilidad sólo es viable—esto sí una “política realista”—a partir de la disposición de los actuales partidos democráticos a transformarse en especímenes políticos inéditos, y entonces tendrían que autorizar que en ellos se practicara lobotomía frontal e implante de nuevos circuitos conceptuales, en los que venga impreso un paradigma clínico de la política. Sería necesaria mucha valentía y una elevación grande, en nuestros políticos convencionales, para lograr lo que se necesita a partir de una metamorfosis de lo existente. Pero ¿quién sabe? A lo mejor el aprendizaje de diez años de sobresaltos y desafueros, de ineficacia y de fracaso, ha puesto las conciencias políticas a punto de caramelo. (En Nacimiento o conversión, 4 de junio de 2009).
La tarea, aunque difícil, no es imposible, especialmente en políticos jóvenes, no totalmente esclerosados. Con menos benevolencia, se comentaba en 1985 (Proyecto SPV) este problema: «Las organizaciones políticas que operan en el país no son canales que permitan la emergencia de los nuevos actores que se requieren. Por lo contrario, su dinámica ejerce un efecto deformante sobre la persona política, hasta el punto de imponerle una inercia conceptual, técnica y actitudinal que le hacen incompetente políticamente». Pero, de nuevo, hace treinta y tres años el país estaba en condiciones muchísimo mejores que las impensablemente desastrosas de estos días; la necesidad de reaprender es hoy una emergencia.
Y el cambio es posible, aunque sea exigentísimo: “…la actual crisis política venezolana no es una que vaya a ser resuelta sin una catástrofe mental que comience por una sustitución radical de las ideas y concepciones de lo político”. (De la presentación del Proyecto SPV). En Krisis – Memorias prematuras (1986), volvería sobre el concepto: “… la revolución que necesitamos es distinta de las revoluciones tradicionales. Es una revolución mental antes que una revolución de hechos que luego no encuentra sentido al no haberse producido la primera. Porque es una revolución mental, una ‘catástrofe en las ideas’, lo que es necesario para que los hechos políticos que se produzcan dejen de ser insuficientes o dañinos y comiencen a ser felices y eficaces».
Los nuevos y más apropiados marcos mentales—teorías de la complejidad, del caos, de las avalanchas, de los enjambres—están disponibles, aunque advierta Wikipedia:
Una revolución científica se produce cuando, de acuerdo a Kuhn, los científicos encuentran anomalías que no pueden ser explicadas por el paradigma universalmente aceptado dentro del cual ha progresado la ciencia hasta ese momento. El paradigma no es simplemente la teoría vigente, sino toda la cosmovisión dentro de la que existe, y todas las implicaciones que conlleva. (Cambio de paradigma, paradigm shift).
Las mencionadas teorías novísimas han sido desarrolladas a partir de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de lo cual no hay garantía de que un nuevo paradigma no necesite jamás un reemplazo. Convendrá mantener incólume una sana modestia:
Ese nuevo actor político, pues, requiere una valentía diferente a la que el actor político tradicional ha estimado necesaria. El actor político tradicional parte del principio de que debe exhibirse como un ser inerrante, como alguien que nunca se ha equivocado, pues sostiene que eso es exigencia de un pueblo que sólo valoraría la prepotencia. El nuevo actor político, en cambio, tiene la valentía y la honestidad intelectual de fundar sus cimientos sobre la realidad de la falibilidad humana. Por eso no teme a la crítica sino que la busca y la consagra. (En Tiempo de incongruencia, febrero de 1985).
Es la modestia intelectual que caracterizó a Ludwig Wittgenstein; en la penúltima proposición de su monumental Tractatus Logico-Philosophicus proclamó lúcidamente:
6.54 Mis proposiciones sirven como elucidaciones del siguiente modo: quienquiera que me entienda llegará a reconocerlas como sin sentido, cuando las haya usado—como escalones—para trepar más allá de ellas. (Debe, por así decirlo, arrojar lejos la escalera después de haber subido por ella).
En el verdadero largo plazo, la «cuenta larga» de los franceses, es cuestión de paciencia (mucha). Thomas Kuhn dijo en su obra magna, citando a Max Planck: «Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus oponentes para hacerlos ver la luz, sino más bien porque sus oponentes mueren tarde o temprano y surge una nueva generación familiarizada con aquélla».
Yo prefiero con mucho que no muera ningún gigante, al menos todavía. LEA
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